Llega un momento en la vida en el que te planteas que, aunque vayas ganando el partido, el resultado no es suficiente y, en todo caso, el juego no te divierte lo bastante. Pasado el minuto 60, llega el momento de hacer los cambios. O ahora, o luego puede ser tarde. Sabes que se multiplica el riesgo de la derrota. Pero cuando te acostumbras al riesgo ya no sabes vivir sin él; y si pierdes, al menos te quedarás con la satisfacción de haber jugado a lo que tú querías, aunque gran parte de la grada no lo entienda ni lo acepte: “Hemos venido a emborracharnos; el resultado nos da igual”. Pues eso.
Todo el mundo sabe que soy comparsista por accidente. La culpa fue del Carli. Maldito el Carli. Podía haberse dedicado a coger olas. Yo era chirigotero. Pero ¿quién le decía que no a Subiela, sabiendo que en el “sí” entraba el Carli? Lo que vino después ya fue un laberinto de pasiones que me fueron enredando entre la fama barata y el narcisismo carnavalesco, mientras mi naturaleza chirigotera se disolvía en tipos envejecidos, delirios metafísicos, postureo mediático y finales de popurrí acabados en “Carnaval” (o “Carnavales”, según se encartara la rima).
Consciente de ello, cojo la guitarra y reúno al grupo en el local:
—Queridos compañeros —les digo abriendo un discurso cuyo incómodo final de algún modo intuían. Llevo muchos años sin hacer el carnaval que quiero, demasiados años. Si sigo por donde pretenden ustedes, cuando venga a darme cuenta se me ha pegado el arroz; y entonces ¿quién se va a quedar para ayudarme a despegarlo? Por tanto, he decidido proponerles algo que son muy libres de rechazar —si no lo ven, faltaría más. Pero quiero que quede claro que yo voy adelante con esto y que no negocio nada.
—¿Una chirigota, Juan? —preguntó el chaval del bombo que, si no me conoce mejor que el resto, al menos tiene valor para adelantar mis intenciones.
—¿Quieres llamarla así? Llámala. Es una palabra libertina, subversiva y necesaria, sobre todo en esta posmodernidad tan gregaria y vacía. “Chirigota”. Semánticamente redonda. Poéticamente perfecta. Políticamente ácrata. Religiosamente nuestra. Gaditanamente única —asentí desenfundando la guitarra y entonando la célebre estrofa de aquella inolvidable canción de Carlos Puebla:
“Aquí se queda la clara,
entrañable transparencia
de tu querida presencia,
Comandante… ¡Cheleeeee Varaaaaa!”
Ahí va eso. El Chele Vara. Ante su incrédula y atónita mirada, les expliqué que se trataba de un homenaje al Ché Guevara, pero en clave gaditana, un revolucionario del Barrio La Viña que, con su chirigota, venía a transformar la microsociedad del carnaval y sus alrededores, rescatando del letargo social los valores de la segunda mitad del siglo XX y, por supuesto, desde una ética declaradamente antimilenials.
—Eso sí, mu gaditano, pero mu pesao con el discurso revolucionario; por eso lo de “El Chele” (nombre de Cádiz total) y “Vara” (por jartible). ¿Cogen el juego de palabras? —concluí mientras guardaba la guitarra.
Se miraron y rieron tímidamente. Seguro que al principio pensaron que había vuelto a las andadas. Pero cuando les pedí que se reunieran a solas y se plantearan si todos, algunos o ninguno estaba dispuesto a seguirme, la risa fue enmudeciendo sola. Les avisé de que iba a salir del grupo de wasap para que pudieran reflexionar con mayor comodidad entre ellos. A día de hoy nadie me ha llamado. Ni Javi. Sinceramente, me temo que estén intentando convencer a Tino o a Bienvenido porque, conociéndolos, ni se van a desunir, ni se van a atrever a presentarse en chirigota (o en comparsa, pero con este tipo).
Como es obvio, tengo plan B. O mejor dicho: grupo B. Sin cerrar aún, por supuesto, por si algún leal de mi última tetralogía me quiere seguir acompañando. Luisa interpreta del carajo. Mi hijo puntea con la boca mejor que Suso y toca los timbales con los pies. Encarnarían a Tania y Camilo Cienfuegos, respectivamente. Yo vuelvo a lo que antes era la “punta jurado”. Estoy loco por salir otra vez, y con la boina del Chele Vara me tapo el lenguao sobradamente. Por si alguien cree que estoy jugando al despiste, solo os digo que mi suegra, tal como se ha enterado, ha dejado de llamar todos los días a la hora de la siesta (se teme lo peor y motivos no le faltan).
Yo, en parte, me debo a un público que espera impaciente una decisión que, a estas alturas de la pretemporada, ha estado ya sólidamente tomada y compartida con el grupo. No es casualidad que aún no haya anunciado el nombre de la comparsa, pues comparsa como tal no hay de momento… A menos que de aquí al jueves cambie la cosa. Que lo dudo. Pero no hay más. Ese es el plazo. Viva el carnaval. Viva la chirigota. Ustedes no sé si la disfrutarán. Ajolá. Yo, sí que sí.
Pd.: Dani Obregón me acaba de llamar ofreciéndose para dejarse de nuevo las barbas y encarnar a Fidel. Sería la rehostia.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Amigo Juan Carlos, la sorpresa ha sido grande, las expectativas son mayores. Siendo cubano me hace especial ilusión la temática y el tipo que expones. Como la mayoría que hemos leído (pertenezco a un grupo de WhatsApp carnavalero) nos encontramos en una especie de alegría/tristeza en el caso que saques chirigota y no comparsa, pero creo que las ganas de volver a ver una chirigota tuya se sobrepone. No sabemos cuáles con las posibilidades reales de que saques chirigota o no, de tí esperamos cualquier cosa; y en parte creo que has hecho esta publicación para ver un poco la reacción de los aficionados, por ello, la mía dejada queda. Un saludo y que viva el Carnaval.