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Goliat contra Goliat, octavo episodio

José Antonio Garrido / EFE

El pasado 12 de enero, Cristiano Ronaldo subió al estrado del Kongresshaus de Zurich a recoger su tercer Balón de Oro. Sus números habían sido todavía más espectaculares que de costumbre, el recuerdo de la Décima en su ciudad marcando el último gol de la final aún sonaba cercano y no había habido apenas dudas en su designación como futbolista del año; todo lo contrario.

Apoyado en el atril, el portugués observó la sala, dio las gracias a sus familiares y expresó su confianza en no quedarse en tres trofeos. "Espero llegar a los cuatro de Messi". Luego, emitió el alarido con el que celebra en la actualidad sus goles, recogió un premio que se han repartido ambos en las siete últimas ediciones y se comprometió consigo mismo a volver en la siguiente edición.
Lo hará. Solo una lesión de larga duración, y Cristiano no se lesiona nunca, hubiera podido impedir que regresara a Zurich, pero esta vez con casi toda seguridad para comprobar que Leo Messi se le escapa otra vez. El argentino es el favorito, por su temporada y, sobre todo, por la de su equipo, que pese a un comienzo dubitativo acabó arrasando. El equipo de Luis Enrique ganó todo lo que había en juego.
La aportación de Messi al balance anual del Barcelona estuvo en consonancia con años anteriores. Sus cifras fueron excepcionales, casi como las de Cristiano, pero la diferencia fue palpable en la Memoria final del equipo. El Real Madrid cerró la temporada en blanco. Su rival con los tres títulos y la sensación de que tal vez el ciclo de dominio esté de vuelta.
El Barcelona clausuró su 2015 con la quinta Liga de Campeones en una final cómoda ante el Juventus. Las dificultades serias las había solventado en semifinales ante el Bayern, al que el control casi absoluto del partido de ida durante ochenta minutos no sirvió de nada. Como siempre en la hora suprema, apareció Messi, marcó dos goles y todo acabó para el equipo alemán.
Cristiano cumplió con su trabajo en la otra semifinal. Un gol en la ida y otro en la vuelta. Pero el Real Madrid fue víctima, en ambos partidos, del fuego amigo, algo que le sucede con cierta periodicidad. Álvaro Morata fue el encargado en esta oportunidad de personalizar la maldición.
La temporada del Madrid, que empezó con récord de victorias seguidas y expectativas apoteósicas, terminó sin títulos, y sin estos estallaron problemas sin resolver como el de Iker Casillas, icono del Bernabéu. En su crepúsculo y silbado sin misericordia por parte de su afición solo por tocar el balón, dejó el club de una manera como poco inusual. También cayó Carlo Ancelotti, obviamente. Sin títulos solo hay puerta de salida.
Entre Goliats futbolísticos, Novak Djokovic consolidó un año más su dominio en el tenis mundial de forma rotunda. El serbio ganó once títulos y de 88 partidos solo perdió seis, uno especialmente doloroso, la final de Roland Garros ante Stan Wawrinka. Es el único grande que no ha conseguido.
La competencia lo tiene durísimo con Djokovic, que se ha convertido en un tenista casi inaccesible en cualquier tipo de superficie, una tortura incluso para jugadores como Roger Federer o Rafael Nadal. Del serbio solo cabe esperar en la actualidad alguna distracción o problemas físicos para ganarle. Como dice Nadal, juega en otra Liga
Al margen de Djokovic, Federer fue el protagonista del curso. A sus 34 años no solo no dio muestras de decadencia, sino que presentó un balance sobresaliente: número tres del mundo -insólito a esa edad-, seis títulos y tres finales, el Open USA, Wimbledon y Masters, perdidas ante el número uno. Su campaña y la confesión de que la razón principal por la que continúa jugando son sus fans sugieren que, como mínimo, seguirá complaciendo un año más a los millones de admiradores de su talento único.
Para Rafael Nadal 2015 fue el peor ejercicio de la última década. Por primera vez no ganó ningún grande. En Roland Garros, donde ha vencido nueve veces, fue eliminado en cuartos, y solo sumó tres títulos. Corrigió el rumbo en el último trimestre para acabar quinto del mundo y afronta 2016 con el objetivo de ascender, si es posible, a la Liga de Djokovic.
La Liga del coloso Usain Bolt también es unipersonal. En un año en el que las sombras de la corrupción y el dopaje a los más altos niveles se cernieron sobre el atletismo, el jamaicano aportó de nuevo la luz. Antes de los Mundiales de Pekín hubo quien auguró el comienzo de su declive y magnificó la amenaza del retornado Justin Gatlin. Las marcas de éste y la escasa actividad de Bolt durante la temporada acabaron siendo postureo.
La realidad, como en todas las citas en las que participa Bolt salvo la final de 100 del Mundial de Daegu 2011 en la que fue descalificado por salida nula, fue la de siempre. En el Nido del Pájaro no hubo nadie sino el jamaicano, que se dio un gozoso homenaje en sus dos distancias y el relevo.
El próximo 11 de enero, CR7, un profesional superlativo, aparecerá de nuevo en el Kongresshaus de Zurich cargado de goles y plusmarcas individuales, pero es muy improbable que todo eso le permita igualar los cuatro trofeos de Leo Messi. Su exuberancia numérica contrastó demasiado con la pobre campaña del equipo, quizá demasiado monofocal. Sin títulos de club, las cifras portentosas de Ronaldo tienden a alimentar la tesis de que, aun dominando de forma cabal la teoría del fútbol colectivo, es algo remiso a trasladarla a la práctica: la generosidad bien entendida empieza por uno mismo.

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