Una nueva final, y van 12, de Rafael Nadal congregó un año más a todo tipo de altos responsables y personajes VIP en la pista Philippe-Chatrier de Roland Garros, con un invitado sorpresa y algo fastidioso: un bebé que interrumpió con su llanto los primeros puntos del partido.
El rey emérito don Juan Carlos y su hija, la infanta Elena, ocupaban la primera fila del palco de autoridades, escoltados por el ministro de Cultura y Deporte, José Guirao, quien antes del partido declaraba su admiración por el Nadal deportista y, sobre todo, por el Nadal persona.
"Es como el compendio del deportista y ciudadano perfecto, porque todo lo hace bien y muy respetuosamente", dijo Guirao a los periodistas.
Fiel a su cita anual, el rey emérito, pese a su retirada de la vida pública, no se quiso perder a Nadal en su jardín de tierra batida, además con el sol oculto tras las nubes y una temperatura de unos 20 grados, bastante más benigna de la que suele ser habitual en la final del abierto parisino.
Junto a él se encontraban la infanta Elena, otra gran seguidora del mallorquín, la secretaria de Estado para el Deporte, María José Rienda, y el embajador español en París, Fernando Carderera.
Otra asidua a Roland Garros, Anne Hidalgo, tampoco faltó a su encuentro con Nadal, que para ella tiene además un doble aliciente como alcaldesa de París y como franco-española.
Hidalgo departió a menudo con una leyenda del tenis sentada a su lado, Rod Laver, mientras que a su derecha la ministra de Deportes, Roxana Maracineanu, separaba a Hidalgo de la presidenta de la región parisina, Valérie Pécresse, con quien es sabido que no mantiene la más cordial de las relaciones.
Otros ilustres del graderío fueron el presidente de la Federación Internacional de Automovilismo, Jean Todt, o la leyenda del tenis Manolo Santana, con la familia Nadal al completo en su palco.
Sin embargo, una pequeña criatura en el anfiteatro de la Philippe-Chatrier quiso robarles el protagonismo a todos.
En medio del silencio absoluto y cuando le correspondía a Nadal abrir el partido con su servicio, el bebé comenzó a llorar y berrear, lo que obligó al español a detener su servicio.
Pese a que toda la pista trataba de localizar el origen de los llantos, el pequeño continuó con sus sollozos, lo que provocó las quejas del público y el malestar evidente de Nadal, incapaz de poner la bola en juego.
Finalmente la madre salió con el bebé de las gradas y el espectáculo pudo continuar.