Te seré franco. Se me parte el alma. Hoy no pretendo brindar por la esperanza. Tampoco sacarte una sonrisa. Ni siquiera contar buenas noticias. Mucho menos hablar de fútbol. ¿A quién le importa la pelota cuando es la vida la que está en juego? Y a mí, créanlo, me han arrebatado un trozo importante de la mía. Porque para el que escribe esto no es cualquier dislate y el que la lleva la entiende. Es Semana Santa. Es Domingo de Ramos en Sevilla y no es uno cualquiera. Maldito seas, coronavirus.
No concilié el sueño. Tampoco controlé los nervios. Se apoderó de mí la rabia. Me consumió la impotencia. Sin apenas dormir se aclaró el día y me asomé a la ventana. Como siempre. Con la misma emoción de asentir orgulloso: "por fin llegó lo que llevamos toda una vida esperando". Pero hasta el cielo estaba cargado de hastío. De desilusión y desencanto. Es Domingo de Ramos en Sevilla pero esta vez no es uno cualquiera. Y aquí dejo mi sentir, mi pesar, mi desahogo.
Se perdió el beso de tu madre camino de la Hermandad. La mirada cómplice de tu padre. "Disfruta hijo, es tu día". Aquel susurro que deseas que nunca sea el último. Colgada dejé la túnica, planchado guardé el costal. Marchitos quedaron mis sueños, mudas las saetas, perdidas las plegarias y en el olvido las promesas que buscaban cumplirse. Las de aquellos que necesitaban redimir sus pecados, encontrar en Dios la solución a los lamentos. Te despojaron de la vida y te inundaron de dolores. En el balcón aguarda la abuela que emocionada le pide a su padre que le deje verla el próximo año. La mirada perdida de aquel que vuelve a recobrar el sentido de la vida. En el cielo los angelitos que resucitaban cada año en su barrio. Y tanto tú como yo sabemos lo que esto supone.
Es Domingo de Ramos pero no es cualquiera. Válgame Dios. Hasta dónde hemos llegado. Eso sí, qué orgulloso estoy de ti, Sevilla. Por saber soñar con una nueva espera, por zarandear las penas y convertirlas en alegrías, por no perder la esperanza, por encontrar la luz donde ahora solo hay tinieblas. Por mantener la calma, dar ejemplo de fe y solidaridad. Al fin y al cabo esto es solo una chicotá dura, en una mala calle, donde hay que apretar los dientes para aguantar los kilos. Y como todo, pasará.
Socorridos por el amor, que sólo este pueblo sabe derramar a borbotones, volverán a brillar las estrellas. Las penas y amarguras sucumbirán ante el gran poder de la esperanza y este silencio atronador quedará en el subterráneo de nuestro olvido cuando la música vuelva a sonar. Porque ya lo dijo aquel querubín que está junto a San Pedro: Sevilla no entiende de prisas, aquí es donde el tiempo aprendió a pararse. Y aunque ahora parezca no correr, cuando abramos los ojos de nuevo el sol volverá a iluminar nuestro día a día.
Busquen a Dios, lo encontrarán. Se lo aseguro. Ya lo dijo el poeta, aquí no está muerto. En Sevilla vive todos los días, pues sigue abierta su iglesia y en ellas las cofradías. Ahora esperamos la victoria de la paz sobre la tierra. Porque esta es la ciudad de la Esperanza. Aquella que devolverá el triunfo a esta ciudad, a Serva la Bari. Y esa conquista llegará. No tengan duda. ¡A la gloria, sevillanos! Esto ya está aquí...