Por mucho que Alexis, en su bienquedismo personal y profesional, haya querido exonerarse y exonerar a sus jefes calificándola con un "aprobado", la temporada del Real Betis ha resultado un fracaso. Fracasito, si prefieren una brutal indulgencia. No obstante, hay que reconocer que la preparación de la post-temporada está siendo brillante, por cuanto se han colocado los órganos vitales en la anatomía de la ilusión: el Cordón (Antonio) de Pellegrini (Manuel).
En eso no se le pueden poner muchos peros a los dirigentes del club verdiblanco, que año tras año logran regenerar, como por arte de magia, la esperanza de una afición inasequible al desaliento, apiñada como balas de pasión. Todo lo malo, o lo peor, se olvida y se queda el bético con lo bueno: el futuro, lo único que aún no puede ser testado por la cruda realidad.
Y en la anatomía del nuevo proyecto del Real Betis se le ha trasplantado al cuerpo de trece barras un corazón con buen pálpito, muy vivido ya pero precisamente por eso quizá más resistente a los virus endógenos y a las afecciones diversas, en general tan comunes en este ser deportivo y verdiblanco. Curado de espanto. Pellegrini ha mostrado con creces durante su carrera ser un entrenador como la copa de un pino, con buenos resultados en muy distintos escenarios. Y eso ya supone mucho teniendo en cuenta el pasado más reciente.
Mientras se buscaba un corazón acorde a los sueños, parece haberse encontrado un cordón umbilical del que se alimenten adecuadamente todos los órganos del cuerpo y que ya ha trabajado codo con codo con el corazón. Falta que ese Cordón pueda arrancarse del cuerpecito en el que ahora habita. Y si lo hace, habrá llegado un señor con un ojo clínico privilegiado para el fútbol y con amplia experiencia en la gestión de proyectos como el del Betis. Quedará por ver en qué estadio de ambición.
Los dos últimos partidos están demostrando además que muchos de los otros órganos que parecían atrofiados no lo estén tanto. Resulta que una vez extirpado el tumor que se consideraba instalado en el banquillo, los otrora jugadores tebeísticos han mutado en dignos portadores del escudo. Ahora, los mismos señores que no daban pie con bola ante casi cualquier rival, le dan un repasito a un solvente CA Osasuna y le plantan cara a todo un Atlético de Madrid que se jugaba la Champions League.
¿Y qué hace falta para que la ilusión cuaje y no se convierta de nuevo en un efecto fugaz y engañoso? Que el corazón y el cordón umbilical trabajen a destajo y con criterio; que todo el cuerpo entero sepa que estos dos son los que mandan en la vida deportiva; que el resto de órganos vitales no crean que pueden dictar cuándo se respira y cuándo no; y que todos esos impulsos no se gangrenen en medio de tantas entrañas podridas. Que si acaso al final de la próxima temporada tenga que venir una vez más el médico. No el forense.