Manuel Sánchez Gómez
Londres, 11 nov .- Rafael Nadal también pierde. También juega mal. También tropieza. Se preveía en Londres un partido duro por los problemas físicos que venía arrastrando, pero el español se ahogó en sus errores. Nadal estuvo apático y Nadal lo pagó.
Es casi imposible discernir su estado en la salida a pista o durante el peloteo. La seriedad de su rostro es la misma que mostraría el campeón del mundo en una timba de póker. Nunca se relaja, nunca da pistas.
Nadal es imperceptible. Asustaba una posible recaída de su lesión, algo que ya ocurrió en 2017 en esta misma pista cuando se tuvo que ir después de caer ante David Goffin.
Las miradas apuntaban a un servicio que comenzaba sin problemas, sosteniéndose, dando buenos augurios. Las banderas españolas ondeaban al viento y le llegaban ánimos en español, en inglés, en catalán. Incluso algún colombiano, resistente después de ver a Cabal y Farah le gritaba.
Su estreno, como el de Roger Federer, abarrotaba la pista central. Su estreno, como el de Federer, se tiñó de drama.
Mientras que al suizo le bastaron dos juegos para tirar el partido, Nadal fue más regular en su irregularidad. El comienzo alegre se fue enturbiando, cubriéndose de lúgubre.
El partido fue una cámara de cine que realizó un 'travelling' desde el cielo hasta el infierno. En la megafonía sonaba el 'Things Have Changed' de Bob Dylan y efectivamente, las cosas habían cambiado. A peor.
La derecha de Zverev, blanda y pírrica en tantas ocasiones, ganaba fuerza. Los errores de Nadal eran feos, impropios de él. Una derecha fácil a media pista, un intercambio largo que no caía de su lado, una subida la red innecesaria, un golpe precipitado. Fallos y más fallos que le condenaron y que provocaron que Zverev reclamase su primer triunfo ante el balear.
Y con el español ya batido, entregado a una derrota inesperada, las banderas seguían ondeando y sus aficionados continuaban dando aliento. Porque Nadal también pierde, pero siempre vuelve a ganar.