"No me ha matado el Betis, ¿me va a matar el bicho?" Simple. Directo. Atronador. Esas han sido las palabras que llegaron hace unas horas a mis oídos. Mirando al horizonte, desde el balcón de la desesperanza, en un hospital donde la única luz que se halla penetra por el horizonte del Benito Villamarín. El sollozo de un anciano que vivió y luchó por el Betis, pero que no morirá sin él. ¿A dónde irán los besos que le quedan por darle?
Ocho meses. 250 malditos días han pasado desde aquella fecha. Un lamento eterno desde la última vez que pisó el Benito Villamarín. Sin tiempo para despedidas, sin lugar para la que pudo ser la caricia definitiva, el último beso, la última cita a ciegas. Como ese anciano, hoy son muchos los que suspiran por volverlo a ver. Algunos ni siquiera podrán lograrlo. Se quedaron en el camino y aquella fantasía se marchitó. Por el hambre, por la desgana, por el maldito virus.
Sin trabajo, sin salud y con todo perdido, algunos se aferran a esa otra fe para seguir viviendo. El único elemento que hace que su corazón siga latiendo. La religión que no entienden los cuerdos. La del manquepierda y la del verdiblanco, la de caer una y otra vez para volver a levantarse. Una pasión que genera adicción en jóvenes y adultos, pero que supone el último halo de vida para los que peinan canas.
Y allí siguen: con su radio, con su cordón y su anillo de oro. Los que, como ese abuelo, sobreviven esperando un nuevo domingo. Algunos no recuerdan ni a su familia. Otros apenas se mantienen en pie. Sin ilusión, sin ganas, sin fuerzas. Pero el Betis, ay el Betis, cuando te agarra no te deja escapar.
Y es que para él, el Betis es como la vida. En lo que se refugia y se ampara. Dice que sin él no es nada, ni despierto ni soñando. Es lo único que necesita, para probar las alegrías y los llantos. Lo que precisa para disfrutar de sus colores verdiblancos, de su alegría y su gente, la que llena ese aquel viejo campo. Allí quiere morir, gritando y animando. Dejándose la piel, la voz y las manos. Porque para él, sin Betis no hay camino. No hay vida ni destino. Y no lo habrá, si sus labios no pueden volver a besarle. Si sus arrugadas manos no pueden acariciarlos. Porque habrá Betis sin vida, pero no existirá la vida sin el Betis.
Ayyy!!, va bien pero siempre hay alguno que lo estropea, cada uno en su sitio, Depor, Valladolid, Bilbao o Valencia; siempre vas a encontrar un anciano que viva por sus colores, puede que tengan títulos o no, pero al incluirlo aquí otorga grandeza gratuita. Ya existe.
Bonito artículo que deja claro lo que es el beticismo de los béticos auténticos y cabales. ¡Mucho Betis!
Lo más grande que te puede no pasar en esta vida es nacer Bético.Un saludo desde Dos Aguas.Beticoche
Muy bonito artículo si señor ,chapó y si amigos béticos ( y creaturitas diversas) el Betis volverá con su afición y su afición con su Betis ,un saludo
Si señor es nuestra manera de sentí el sentimiento que llevamos dentro del alma.así emos nacido los Béticos con ése Don de felicidad y sufrimiento. Felicidad cuando vemos ésos colores ésas trece Barras y cuando jugamos bien aunque pierdan.y sufrimiento cuando no se suda esos colores los de mi Betis verdes y blanco.lo más grande de mi Betis es.que los directivos.vienen y van. Los jugadores vienen y van nosotros lo segundo más grande la afición nacemos y morimos. Pero lo primero y más grande el Glorioso Real Betis Balompié es grande siempre está y estará Ay viva el Real Betis.