Pues llegamos a otro domingo. Y mañana, una nueva semana. Ya he perdido la cuenta de cuántas van porque sé que todavía quedan varias por estar así. 62 días de la cuarentena por el maldito coronavirus y ha sido especial. Maravilloso pero difícil a la vez. Porque es la primera vez que he salido de casa para visitar a mis padres. Una visita muy diferente a todas las anteriores, pero desgraciadamente es lo que hay.
Sé que hay a los que les da igual todo, o casi todo, y han acelerado sus movimientos la Fase 1 de la desescalada. Yo, por respeto a las personas de riesgo con las que convivo, decidí que mientras durara todo esto seguiría las normas de seguridad. Por mi salud y por la de los demás. Casi primero por la de los demás. Hoy fui a ver a mis padres y no pude ni dar un abrazo o un beso. Ni a mi hermana. Un encuentro que nunca olvidaré.
También se hizo duro por mis hijos. Sus nietos y sus sobrinos. Y su nuera, a la que sí han podido ver al ser la que hace los recados médicos y farmacéuticos. Todos en dos metros, en la puerta de casa, a la sombra y con las mascarillas. La pequeña dijo que no y a ver quién es el guapo que se la pone. El niño aguantó pero ya empezó a molestarle con los minutos. Mucho duró, es la verdad. Hacía dos meses que no nos veíamos cara a cara, casi en un encuentro parecido por rápido. Aquella vez no sabíamos lo que iba a pasar. Ya lo sabemos. Y hemos aprendido.
Por eso quiero que todo esto se acabe para poder abrazar y besar a mis familiares. Sé que muchos ya lo han hecho, que se toman el domingo como el día de la fiesta familiar y hacen hasta barbacoas. Pero yo, aunque me duela, voy a aguantar. Podré salir pero con respeto y seguridad. Hagan lo mismo, a lo mejor nos irá bien. Ojalá.