La culpa la tiene la afición

La culpa la tiene la afición. Qué ironía. O cuánta verdad, ¿no? Una frase tan envenenada e intoxicada como certera. Palabras amordazadas, dolorosas e hirientes, pero que reflejan la búsqueda inequívoca de una nueva excusa. La de poner la tirita a una brecha incurable. La de buscar la cura a una enfermedad aguda. Y es que en Heliópolis se olvidaron del Betis. Ahora sobran las culpas o las excusas y falta precisamente lo único importante: Betis.

Al final fue cierto que las trece barras les apresaron, en la cárcel de los sinsentidos. Porque manquepierda no es conformismo, pero tampoco efervescencia. Leí por ahí que lo de Cataluña no es más que una velá comparado con lo que ha ocurrido en el Real Betis. Y lo peor es que puede ser verdad. Precisamente, el haber pasado por tanto debía servir para curar heridas, para corregir errores, para sepultar fantasmas del pasado.

Porque la culpa de la situación del equipo no la tiene la afición. No es suyo el delito de vagar por el descenso con la plantilla más cara de la historia. De sufrir golpe tras golpe. Faltaría más. Pero sí la tiene (cierto sector) de generar un clima insostenible. De la marcha verde rumbo a Utrera se pasó a la guerra civil. De la crítica constructiva, al veneno de las redes sociales. Aquella hinchada (cierto sector) empeñada en buscar problemas donde no los hay. En mirar la paja en ojo ajeno y obviar la viga en el propio. La misma que se debate, y se divide, entre Setién y el futuro. O entre Rubi y el pasado. Los que están con Serra Ferrer o contra él. Los que apoyan una directiva que cambió el rumbo de la entidad o los que critican a los que dicen incapaces de tomar decisiones.

También los que pitan a los que animan, los que no comprenden las protestas, los que silban los pitos. Los del "yo soy más bético que tú", los del "eres más bético si tienes más años de antigüedad como socio". Y todos esos debates con un hilo común: la vil y malvada biriprensa, también culpable de todos los males del club. En resumen, una afición dividida que hace mucho tiempo que perdió su identidad.

Lejos quedan aquellos miles de corazones que inundaron las calles para derrotar al diablo, a los tiranos, a los mercenarios. Las tardes en el barro de tercera y el polvo de Segunda, donde poco más importaba que volver a ver a los suyos. Atrás quedaron también aquellos que remaban a contracorriente. Redimidos y lidiando entre pecados y delitos. Los que renegaban de futbolistas, presidentes y entrenadores, pues poco les importaba más que el escudo.

Porque el Betis estuvo mil veces alanceado, pero nunca muerto. En la muchedumbre, entre la pobreza más absoluta, ahogados por la miseria. Ahí siempre apareció la afición, siendo la vacuna de los sinsabores. La única religión que aceptaba ateos. Capaz de redimir los pecados, de quemar velas y velas de esperanza. Ahora contrariada por dimes y diretes, por luchas internas, por intereses. La que confundió la exigencia con la división. Pero la que siempre se levanta. Y lo volverá a hacer.