Es lo que se dice pero nunca se hace. Mientras el descanso no ha surtido aún su efecto, mientras no se han alejado los fantasmas del presente, mientras siguen supurando las últimas heridas abiertas, mientras dura la seguridad de que otro mundo es mejor que éste, mientras la depresión pos carnaval aún no ha permitido que te insertes en el ritmo natural de la vida cotidiana, te asalta el deseo de venganza autodestructivo y misántropo de huir del carnaval, si no para siempre, sí al menos para un año, desde el firme convencimiento de que es necesario, de que te vendrá bien un descanso.
Paralelamente, y dentro de la contradicción más cómica, alternas esta seguridad con idas y venidas a la guitarra, revisas aquella estrofa de cuatro versos que podría inaugurar un pasodoble mágico, te aborda la idea de aquel tipo que siempre has querido sacar y nunca ha cuajado, y lo peor, se lo comentas a tu mujer o a tu amigo, que prudente asevera que te des un tiempo, lo cual ya de por sí te hace reaccionar: “y éste, ni que yo estuviera loco”, sabiendo tú mejor que nadie que de alguna forma lo estás, que los cuatro venenos de la Banda del Capitán no tienen antídoto, que eres gaditano, que el Carnaval es tu vida, que a tu vida le queda menos cada día, y que sí decides jubilarte, ya lo próximo es la muerte.
Entonces optas por el silencio, el deporte, la higiene mental, la contracultura, el pop, la naturaleza y el sexo. Tiene un sentido. Quieres encontrar otra vida tuya escogida libremente, que no sea el carnaval, no por rechazo a éste, sino por necesidad de sentirte libre. Pero vuelves a darte cuenta de que no lo eres. El carnaval no lo escogiste tú. Te tocó. Ya sólo queda llevarlo de la mejor manera posible. Entonces es cuando del “el año que viene no salgo” inicial pasas a un comedido “el año que viene me lo voy a tomar de otra forma”. Planteas el cambio de modalidad, de estilo, de concepción y hasta de grupo. Inmediatamente observas que de grupo ya no puedes cambiar, no te queda gente, y como los que tienes no los vas a encontrar. Que son los mejores de Cádiz. Con sus defectos y sin ellos. De concepción tampoco: salvo algún año catastrófico siempre te ha ido bien. De estilo sí, si entiendes por cambio de estilo la novedad de lo que estás pensando (que visto desde fuera tampoco puede decir que inaugure el año cero de ningún estilo). Y de modalidad para qué. La veteranía es un grado superlativo. Ya que es un veneno, al menos sigue con la dosis que tu espíritu mejor soporta.
El tercer grado ya contiene una idea más desarrollada, un tipo que es un descaro, un pasodoble que es un bastinazo —de lo mejorcito sin duda que has sacado—, un presupuesto que iguala o supera al anterior, el mismo local y la misma hora de ensayo. No has convocado reunión alguna pero ya lo estás dejando caer en tu entorno, para crear expectación, para afirmarte ante ti mismo, que es la pincelada definitiva que te falta, el detonante. Hasta que la convocas.
El cuarto y último grado comienza a la salida de la reunión. Después de lo que se ha hablado se sigue hablando más. Sobre las motos sin arrancar y los coches abiertos, la reunión continúa con apuntes más finos y sugerentes. “Este año vamo a pegá otra vé”. Y al partir te falta zona franca para abrir el gas. “¿A que hago otra novela?”, llegas a pensar incluso ebrio de adrenalina, loco por llegar a casa y contarle a alguien que no sabes si niño o niña, si uno o dos, pero que de nuevo estás en estado de gracia.
Veneno, se llama. Los más recatados dicen que les ha picado de nuevo el gusanillo. Pero “el gusanillo” de los cojones no es más que una serpiente pitón que ya se ha enroscado de nuevo en tu alma y te mira a los ojos sacando su viperina lengua y riéndose de tu impotencia para soltarte. Ya sólo queda que las brisas cálidas de la primavera terminen de fraguar la historia con la que bautizarás el nuevo año santo carnavalesco, porque no conozco a un solo carnavalero que cuente los años con el número que preside el almanaque, sino con el nombre de la agrupación de la que formó parte. Los números son tan fríos e impersonales que no alcanzan a nombrar los años de nuestra vida. Ninguno indica ni resume los avatares del tiempo real de una de las existencias con más sentido y referencias que conozco.
“¿Cuándo empezamos a ensayar?” Hay que decir que en octubre, que todavía quedan actuaciones, que me quiero ir una semana con la parienta y que aún hace mucho calor. Pero eso no se lo cree ni el Dios Momo que lo inventó. Hace días, semanas, meses, que los motores y los hornos están encendidos. ¿Qué hacemos si no podemos librarnos del veneno? Asumirlo con la breve levedad de nuestro ser y en la beata certeza de que no hay vida más allá del carnaval. O a la mejor sí, pero no para nosotros. Incluso Antonio Martín está pensando en volver. Aunque solo sea por disfrutar de un merecido homenaje (es broma, chavá, como decía el Libi). Y este artículo va por usted, Sr. Remolino, que me acabo de enterar y no me lo he creído. Sinceramente. Salud para todos que, después de carnaval, nos hace mucha, pero que mucha falta.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Grandioso articulo que explica a la perfeccion la vida de un autor desde que nace hasta que muere, carnavalescamente hablando