Es domingo por la mañana. Hace calor, mucho calor, no voy a salir a la calle y estoy viendo con mi hijo goles y caños maravillosos de Pablo Aimar, el fútbol hecho arte y que ha vuelto a calzarse las botas para enamorar a su legión de seguidores.
Mi mujer llama desde la distancia a mi niño y, cuando se acerca, dice sorprendida:
Se alejan hacia la habitación y yo me quedo delante de mi Mac cansado y pensativo. Me da pereza, pero me toca escribir. El lunes está a la vuelta de la esquina y mi columna “Las dos Torres” no puede esperar. Además, sé que esta semana tengo que dejar de soñar con Aimar, con goles y jugadas imposibles y darme de bruces con la realidad.
Me siento a escribir con la obligación de explicar a los profanos qué narices pasa en el Valencia actual. Sé, querido lector, avispado y más informado que yo la mayoría de veces, que gran cantidad de las cosas que leas a partir de ahora ya las sabrás, pero te pido por favor que pienses en aquellos que no tienen ni idea de quién es Jorge Mendes, quién manda en el Valencia y qué narices pasa en este club para que, unos meses después de que lo comprara Peter Lim y, en teoría, todo estuviera encaminado, estemos ya a la gresca y con ruido de sables por las esquinas. Por eso te pido disculpas por anticipado por si algo te suena repetitivo, pero esta semana es lo que toca.
Quito Aimar de Youtube, abro el gestor de contenidos de ElDesmarque y me pongo a reflexionar. Me pongo en la piel de mi mujer, de mi hijo, de mi madre, de la tuya, de todos aquellos que les gusta mucho o poco el Valencia, y que no están metidos de lleno en el día a día del club pero que oyen, ven y sufren a futboleros como yo resoplando todas las semanas.
Y trato de ponerme en su lugar para saber qué pensarán cuando escuchen, vean o lean que en el Valencia, cuando todo parecía que estaba tranquilito, el gallinero está alterado.
Así, si te interesa saber por qué creo que sucede eso, te invito a que sigas leyendo e imagines, por ejemplo, que estás en tu casa con tu espos@ y que habéis decidido que hay que cambiar la mesa del salón. A ti te gusta una funcional, baratita, de una tienda poco conocida. A tu pareja, en cambio, le gusta lo contrario: desea una mesa superchula (que a ti también te gusta) pero es cara, muy cara, además es de segunda mano y, por si fuera poco, viene con otras mesitas a juego que, en el fondo, no las necesitas.
Cuando estáis en medio de la disputa, viendo la serie de éxito de turno, o el concurso de tele que os embelesa, tras una larga jornada de trabajo, te enteras por el grupo de whatsapp de turno que, la mejor amiga de tu mujer, que además tiene una tienda de muebles, está de viaje por el extranjero preguntando precios de mesas y diciendo que la vas a pagar tú. ¿A que te molestaría no haberte enterado por tu santa? ¿A que te hubiera encantado que la mesa de tu salón se decida en una reunión en tu salón y no en los viajes de sus amigas? ¿Sería lo normal, no?
A eso, añádele el pique por orgullo y dignidad que tenemos todas las personas que siempre queremos tener razón, y súmale ese momento en el que interviene tu madre -o la suya- (que os ha dicho a tu mujer y a ti que va a regalaros la mesa) dando su opinión de madre sobre si le gusta más esta mesa o la de más allá. Y sí, me refiero a esas opiniones que más que sugerencias son mandatos, nacidos desde el amor y la experiencia, pero órdenes a fin de cuentas.
Con todo ese maremágnum, el pollo que se monta en tu casa es de muy señor mío. Es una pelea de pareja en toda regla. Y ¿A que ahora entienden más lo que sucede en el Valencia entre los de Lim, los del Valencia, los de Meriton, los de los tres y el que pasa por ahí para hacer negocio?
Y ante eso, ¿qué hacemos en la vida? Pues hay parejas que se divorcian, otras solo pelean pero no solucionan nada y, las más inteligentes, respiran hondo, se tranquilizan, tratan de ponerse en el sitio del otro, alejan a las personas ajenas a la pareja, dialogan y piensan sólo en su hogar y en los que los habitan. Las parejas maduras, se sientan razonan, y CEDEN buscando la mejor solución para su casa y deciden que la mejor mesa, sea la de consenso. Y si no hay acuerdo, pues uno elige la mesa y otro las sillas, pero siempre pensando en la casa, el hogar, la familia… Vamos, el bienestar del Valencia. Feliz semana.
David Torres
Delegado ElDesmarque Valencia