Hicieron mal los cálculos. La esperanza media de vida subió demasiado. La eterna juventud, la generación de nuestros padres y amigos mayores, la misma que consiguió luchando los derechos que nosotros estamos permitiendo que nos quiten, se va a morir con las botas puestas. Es una condición que ya se ha perdido. Los que levantaban las barricadas, quemaban los puentes, hacían huelgas indefinidas y corrían de los grises y los maderos, ahora están otra vez en la calle. Y echando más cojones que los estudiantes. Aquella generación que nos dejó un legado de coraje y dignidad, la que recogió a sus hijos y sus nietos cuando la catástrofe económica, sin dejar de cuidar a sus padres mientras vivieron, aquella generación, esta generación, puede que no tenga muchos telediarios por delante, pero los que tenga está dispuesta a vivirlos con dignidad.
Saben que el gobierno está dejando que se mueran, que es una forma de matarlos, pues tienen medios de sobra, pero los recortes en sanidad tienen como objetivo primordial el ahorro de las pensiones a costa de la eliminación pasiva del puretariado. La cosa llega más lejos de lo que puedan imaginar. Ellos son los primeros que lo saben. Les suben un 0’25 la pensión y han dicho “hasta aquí llegamos”. Ellos se mantuvieron a sí mismos. Hicieron una sociedad infinitamente mejor y más justa que la que se encontraron. Y si los que hicieron mal los cálculos no encuentran modo de mejorar dignamente las pensiones, que las paguen con su sangre si es preciso, pero a mis puretas ni los toquen. Todos sabemos dónde está el despilfarro. La hucha de las pensiones no crece, no porque haya diez millones de pensionistas, sino porque hay diez millones de chorizos —o chorizos que valen por diez millones.
Me conmueve en lo más hondo —y poco me conmueve ya en esta puta sociedad— ver cómo los jubilados llenan los gimnasios, las piscinas, los carriles, los senderos, cómo evitan la tele basura, la comida basura, la música basura, el cine basura, la política basura… hasta el carnaval basura. Nos van a seguir dando lecciones hasta el último día. Otra cosa es que las aprendamos y las hagamos nuestras. Debería caérseles la cara de vergüenza a los universitarios, a los interinos y, en general, a medio país que está en paro o con un trabajo de mierda, que no sé que es peor, y no son capaces de decir ni “A”… salvo en las redes, donde dicen el abecedario entero, aunque con tantas faltas de ortografía que ni se les entiende.
Solo escucho y aprendo de los más viejos, no solo porque su sabiduría venga de la experiencia, sino porque su experiencia es producto de una vida de producción, no de consumo. Por eso su tercera edad tiene más sentido que la primera y la segunda de las actuales generaciones, que solo sabe danzar como zombis por centros comerciales, consumiendo porquerías y con la estupidez en un rostro que no aparta la mirada del wasap. No tienen ni un himno que cantar. Serán las primeras generaciones que vivirán peor que la de sus padres, pero no por falta de preparación sino por subordinación al sistema. Mientras el alumnado de bachillerato y el universitario hace una huelga —que, por lo general, no sabe ni a cuento de qué— para quedarse en la cama, el pureta se levanta antes de las ocho, y después del gimnasio, la piscina o la caminata, tiene más actividad que todos estos zombis a los que ya no se les puede llamar juventud, pues la juventud es una condición que no tienen ellos. Y además les sobra tiempo para manifestarse. Sin bombos, cacerolas ni pollas en vinagre. Que una manifestación es algo muy serio como para hacer el ganso con una cacerola, un canuto y una litrona.
Suponía que lo del jueves podría llegar algún día. Era mi última esperanza para contemplar que la sociedad que me ha tocado vivir no es un campo santo de esclavos y predadores de alcohol y hamburguesas. Cada nueva tecnología que incorporamos en un peldaño más en la escalinata de la sumisión al sistema. No están diseñadas para nuestra comodidad, sino para su control. El ADN de la mal llamada juventud actual ya no contiene el germen revolucionario. La cultura se ha cargado a la naturaleza humana hasta ese extremo. Ya hace un siglo que lo avisó Freud (en El Malestar en la Cultura, precisamente) y dos siglos y medio que Rousseau advirtió de los peligros de la educación, que no es más que la máscara bajo la que se esconde el aborregamiento, la hipocresía, la mentira y la maldad de la civilización burguesa. Aquí tenemos ya los primeros resultados. En nombre de los que estamos en medio pero aún mirándonos en el espejo de vuestra eterna juventud, os ruego que no desfallezcáis en el intento. Podéis dar una última y definitiva lección. Los niñatos de mierda que nos gobiernan os tienen más miedo a vosotros que a nosotros. Por eso os quieren eliminar. ¡Larga vida y más larga todavía!
JUAN CARLOS ARAGÓN
Claro, sr. Aragón. Ahora resultará que estas personas son las que nos van a salvar la vida. Me parece muy bien que se manifiesten. Ahora bien, yo no he visto muchos jubilados en las manifestaciones del 11-M. Yo no he visto muchos jubilados en las manifestaciones contra los recortes en educación y en sanidad. ¿Sabes por qué salen ahora a la calle? Porque hasta ahora sólo vieron quemar las barbas de sus vecinos, pero las suyas aún permanecían fresquitas. Ahora que les ven las orejas al lobo es cuando salen a la calle, porque le están tocando lo suyo. Los jubilados no son diferentes del resto de españoles; aquí cada uno barre pa su casa, y la gente no sale a la calle hasta que no le tocan lo suyo. Y los jubilados salen a la calle porque les tocan las pensiones, ni más, ni menos. Si hubiesen tenido unas subidas medianamente aceptables, ahí estarían, en sus casitas, viendo Canal Sur o la televisión autonómica que corresponda. Que sí, que está muy bien que se manifiesten, pero no son héroes. Son gente que han salido a la calle en cuanto les han tocado lo suyo, y mientras tanto han estado muy tranquilitos con su dominó y su bingo. Y recordemos que si el PP está donde está, es en gran parte gracias al voto de estas personas. Vamos a dejarnos de tonterías, que aquí t'ol mundo barre pa su casa, sr. Aragón.
Amén, Juan Carlos. Tenemos que aprender mucho de las generaciones anteriores a las nuestras. Nuestra máxima debería ser «Sólo sé que no sé nada».