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El cielo amarillo del cubano Dimas Juantorena, superviviente del terremoto

En el segundo minuto del terremoto de 1985 el karateca cubano Dimas Juantorena se imaginó devorado por las ratas, pero con las ganas de vivir que solo tienen los condenados a muerte se lanzó al vacío desde el tercer piso de su hotel en el centro de la Ciudad de México y logró salvar su vida.Gustavo Borges
"En aquel momento me vino a la mente el cuento 'Las ratas del cementerio', de Henry Kuttner, en el que las ratas se comen a una persona enterrada viva, me dio terror una cosa así y me lancé por la ventana. Me partí los dos calcáneos, pero viví", cuenta en una entrevista con Efe Juantorena, uno de los supervivientes de esa tragedia de la que se cumplen 30 años el próximo sábado 19 de septiembre.
Seis años después de haber sido campeón panamericano de kárate en México, Juantorena había regresado al Distrito Federal a comprar unas piezas para autobuses de turismo como funcionario del Gobierno de su país.
La noche anterior al sismo, el caribeño la pasó en un bar del centro de la capital, donde bailó hasta tarde con el grupo cubano los "Van Van".
Pasadas las cinco de la mañana llegó a su habitación del quinto piso del hotel Century. Dos horas después el temblor lo lanzaba contra la pared y le hacía experimentar su peor despertar.
Al asomarse por la ventana, Dimas vio el cielo amarillo, los edificios rotos y el caos en la calle. Entendió que estaba en un terremoto y trató de huir.
Al llegar al tercer piso ya no había escaleras, un polvo con arena se le metía en la garganta y empezó a sentir cerca una muerte en la que se imaginaba enterrado vivo y devorado por las ratas.
"El elevador estaba volteado y me dije, me voy a morir; ahí me vino a la mente mi hija Karen, de cinco años, y tomé la decisión de saltar por una ventana de cristal. El golpe lo sentí en la cabeza, pero las fracturas fueron en los pies", recuerda.
Antes de caer, el deportista chocó con una lona y luego rebotó. No perdió la conciencia y su primer pensamiento fue que había avanzado poco porque seguía debajo del edificio y éste podía caerle encima. Como no podía usar los pies quebrados, se arrastró hasta una esquina y al doblarla se encaramó como pudo en el capó de un auto.
La imagen de Dimas Juantorena a unos 10 minutos de haber ocurrido el terremoto parecía sacada de una obra del escritor Franz Kafka. Desnudo de la cintura para arriba, lleno de polvo y con el rostro magullado por las consecuencias de la desvelada y del miedo, el karateca aún no celebraba haber salvado la vida, y menos lo hizo al mirar atrás.
"Cuando me senté, vi una estela de sangre por el camino que había recorrido arrastrado y me imaginé reventado. Todo fue consecuencia de heridas provocadas por los cristales en mis nalgas y en el recto, pero eso lo supe después", cuenta.
En medio del caos y la confusión, Dimas recuerda a la gente como zombis incapaces de asumir la realidad. Solo lo hicieron cuando, de manera casi surrealista, apareció un taxi. El cubano lo llamó a gritos y, entonces sí, provocó la reacción de la multitud.
"Hubo riñas por subir, yo expliqué que estaba gravemente herido y me dejaron entrar. Pedí al taxista irnos a la embajada de Cuba, el hombre no sabía dónde era, y consecuencia de mi alterado estado de nervios, lo agarré por el cuello. Luego me disculpé, le señalé la avenida Presidente Masarik y nos fuimos", prosigue su relato.
Sus compatriotas de la embajada lo llevaron al hospital, el cubano se negó a ser operado y prepararon el viaje a La Habana.
El avión del viernes no salió y lo hospedaron en un hotel frente al aeropuerto. El huésped pidió una habitación en la planta baja, sin embargo lo enviaron a la sexta y eso le provocó un segundo ataque de terror, cuando pasadas las siete de la noche ocurrió una réplica del temblor.
"Todos se echaron a correr y me dejaron solo, el beisbolista cubano Daniel Menéndez Miñoso me cargó para bajar por la escalera y al pasar todo no entré más al hotel. Me sacaron un colchón y dormí a la intemperie, debajo de una bandera mexicana", recuerda.
El sábado 21 de septiembre por fin llegó a La Habana. Su hermano Alberto Juantorena, doble campeón olímpico de atletismo en Montreal 1976 y el doctor Rodrigo Álvarez Cambras lo recibieron en el aeropuerto y se lo llevaron al hospital Frank País, donde le operaron los pies y lo dejaron sin secuelas.
"El kárate me sirvió, me ayudó para tomar decisiones", reconoce Juantorena, quien treinta años después reside en la Ciudad de México, el sitio donde volvió a nacer y donde se siente un hombre feliz, a pesar de que no le guste el tono amarillo que algunas mañanas suele tener su cielo.

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