El que sea cristiano y crea que el sufrimiento en esta vida le dará otra mejor, pues allá con él. Pero la época no da para sufrimientos añadidos. Por eso es por lo único que me alegro de que el Cádiz no haya ascendido. Yo quiero a un Cádiz en primera, si y sólo si, me garantizan que no se va a repetir lo de la temporada 2005/06. No me refiero a que se descendiera, que, descender, desciende hasta el más pintado. Me refiero a la renuncia a la permanencia. Cada vez que oigo la palabra ascenso se me viene a la mente aquella segunda vuelta que el Cádiz no disputó y se dio por bienvenido el descenso, después de haber acabado el primer asalto en una meritoria duodécima posición. Por lo visto, en el guión de aquella temporada el ascenso estaba al final señalado en mayúsculas y con carácter innegociable. Tanto fue así, que tampoco se me borrará nunca aquella invasión de campo en el último partido, en el que el público sacó a jugadores a hombros, se llevó camisetas y no sé si hubo alguna felación camuflada.
El Cádiz, en proporción a los éxitos deportivos que consigue, tiene la mejor afición del mundo. No se merece sufrir más, sino todo lo contrario. El cupo histórico del dolor está hasta arriba y hay una innegable deuda con la alegría. Para fortuna de sus dirigentes —salvando a los actuales—, la afición del Cádiz se acostumbró al sufrimiento de tal forma que se identificó con él. Como gaditano y cadista me niego. En el fútbol sufren todos, pero no todos se resignan a hacer del sufrimiento algo crónico, inherente y propio. Digo esto porque me resulta escatológico que, después de haber abandonado el pozo, hayamos finalizado una más que digna temporada con una sensación final tan frustrante, con un claro y amargo sabor a derrota, que no debiera ser así, pero el sabor del final…
Tras un inicio preocupante, de pronto, apareció un nuevo equipo —o espíritu— que, en poco tiempo, remontó de tal forma que se puso casi arriba y ya no se movió de allí. Pero cuando parecía que había incluso opciones de ascenso directo tras la victoria en Girona, apareció el Rubio, publicó el artículo de “La Serverissima” y se torció la cosa... Prefiero situarme de gafe yo y que me den las del pulpo a mí —total, estoy acostumbrado— antes que hacer un ejercicio de reflexión y analizar algunas cuestiones que no tocó ni la prensa, como, por ejemplo, por qué jugamos los dos últimos meses sin delantero centro, un extendido rumor que no seré yo quien desvele, entre otras cosas porque no me corresponde, o por qué se viajó a Valladolid con un equipo alternativo cuando había opciones serias de acabar terceros ganando allí, o cuarto si el Getafe hacía los deberes, con la ventaja que supondría de cara a los play offs en caso de empate y que, casualmente, fue la aliada final del enemigo que nos terminó de quitar la miel de los labios.
Otra vez 50 puntos como objetivo no es humildad, sino conformismo
En la obligación deportiva del equipo no estaba ascender a primera división, cierto. Lo que planteo era el sentido de cruzar el océano nadando para terminar muriendo en la orilla. Comparto (con reservas) eso de “una gran temporada”, sobre todo por lo inesperada y por el honorífico lugar que ocupó casi siempre en la tabla. Pero a la vez, y precisamente por ese motivo, independientemente de que el nivel bajara bastante durante el último tercio, fue muy ilusionante. Y no hay putada más cruel que levantar unas expectativas tan altas para, finalmente, acabar como se acabó. Medio llorando. Sin poder celebrar nada. Con los fantasmas de tantísimos fallos garrafales en los últimos partidos —en el último, sobre todo— sin parar de dar vueltas entre los parietales, un día y otro, y los que nos quedan. El sabor de la derrota fue el de la cena del domingo pasado, y ese va a durarnos, por mucho que queramos curarnos en salud celebrando lo de “el objetivo era la permanencia y mira hasta donde hemos llegado”, que sí, que también es cierto, pero que no se te pone el ascenso a huevo todos los años, y este año se puso muy pronto, y no se aprovechó.
Todos estamos muy orgullosos de este Cádiz. Ningún Cádiz vi correr ni sudar como éste. No necesitaban camiseta. Los jugadores tenían la piel amarilla. Pero ya no somos el equipo recién ascendido de una división maldita en la que nunca se debió caer y que, en todo caso, no es la propia del Cádiz por muchos años que haya pasado en ella. Otra vez 50 puntos como objetivo no es humildad, sino conformismo. 50 puntos están más cerca del descenso que del ascenso. Ya hay que apuntar más alto. Si juegas a sobresaliente y fallas te puedes quedar en notable. Si juegas solo a aprobar, el más mínimo contratiempo te suspende. Es más: la afición sabe que el sobresaliente (ascender) no ha caído por poco, y no estaba en el objetivo. Otro notable a lo mejor ya no ilusiona. ¿50 puntos? Eso le toca ahora al Lorca y al Albacete. Al Cádiz, 126. Todos. Y vestidos de verde nunca más. De amarillo, coño.
EL RUBIO (jodido en lo más hondo desde el domingo pasado)
¡¿Hallamos finalizado!? Afortunadamente no enseña lengua sino filosofía.
Doceavo, va. Dicho de una parte: Que es una de las doce iguales en que se divide un todo.