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El Valencia que perdió dos finales y ganó un lugar en la historia
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El Valencia que perdió dos finales y ganó un lugar en la historia

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ElDesmarque
El capitán del Valencia CF, Gaizka Mendieta, marcó el 1-0 desde el punto de penalti en la final de Milán.
El capitán del Valencia CF, Gaizka Mendieta, marcó el 1-0 desde el punto de penalti en la final de Milán.

La web de la Liga BBVA le ha dado un extenso reportaje al Valencia CF de principios de los años 2000, aquel equipo que maravilló no sólo a Europa, sino a todo el mundo futbolístico con un hambre por querer ser los mejores y que dejó en un segundo plano a los grandes del Viejo Continente. Aquel Valencia obtuvo toda la importancia y la relevancia de disputar dos finales de la Champions y pese a perderlas, se hizo un hueco en la historia debido a que ese equipo supo asimilar el gen de la competitividad y luego lo ganó todo.

Con Nuno Espírito Santo en el banquillo, el Valencia está este año fascinando en la Liga BBVA con un fútbol valiente, mezclando orden y agilidad. En esta recta final de la Liga BBVA, el equipo busca lograr plaza para la Liga de Campeones, competición que lleva un par de temporadas sin disputar. Al hablar de Champions en clave valencianista es inevitable echar la vista atrás y recordar aquel equipo que, a principios de siglo, jugó dos finales europeas y se estableció durante algunos años en la élite del fútbol europeo. Fueron unos años de decepciones, pero también de grandes alegrías, una era maravillosa que el valencianismo recuerda con nostalgia y emoción.

Todo empezó con un golazo

Todas las historias tienen un principio, y el de esta arrancó con un golazo. Quizás no fuera esa exactamente su génesis, pero nos sirve como icono, como momento representativo para simbolizar el inicio del mejor lustro de fútbol valencianista, una época de sonrisas y lágrimas, de finales perdidas y títulos ganados, de remontadas míticas y derrotas dolorosas. Una historia que empezó, al menos simbólicamente, con un golazo de Mendieta.

Sucedió en la final de la Copa del Rey de 1999. El Valencia llegó hasta allí tras una trayectoria sobresaliente, incluyendo victorias sobre Barcelona en cuartos y Real Madrid en semifinales. La eliminatoria con el Barça tuvo dos partidos de esos a los que ambos equipos nos tenían acostumbrados en aquella época, llenos de goles, emoción y alternativas en el marcador. El Valencia ganó en el Camp Nou (2-3) y en Mestalla (4-3) y pasó a semifinales, donde goleó al Madrid con un 6-0 en el encuentro de ida. El Madrid, con un futbolista menos desde el minuto 26, fue un juguete en manos del equipo ché. 
Claudio Ranieri era el entrenador de aquel equipo valencianista. El italiano había llegado la temporada anterior para sustituir a Jorge Valdano y había formado un conjunto serio y ordenado, donde brillaban por encima del resto dos futbolistas: Claudio 'Piojo' López, un delantero argentino menudo y habilidoso que rompía con su velocidad cualquier línea defensiva, y Gaizka Mendieta, un centrocampista joven, dinámico y polivalente con una gran calidad individual. El hombre que marcó el gol que lo cambió todo.
Superados los dos gigantes del fútbol español, en la final esperaba el Atlético de Madrid de Radomir Antic, que tres años antes había ganado el doblete. En el equipo rojiblanco sobresalía la magia de Valerón y Juninho, bien complementada por la velocidad en punta de José Mari y Lardín. Los rojiblancos llegaban a la final de Copa con el deseo de reivindicarse tras una temporada mediocre en la Liga BBVA, en la que terminaron en la 13ª posición y llegaron a coquetear durante algunas jornadas con la zona de descenso.
Se esperaba una final igualada y competida, pero el Valencia pronto impuso su ley. Abrió el marcador el Piojo en el minuto 23. Diez minutos más tarde, se produjo la jugada para la historia. Mendieta recibió un centro desde la izquierda y, rodeado defensas atléticos, se inventó una jugada mágica llena de técnica, potencia y habilidad, una genialidad al alcance de unos pocos. Fueron solamente cuatro toques: control con el pecho, toque con el muslo, sombrero con el pie derecho y, conforme el balón caía llovido, zurdazo a la red. Cuatro toques con los que fue despojándose de rivales y aproximándose a la portería. Cuatro toques para firmar un gol maravilloso que deslumbra visto aun hoy. Todavía hubo tiempo para que López asegurara el resultado, marcando el 3-0, pero el partido ya lo había cerrado Mendieta con un gol de bandera.

Aquella final rompió una racha negativa demasiado larga. El Valencia llevaba casi dos décadas de sequía, sin un título que llevarse a la boca. Desde la era 1978-81, cuando encadenaron Copa del Rey, Recopa y Supercopa de Europa, el equipo levantino no sabía lo que era levantar un trofeo.
El título sirvió además de refrendo para un bloque formado por una mezcla de veteranos curtidos en mil batallas (Cañizares y Milla llegaban rebotados del Real Madrid, Djukic había sido fundamental en el Súper Dépor, Carboni había tenido una sólida carrera en la Roma) y una joven generación de futbolistas llenos de talento: Mendieta, Farinós, Claudio López,Adrian Ilie y Angulo. Los primeros aportaban solidez y veteranía; los segundos, brillantez y atrevimiento. Unos y otros serían trascendentales en los siguientes años de éxitos valencianistas.

Las dos finales de Champions

Cerrada la temporada con el título de Copa, Ranieri abandonó el club, seducido por la oferta del Atlético de Madrid. Su lugar lo ocupó el argentino Héctor Cúper, que había realizado un par de temporadas sobresalientes al frente del Mallorca, convirtiendo al equipo isleño en finalista de la Copa del Rey. Cúper estaba considerado como uno de los representantes de la tercera vía del fútbol argentino, a medio camino entre el bilardismo y el menottismo.
Otro argentino aterrizó junto a Cúper, este para reforzar el centro del campo. Procedente del Zaragoza, Kily González era un interior de gran despliegue físico y excelente sentido táctico. También regresó de su cesión en el Alavés Gerard López, un mediocentro llegador que había sido criado en la Masía barcelonista. Estas adquisiciones, junto a las de Pellegrinoy Juan Sánchez, servían para apuntalar un bloque que ya estaba formado.
La novedad de la temporada 1999/2000 era la participación en la Liga de Campeones, competición que el Valencia no jugaba desde la temporada 1970/71. La expectación inicial ante la nueva competición se transformó en un viaje apasionante, lleno de momentos mágicos, con un par de goleadas para la historia. La primera llegó en cuartos de final, donde arrolló al Lazio con un apoteósico 5-2 en el partido de ida, jugado en Mestalla. El conjunto italiano, una potencia que acumulaba estrellas como Nedved, Stankovic, Simeone, Verón e Inzaghi, se vio desbordado por el vendaval valencianista desde el primer minuto, cuando Angulo marcó el gol que señaló el camino.

En semifinales, Mestalla volvió a vivir otra inolvidable noche europea contra el Barcelona. Urgido ante la necesidad de conseguir una renta notable que llevar al Camp Nou, un Valencia lleno de energía y ambición fue acumulando goles (Angulo dos veces, Mendieta, Claudio López), dejando la eliminatoria sentenciada con un 4-1. 
El Barça no pudo remontar la eliminatoria en el Camp Nou y el Valencia se plantó en la final después de haber asombrado a toda Europa con un par de goleadas sensacionales. Su fútbol, frenético y punzante, había desarbolado a dos de los equipos más potentes de Europa. La solidez del bloque defensivo (Cañizares bajo palos, con Angloma, Pellegrino, Djukic y Carboni formando la línea de cuatro), el talento y la movilidad de la medular (Gerard, Farinós, Mendieta y Kily González) y la velocidad de su pareja atacante (Angulo y Piojo López) formaban un equipo temible.
En la final de París, el rival sería el Real Madrid, otro viejo conocido de tradicional rivalidad. A pesar de que el peso de la historia jugaba a favor del Madrid, los blancos llegaban en un momento complicado, tras una temporada irregular, mientras que el Valencia se presentaba en la final crecido. A la hora de la verdad, en cambio, se impuso la experiencia merengue sobre la ilusión ché. Un cabezazo de Morientes, un punterazo de McManaman y un contraataque de Raúl rompieron el sueño valencianista. El 3-0 fue el final amargo para una temporada sensacional, unos meses de ensueño que se cerraban con la sensación de oportunidad perdida, con la sospecha de que probablemente tardara mucho tiempo en presentarse una ocasión igual.

Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Doce meses después, el Valencia volvió a vivir la misma experiencia. El escenario era diferente (Milán esta vez), el rival había cambiado (el Bayern de Munich) y el Valencia tampoco era el mismo: llegaba con la experiencia del año anterior y con la percepción de lección aprendida.
Para entonces el equipo había perdido a alguno de sus principales referentes. La sensacional actuación del Valencia en Champions había llamado la atención de algunos de los clubs más poderosos de Europa. Farinós y Claudio López emigraron al calcio italiano, mientras que Gerard regresó al Barcelona. Para cubrir su hueco en el centro del campo se fichó al francés Didier Deschamps, a Rubén Baraja y a Pablo Aimar. Orden, despliegue e imaginación para la medular. También llegaron en el verano de 2001 el gigante ariete John Carew y Roberto Fabián Ayala, un central argentino inabordable, en la mejor tradición de defensas sudamericanos de nuestra Liga BBVA.
Como sucede a veces en estas ocasiones, la final contra el Bayern tuvo más nervios que fútbol, más emoción que ocasiones de gol. El Valencia se adelantó muy pronto, con un gol de penalti de Mendieta, pero los alemanes igualaron pronto con otro penalti de Effenberg. A partir de ese momento, la tensión dominó el partido. Ambos equipos, perdedores de las dos últimas finales, temían cometer un error fatal. La final terminó abocada a la tanda de penaltis, donde, en una serie agónica, con fallos por ambas partes, el Bayern fue mejor.

Y por fin llegan los títulos

En el verano de 2002 abandonaron el club los dos grandes iconos de las dos últimas temporadas, ambos con rumbo a Italia. Héctor Cúper firmó por el Inter y Gaizka Mendieta por el Lazio. Con la marcha de ambos se cerraba una etapa en la historia del Valencia, dos años de inolvidable periplo europeo. Pero lo que parecía un punto final en realidad solamente fue un punto y seguido. Porque, aunque el Valencia no volvió a jugar una final de Champions (esa espina quedaría clavada y aún lo sigue hoy), en los siguientes años, con Rafa Benítez en el banquillo, el equipo continuó la senda marcada por Ranieri y Cúper. Los títulos, esquivos durante los dos últimos años, empezaron a caer.
Remozado el equipo tras la marcha de los principales baluartes del bienio reciente, Aimar tomó la batuta del equipo, con Albelda y Baraja como guardaespaldas, mientras Carboni, Ayala y Pellegrino seguían aportando solidez a la zaga. De la cantera ché surgió entonces un joven extremo, rápido y habilidoso, que pronto se convertiría en pieza clave en su club y en la selección española.
El Valencia encontró en la Liga BBVA lo que la Champions le había negado. De la mano de Benítez, el Valencia, que desde 1971 no sabía el Valencia lo que era levantar un título liguero,logró romper tres décadas de sequía. En un mano a mano apasionante con el Real Madrid de Figo, Zidane y Raúl, los valencianistas superaron a la escuadra de Del Bosque en una gran recta final de temporada.
Liberado al fin del peso de las finales perdidas, el equipo de Benitez repitió jugada dos años después, en la temporada 2003/04, logrando un doblete histórico. Por un lado, la victoria en la Liga BBVA (hasta la victoria del Atlético el año pasado, el Valencia había sido el último equipo en ganar la Liga BBVA, Madrid y Barcelona aparte); por otro, el triunfo en la Copa de la UEFA, derrotando en la final al Olympique de Marsella de Barthez, Flamini y Drogba por 2-0. Vicente, de penalti, marcó el primer gol valencianista.

Tras el doblete, Benítez salió del Valencia para fichar por el Liverpool, cerrando, ahora sí, una etapa trascendental para el valencianismo. En los siguientes años, el club se mantuvo entre la aristocracia de la Liga BBVA, clasificándose habitualmente para la Liga de Campeones, pero sin repetir las actuaciones de aquellos años. Cañizares, Marchena, Albelda, Baraja, Angulo y Vicente sirvieron de nexo de unión con las siguientes generaciones. Los triunfos regresaron en 2008, con la victoria en la final de la Copa del Rey frente al Getafe. Aquel fue un final feliz para una temporada convulsa, difícil para el valencianismo.

Más de una década después de aquellos días de gloria, El Valencia de Nuno puede mirarse en el reflejo de aquel equipo para buscar su propio camino. Otamendi y Mustafi, la pareja de centrales de moda en la actual Liga BBVA, han cogido el relevo de Ayala y Pellegrino. La solidez de Kily, Deschamps y Baraja la aportan hoy Javi Fuego, Enzo Pérez y André Gomes, mientras que la fantasía de Mendieta y Aimar está ahora en las botas de Parejo,Piatti y Rodrigo. En la delantera, Paco Alcácer y Negredo han heredado el espíritu goleador de Claudio López, Angulo o Carew. Son nuevos tiempos para el valencianismo, pero la ilusión es la misma que hace 15 años, cuando se codeó con la aristocracia europea, cuando jugó finales continentales y ganó títulos.

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