De aquellas inolvidables ilegales de Emilio y Gómez lo recuerdo casi todo, porque sus repertorios, además del magisterio, del ingenio, de la inteligencia y de la gracia, poseían la relevancia histórica de la atemporalidad, trascendían a su tiempo y su espacio. De hecho, llevo tres semanas tarareándome para mis depresivos adentros la famosa cuarteta de La fallera Josefina y sus piconeros: “A los miembros del jurado, la’han tirao al patio butaca y le están dando de cosqui (coros: jurado cabrón, jurado cabrón) / y los de Seguridad, en vez de desapartá, le dan con el worky torky (jurado cabrón, jurado cabrón)…”. Sin ser un defensor ciego y acrítico de las tradiciones, confieso que echo de menos aquella tradición del público indignado con el veredicto gritándole “jurado cabrón” a su agrupación favorita, cada vez que cantaba después del Concurso, y certificaba con su brillante actuación la incredulidad y la indignación ante la decisión de los jueces. Jurado Cabrón. Qué rotundo sonaba. Qué creíble. Qué sintético. Qué definitivo.
Pero los tiempos cambian y la gente se ha vuelto un pelín gilipollas, en el sentido en que se la coge con un papel antes de exclamar lo que no suena guay. El insulto es socialmente incorrecto. Hasta ahí de acuerdo. Pero en el sintagma referido, el calificativo “cabrón” no cobraba valor de insulto, sino de dolor. La referencia del término “cabrón” aplicado al jurado no era la posible infidelidad de la pareja del miembro o miembra del jurado. Además, el concepto de “jurado” es impersonal. Su sentido no está en Ripoll o en Mari Pepa Marzo, sino en el interior del palco, los pasillos adyacentes y en otros palcos superiores y colaterales.
Las dos grandes expresiones de libertad, los dos grandes derechos gritados del soberano público siempre fueron “Esto es Carnaval” y “Jurado…”. Luego vino el de “Chirigota, chirigota”, que suena bien, pero excesivamente evidente; no aporta nada, aunque resulte muy emotivo —salvo si irónicamente se lo dicen a una comparsa, claro—. “Esto sí que es una gran comparsa”, también gusta escucharlo, pero el principio de economía del lenguaje lo rechaza: demasiado largo. Es como si Ortuño marca un golazo y la gente grita “Grabiel Ortuño, esto sí que es un gran delantero centro como un puño”… Yo soy Ortuño y me gritan eso y pido el cambio.
Las palmas por bulerías se cambiaron por las de tango —o lo que sea eso—. Aquellas eran más efectivas, porque el compás de bulerías es más fácil de llevar prolongadamente por una masa, pero las de tango no. Hay muchos que no tienen compás ni andando y dan las palmadas donde no son, lo cual provoca el inmediato descompás general y consecuente silencio.
Pero lo más exótico es lo de “Campeones”, a cualquiera y en cualquier momento. En el fondo, es un grito que pretende intimidar al jurado para que dé la victoria a la agrupación en cuestión. Y muchas veces consigue el efecto contrario, porque si el jurado es cabrón —si tiene criterio propio, quiero decir—, se mosquea y dice: “¿Qué dise esta gente? ¿Tonse pa que estoy yo aquí, que soy el entendío? Tesquiyá, ome. Ea. Ar caraho por ahí”. Y no la pasa ni a la final. Además, los campeones son los deportistas, y el carnaval no es un deporte, aunque muchos lo tomen como tal. En todo caso, habría que gritar “Ganadores”, pero ese término carece de empaque: parece que les ha tocado la bonoloto. De hecho, cuando a mi comparsa —por donde quiera que va— le gritan “campeones” sé que realmente les están gritando “Vencedores Morales”, pero ese sintagma ya incluye una reflexión filosófica sobre la Mafia del Poder y el Poder de la Mafia. Y eso es ya mucha tela poder disfrutar de la actuación de una comparsa.
La victoria moral vale para los festivales, no para los concursos. Pero precisamente el hecho de que el público decrete a una comparsa la victoria moral sobre la victoria real es lo que te hace replantear de nuevo la necesidad de un jurado popular. Si el jurado es el pueblo, la victoria moral y la real coinciden, y ya no hay más que discutir. El pueblo puede equivocarse o no, pero es soberano, y la soberanía te da derecho a equivocarte, acertar, tener un gusto exquisito o mismamente cagao. Además, el pueblo no es mafioso, porque la mafia —al menos la de Cádiz— no tiene tanto dinero ni tanto poder como para comprarlo. Siendo esto así, ¿quién impide que lo del jurado popular se plantee siquiera como debate en el alto parlamento del Carnaval? ¿A quién no le interesa y por qué? A mí sí, por la sencilla razón de que me debo al pueblo, al público, a la chusma selecta y también a la profunda. Y si el pueblo me dice “esto año no, Rubio”, po cojo mi guitarra y me voy a mi casa sin amargura, con una lección aprendida, y con el ánimo renovado para hacer algo de mayor valor.
El problema es qué hago cuando el pueblo me dice que sí y el jurado me dice que no. Pues sacar una comparsa como la que voy a sacar el año que viene. Lo mismo lo digo en el próximo artículo, que en este ya me he quedado sin caracteres. Feliz día del Padre Separado.
JUAN CARLOS ARAGÓN