Me encanta ir dándole vueltas a la columna durante la semana para rematarla el domingo por la noche y servírsela a usted bien calentita el lunes por la mañana. Hay pocas circunstancias al año que me hagan saltarme esa costumbre. Son muchos temporadas escribiendo y uno sabe que, reposado, las cosas saben, salen y se dicen mejor; hasta cuando está emocionado, como es el caso.
Sin embargo, ésta que tienes delante es una de las pocas excepciones que el calendario me marca. Así que tiraré de corazón, de sobreexcitación memoria para contarte cómo me siento después del gran triunfo contra el Real Madrid.
La explicación de porqué no he usado el modus operandi habitual es bien sencilla. Por un lado, un partidazo como el Valencia-Real Madrid, todo lo invade y no te deja pensar en nada; Y, por otro, que mi casa parecía estas fiestas “El Camarote de los hermanos Marx” o, como me recitó mi santo padre en plan de broma, “El Cementerio de Momo” (poesía de Martínez de la Rosa y que empieza así… “Yace aquí un mal matrimonio, dos cuñadas, suegra y yerno, y no falta más que el demonio para parecer todo el infierno”).
El caso es que escribir que Enzo Pérez y su presentación me parecían la leche, que la afición desbordando Paterna me había supuesto un subidón tremendo, y que estoy seguro de que de la mano de Peter Lim el Valencia va a hacer cosas grandes en 2015; me sabía a poco. Necesitaba esperarme a que acabara el partido y así lo hice. Y así me encontraba, sudado en la redacción de ElDesmarque y contrahecho por una espalda que me da la lata y por la tensión sufrida en los últimos minutos... Pero estaba feliz. Me senté delante del teclado y pensé tengo que decirle al mundo que soy feliz; que hoy en Valencia hay mucha gente feliz. Que gracias.
Y sí, puedo ser ingenuamente feliz con todo lo que rodea este Valencia, pensarán los críticos. Pueden creer que estoy ciego y que me llevaré un disgusto, mascullarán los agoreros; pero conmigo no van a poder. Soy un optimista irredento, sin solución, y el triunfo por dos goles a uno contra el Madrid para mí tiene un sabor especial; aunque los números digan que son solo tres puntos de 'ná'.
Pero, no te equivoques. No son sólo tres puntos. Esta victoria es el premio a una afición que ha creído en un proyecto, que llena Mestalla cuando tenía pocos motivos para hacerlo; que llega una hora y media antes al campo para arropar a su equipo que... a fin de cuentas, lo da todo.
Uno, que se hace mayor, sabe apreciar el valor que tienen los ojos vidriosos de los cincuenta mil aficionados que enloquecieron en Mestalla cuando el colegiado pitó el final; sabe paladear los mensajes de tu familia que sale del cine y se alegra por tí porque el Valencia ganó aunque el fútbol les dé de lado. Uno, que merodea los 40; sabe que el abrazo de tu hijo Víctor en silencio pero intenso es porque sabe que su padre vuelve a casa tras, "ni más ni menos", ganarle al todopoderoso Real Madrid.
Porque, no me digan que no fue muy grande. Han pasado horas y tengo la sonrisita de tonto y felicidad en la cara todavía… Y esa no me la quita nadie en unos días, ni un mal dolor de espalda. Ha sido el regalo de Reyes adelantado. No quisiera acabar y sería descortés por mi parte, seas o no de los optimistas empedernidos como yo, sin desearte, de corazón, un gran año 2015, que en el caso del Valencia tengo el pálpito que va a ser grande. Carpe Diem (vivamos el momento) y feliz semana.
David Torres
Delegado ElDesmarque Valencia