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Pedro Villarroel, un olvido no del todo justo.
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Pedro Villarroel, un olvido no del todo justo.

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MIguel Á. Vara
Sorprende que pasara de ser dueño del club a estar totalmente olvidado. (Foto: EFE)
Sorprende que pasara de ser dueño del club a estar totalmente olvidado. (Foto: EFE)

Hay un nombre clave en la historia reciente del Levante UD, un nombre sin el que las dos últimas décadas granotas no se concebirían pero, sin embargo, del que nadie habla. Una gruesa capa de polvo de silencio se ha depositado sobre el nombre de Pedro Villarroel Guzmán hasta el punto de que al aficionado reciente le costaría saber quién es y quién fue en el Levante pese a que durante prácticamente fue el dueño del club 15 años y la persona que tomaba las principales decisiones. Con él al mando se cambió de milenio, se avanzó hacia el Centenario y se logró el sueño del retorno a Primera cuarenta años después, pero el turbulento final de su etapa fue tan duro que, desde su marcha, cayó en el olvido y parece que haga siglos que el Ciutat fuera su reino cuando apenas hace de eso seis años.

Cierto es que, en sus últimos años, el Levante estuvo más cerca de la quiebra que de otra cosa, pero también sería injusto no reconocer que, durante muchos años, la entidad granota vivió gracias a la respiración asistida económica que Villarroel le daba. Son muchos los que pueden dar fe de que, cuando en los áridos años de Segunda B no había dinero en la caja, la puerta a la que se llamaba era la de Villarroel, sin ser dueño del club aún, ni siquiera sin ser presidente. Porque el levantinismo, creo, nadie se lo puede discutir al ex mandatario, una pasión que le venía de cuna y que fue multiplicando. Por eso, no le importaba ser el músculo financiero granota, sólo él sabrá cuánto dinero le costó ser el mecenas en la sombra de un equipo que, por aquel entonces, vivía abandonado a su suerte entre las huertas.

Al final de los 80... 

No sé datar el inicio de su relación con el club, pero debió ser al final de los 80 cuando el apellido Villarroel empezó a ser sinónimo de soluciones para los apurados dirigentes de cada momento. Don Pedro, como le llamaban muchos de los suyos, vivía más tranquilo en el segundo plano, no le gustaba figurar, ni aparecer…y quizás de él sólo se acordaba la gente cuando las cosas iban mal, sin conocer que, cuando iban bien, también él y su dinero tenían buena parte de culpa. Por eso, nunca tuvo especial interés en el cargo presidencial, con él al mando lo cedió en varias etapas a Abel Guillén, Antonio Blasco o, ya en la recta final, a Julio Romero. Lo suyo era manejar las cosas desde Cofiser, su empresa, y no aparecer en medios. Siempre tuvo un grupo de colaboradores cercanos en los que apoyarse y, sobre todo, la ayuda inestimable de su socio Ángel Rubio, una unión que parecía eterna pero que terminó saltando por los aires en esos últimos años negros.
Ángel siempre decía que no le gustaba el fútbol, se metió en esto por amistad con Pedro, al que conocía desde la juventud, y se le puede considerar el artífice de la primera salvación económica del club, pilotando la operación de la zona terciaria, donde ahora se levanta un edificio y un Centro Comercial. Esa gestión debía servir para garantizar la supervivencia del club durante años, pero no fue así. Todos los que conocían a la pareja de dirigentes dibujaban a Ángel metiendo dinero en la caja del club y a Pedro gastándolo en jugadores, hasta que no hubo manera de meter más, Ángel se fue cansado de remar, y el club acabó hecho trizas.
Cualquier capítulo de esta historia termina en el drama deportivo y económico que se vivió en la temporada 2007-08, la del último descenso de Primera, con unos meses finales de impagos, amagos de huelga, Ley Concursal, amenaza de desaparición, extraños compradores que nunca lo fueron…un año más tarde en una notaría valenciana Pedro Villarroel acababa firmando la venta de su paquete accionarial y saliendo de la vida de un club que había sido su casa casi desde siempre. Pero ese final empañó cualquier mérito contraído en las décadas anteriores y así lo reflexionan los que vivieron desde dentro su gestión. Bajo su mando se consiguieron ascensos de Segunda B a Segunda A y el deseado retorno a Primera de hace 11 años en Jerez. Pese al descenso unos meses después, Villarroel no desistió y volvió a subir al equipo con Mané en el banquillo en 2006.
Si de algo no se le puede acusar es de haber dejado el club cuando las cosas se torcían. No abandonó en los descensos, no quería dejar su obra inconclusa y sacaba fuerzas para volver a pelear, y lograr, un nuevo ascenso, cuando quizás lo más fácil hubiera sido marcharse tras bajar.

La Ciudad Deportiva 

También cabe destacar un hecho de, que poco se habla y a mí me parece de importancia capital. Pedro Villarroel acabó con una deficiencia histórica del club, la falta de una Ciudad Deportiva, levantando la actual en Buñol. No entro en si está demasiado lejos, fue demasiado cara o hace mucho frío, sólo recuerdo el dato de que, mientras el Levante no tuvo Ciudad Deportiva, estuvo dos temporadas en Primera durante casi 95 años. En los últimos 11, con el equipo y su cantera en Buñol, va a empezar su novena campaña en Primera. Saquen ustedes las conclusiones, pero para mí la apuesta por tener una Ciudad Deportiva propia y acabar con el peregrinaje del equipo entrenando en cualquier sitio, a veces sin poder entrenar o teniendo que saltar la valla de algún estadio de pueblo para poder ejercitarse, supuso el salto cualitativo que el club necesitaba para ser realmente competitivo.

 Los lujos que pasaron factura

Ascensos a Primera, Ciudad Deportiva, auxilio económico en los peores momentos…y también añadiría en el haber de la gestión de Villarroel el regalarle al aficionado algunos lujos que, quizás luego se comprobó, que no se podían permitir. El fútbol son resultados y también balance económico, pero que nadie dude de que también es ilusión y el resurgimiento de la afición levantinista se fue labrando con detalles, por ejemplo, como el fichaje de Mijatovic. A Villarroel le gustaba regalarle a la gente, o regalarse a sí mismo, cierta distinción en los fichajes y eso alimentaba el orgullo granota, tan maltrecho muchas veces. No sé qué equipo se podía pasear por Segunda con Mijatovic, Amato, Congo, Rivera, Aganzo…y el Levante sí lo hacía. Y eso nos gustaba, nos hacía sentir tuertos en el país de los ciegos de Segunda, pero era nuestro país y había que reinarlo.
En un tiempo en el que el fútbol tenía otros códigos, o no tenía códigos en muchos casos, no soy ajeno a las cientos de leyendas negras (algunas vistas en primera persona) que recorrían esos años de gestión villarroeliana. Cualquier que estuviese cerca suyo en esa época se puede sentar a la mesa ahora y contar capítulos impensables…y eso forjó también el ADN de esta etapa que tan mal terminó. Cientos de fichajes trufaron sus años como mandatario, los relevos de entrenadores se sucedieron y la sensación de provisionalidad siempre estaba presente, pero el club aprendió a vivir en esa convulsión y fue capaz de sobreponerse a ella para enderezar un rumbo que llevaba a Segunda B en Soria en 2002 y acabó en Primera en 2004 en Jerez.

 Gracias a Pedro y por culpa de Villarroel

Hace nada nos juntamos a cenar un grupo de amigos que tenemos en común haber vivido de cerca todos esos años, cada uno en un puesto, pero todos en el entorno del Levante de Villarroel. Dos frases que en esa mesa se recordaban pueden hacer entender bien, a quienes no lo vivieron, cómo fue el mandato de Pedro: “El Levante es lo que es gracias a Villarroel, pero no es más por culpa de Villarroel” se decía durante muchos años y también la afirmación que subtitulaba su epílogo al frente de la entidad: “Pedro Villarroel fue la solución del Levante y ahora es el problema”. Cada uno se quedará con una cosa, pero si queremos ser justos, no estaría mal recordar también los méritos de una persona que es historia viva del club aunque tengo claro que nunca despertó simpatías en la afición.
¿Por qué? Posiblemente el momento más gráfico para explicar ese divorcio ocurrió en el balcón del Ayuntamiento, en plena celebración del ascenso a Primera. Con miles de levantinistas abajo pidiendo la renovación de Manolo Preciado (me pongo de pie), al mandatario se le torció el gesto, no le gustó que el técnico fuera el ídolo popular, el héroe del ascenso…y bajó el dedo a su continuidad. Eso le pasó una factura en popularidad que nunca superaría. También en lo deportivo pues su apuesta por Schuster terminó en descenso.

Sus personalísimas decisiones

Este tipo de decisiones tan personales le granjearon un enfrentamiento con la mayoría de los seguidores azulgranas que no acababan de entender por qué se volvió a repetir la historia un par de años después: Mané lograba el ascenso en Lleida…pero no continuaba en el equipo. La apuesta del mandatario fue traer a López Caro y tampoco salió bien así que en la grada fue aumentando la percepción de que el jefe del club no atendía a su gente, ni a la lógica y, además, las decisiones posteriores empeoraban el panorama.
Con todo, hay un momento clave en el mandato de Villarroel que pudo cambiar la historia, sobre todo la suya personal, para bien. Como siempre dice el doctor Nebot, si en ese momento vende el club, ahora tendría una estatua en la puerta del Ciutat. Pero no lo hizo y no hay estatua y a un paso estuvimos de que tampoco hubiera Ciutat.
Nos referimos aquí al final del ejercicio 2006-07, cuando con Abel Resino en el banquillo, la dupla Salva Ballesta-Riga Mustapha golea al Valencia y firma la permanencia en Primera de la mejor manera posible.
En aquel momento, Villarroel tenía una oferta de compra para su Levante en la que todos parecían salir ganando. Pedro el primero, pues salía por la puerta grande, dejando al equipo en Primera, con un justo beneficio económico por la venta de sus acciones tras sus muchos años de desvelos en el club y, de paso, la afición veía llegar la nueva etapa que ansiaba con unos nuevos gestores que, de entrada, ilusionaban, aunque cierto es que nunca se sabe qué habría pasado.
Pero el mandatario se echó para atrás. No quiso vender, posiblemente porque mientras saboreaba las mieles de la permanencia pensó que por qué debía desprenderse de su club ahora que todo era de color de rosa. La operación se fue al traste, su socio, amigo y durante años vicepresidente Ángel Rubio colmó su vaso de paciencia en vista de que aquello no tenía fin y lo que ocurrió unos meses después ya lo conocen todos. Como ocurre con los jugadores, es casi más difícil saber vender que saber comprar, y en esta caso, saber cuándo y cómo irse, fue la clave de la era villarroeliana.

¿Un entrenador frustrado?

Siempre se dijo que el ex presidente era un entrenador frustrado y que la convivencia con los muchos inquilinos que tuvo en el banquillo fue difícil. Él mismo no dudaba en hacer ver que le encantaba jugar a ser secretario técnico, con el peligro que ello siempre conlleva y, en general, como me ocurrió a mí, la mayoría de los que tuvimos trato con él durante muchos años pasamos fases de llevarnos bien, muy bien, mal y muy mal. No aceptaba de buen grado los consejos, menos aún las críticas y así, poco a poco se fue distanciando de una masa social a la que había dado más de lo que supo transmitir.
Ahora, pese a vivir en Valencia, ni siquiera va al estadio y la verdad es que me da pena. Pedro Villarroel, santo y seña del levantinismo durante décadas, ha dejado de existir para los medios y es extraño que ninguno se plantee una simple entrevista, conocer su parecer sobre lo mucho y bueno que está viviendo el que fue su club. Guste más o menos su figura, Pedro ha sido protagonista principal en la historia centenaria del club y quizás merecería algo más que haber caído en el olvido porque, con sus errores y aciertos, creo que hablamos de una buena persona que amó al Levante, aunque es cierto que de tanto quererlo estuvo a punto de acabar con él.
Miguel Ángel Vara

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