Con lo chulo que soy y hay que ver cómo me ha vacilado el cabrón. A mí, y seguro que a muchos de vosotros. Los de mi generación no teníamos elección. Si querías ser de la pandilla tenías que fumar, sí o sí. Si no, eras un pavo o un maricón y te excluían del exquisito grupo de los tíos machotes. Otro de los grandes valores del legado cultural de aquellos salvajes. Pero empezar a fumar hoy no es ni de progre ni de rebelde ni de chulo. Más bien de todo lo contrario. El volumen de un idiota de menos de 15 años se halla multiplicando el videojuego por el cigarro y el botellón, y te sale un idiota redondo, con sobrepeso inclusive. Cierto es que la sabiduría nunca ha sido patrimonio de los jóvenes, pero los puretas podríamos enseñarles algo. Y ahí es donde radica la auténtica gravedad del problema del tabaco, en la supina ignorancia que sigue manteniendo una gran parte de mi generación, siga fumando, lo haya dejado ya o no haya empezado nunca.
El martes 30 de mayo, en las páginas de salud de un periódico de la ciudad y con motivo del Día Mundial sin Tabaco, ofrecieron un amplio reportaje en el que se levantaban varias liebres de por qué el tabaco sigue siendo la primera causa de muerte prematura en Occidente. ¿El tabaco he dicho? Rectifico: la ignorancia respecto a la adicción al tabaco. Esa es la auténtica tragedia clínica y social.
Como luchador empedernido contra el tabaquismo, no soporto la doble mentira de aquel titular que decía “Ayuda contra un hábito perjudicial”. Ni es un “hábito” ni hay tal “ayuda”. Es una adicción y, como tal, una enfermedad progresiva, devastadora y mortal, a la que el Servicio Andaluz de Salud le fue recortando la escasa ayuda que prestaba. Las terapias de grupo —muy efectivas— hace años que desaparecieron. En Vargas Ponce, un día a la semana, te atienden un neumólogo y una enfermera. Eso es todo. Suficiente para 40.000 fumadores que tiene la ciudad. En Atención Primaria —me van a disculpar la grosería— no tienen ni puta idea de tabaquismo, como tampoco la tienen de cualquier otra adicción. Y estamos hablando de médicos. Los chicles y los parches de nicotina mantienen la adicción a la nicotina y forman parte de la mafia de Estado que controla el monopolio del tabaco, en el estanco y en la farmacia.
El Método de la Fuerza de Voluntad, como lo bautizó Allen Carr, al desconocerse el resto, es el más usado, pero el más bruto y el de fracaso más anunciado, el que hace que mucha gente considere que dejar de fumar es excesivamente difícil o incluso imposible. Tras doce años de lucha, estudio y ensayo, fracasos y victorias parciales —espero que esta última sea la final—, me considero autorizado para ayudar a quienes quieran dejar de fumar, más y mejor que muchos médicos y reporteros gráficos.
Consejo de partida: busca el Easyway de Allen Carr, “Dejar de fumar es fácil si sabes cómo”. Es una biblia. No lo discutas. Si no estás de acuerdo, cierra el libro y sigue fumando hasta que —de verdad— hayas decidido dejar de fumar. No lo hagas nunca por dinero, ni por otro motivo que no sea el respeto a ti mismo. No escuches ningún consejo o juicio valorativo de nadie que no haya sido fumador: no saben de lo que hablan. Aunque el fin justifica los medios, asegúrate antes de que los medios no son un collar más caro que el perro, como sucede a menudo. Pero, sobre todo, como regla de oro, desconfía de las “ayudas” institucionales por los dos motivos que ya te he anticipado: los profesionales de la medicina son los imperdonables ignorantes para la curación real y efectiva del tabaquismo y, por otra parte, al Estado le resulta más rentable el tabaquismo que su curación, ya que entre impuestos indirectos de tabaco, sustitutos farmacéuticos y ahorro de pensiones de muertos prematuros, saca para cubrir el gasto de quimioterapias y marcapasos, y le sobra un beneficio del carajo. Con el alcohol sucede tres cuartos de los mismo, pero eso es otro capítulo.
Usa como antídoto el deporte y no te avergüences ni te culpes de haber caído en la trampa de las multinacionales tabaqueras. Los que no cayeron no fueron más fuertes, sino más afortunados. Fuerte no es el que no cae, sino el que se levanta. Lo que sí te pido es que dejes de hacer el ridículo diciendo que tú fumas porque te gusta y no lo dejas porque de algo hay que morirse, porque esos estribillos no son más que delirios mentales causados por la propia adicción, y cualquiera que te escuche puede pensar que, además de fumador, eres carajote. El único “placer” de fumar es el de aliviarte el mono que tú mismo te has creado metiéndote nicotina y venciendo la resistencia inicial de tu organismo.
Por último, le ruego al medio que publicó lo de “Ayuda contra un hábito perjudicial”, rectifique y ratifique lo de “Falta de ayuda contra un padecimiento mortal”. Seguramente lo haga.
EL RUBIO (con la autoestima por las nubes)