Que hacía un sol increíble a la una de la tarde en Sevilla lo sabía hasta el que hace relojes o da discursos ridículos desde el poder. Al menos en mi confinamiento lejos del centro por culpa de este maldito coronavirus hace tela de calor. Digo yo que más tarde lloverá porque se asoman algunas nubes pero da mucha pena empezar así la Semana Santa. A mí me da pena. Porque un Domingo de Ramos así no es para estar en casa. Vaya pena.
Al menos este domingo no he tenido que correr como Usain Bolt para vestir a los niños, coger el coche y entrar en el centro antes de que la Policía cortara el acceso. El parking de mis suegros era la vida en un día así, siempre con su pertinente acreditación para entrar. Que el año pasado fallé y casi estoy dando vueltas todavía para aparcar, con mi mujer cargada de chismes y maletas porque esta semana cambiábamos Los Bermejales por el centro.
Con sudor en la frente, nos vamos al centro. Y llegamos dando algún recorte y con mucho cuidado, porque la carretera ya es peatonal y hay mucha gente. Cuando digo mucha es mucha. Otra vez corriendo después de aparcar (mi mujer lo hace, soy incapaz de meter el coche en ese garaje marcha atrás y rozando todo), directos a San Juan de la Palma. Los 200 metros de distancia se convierten en 10 kilómetros. Imposible ir más lentos. Allí espera una parte de la familia de mi mujer para derramar alguna lagrima ante los pasos. Con la hora justa, por supuesto, que a las dos de la tarde cierra la iglesia.
Y tras la charla habitual, un refrigerio antes de pensar dónde comer. Al final acabamos donde siempre, sin mesa y esperando que otros terminen. O en un sitio que por lo visto va gente reputada pero que te clavan y bien clavado. Somos muchos y es imposible. Pero al final comemos. Nos coge la salida de La Cena y los pasos por San Pedro. El helaíto del día, el primero del año, no puede fallar. Hay ganas de pasos y los primeros caramelos y estampitas ya están en los bolsillos de mis hijos... y en los míos.
Un descansito para coger fuerzas. Hace años no había descanso, ni niños. Imposible meterse en una bulla así. Un poco relajados para ver La Hiniesta, el Amor. Si alguien hace de canguro, un paseo hasta el Arco del Postigo y Reyes Católicos. Y vuelta a casa de mis suegros porque el Domingo de Ramos es especial en la casa.
Hay que cenar antes de ver pasar La Amargura delante del convento de Santa Ángela. Un momento de luz en el día y contando los tramos hasta que llegue "Tito Paco". Un gesto muy pequeño con la mano basta para saber quién es, por si alguien se había perdido. Y alguno se pierde todos los años. Emoción y otra vez lágrimas, cantan las adoradas monjitas, mi hijo no quiere bajar a coger cera... Los balcones están a tope y siempre decimos que cómo pueden aguantar tanto. Se van los pasos y la calle queda desierta, con mucha cera en el suelo.
Ya sólo falta que llegue "Tito Paco", al que mi suegra le guarda un buen surtido. Llega Paco. "El año que viene ya no sales, Paco", le dicen. "Ya veremos", responde. Y sale porque es imposible no salir. Poco a poco se va la gente, se va la familia y los niños duermen. Se va también el Domingo de Ramos. Ya es Lunes Santos y toca descansar. Que los Lunes son de trabajo y también de pasos. Hay tiempo para todo. Gente, sigan quedándose en casa, aunque esta semana cueste más. Aunque duela.