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Un tipo duro
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Un tipo duro

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Carlos Puértolas

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La televisión ha hecho mejor al fútbol. Las cámaras HD y 4K capaces de enseñar hasta la última gota de pis de la difunta Romareda han logrado que lo malo y los malos no queden impunes. Los cuatreros ya no salen indemnes y quienes llevan fama de ello y no lo son, tampoco. Juanito fue un tipo duro de verdad pero noble. Un muchacho canario de gesto incómodo y facciones despiadadas que desplegó su fútbol en los días de ruido y furia. Le colgaron mil etiquetas, muchas merecidas y otras no tanto. La Puerta14, años después, descubrió toda la verdad. 

En el fútbol de los 80 y principios de los 90 era imposible saberlo todo. Los resúmenes benévolos de Estudio Estadio provocaron que pagaran justos por pecadores. Sí. Que los malos y los buenos los cortase el mismo patrón blanquecino los domingos por la noche. Después llegó Canal Plus con Robinson y Nacho Lewin para enseñar lo que el ojo jamás había en El Día Después.

Paco Santamaría ha visto casi todo en el fútbol: peloteros buenos, malos, altos, bajos, rubios, morenos, caros y baratos; sabía dónde estaban y cómo ficharlos. Un día decidió marchar a las Islas Canarias a comprar músculo y carácter. Por allí despuntaba el pequeño de tres hermanos de una familia muy humilde; un central potente, criado en el fútbol de la calle, ese en el que las patadas y los goles son sólo un mecanismo de supervivencia. Su aspecto agresivo, barba descuidada, y una especie de greña desvencijada que ocultaba su nuca le hacían temible. Su juego más. Juanito había ascendido a Primera División con Las Palmas aunque en su currículum había muescas de infinidad de clubes de barrio, justo lo que buscaba Santamaría para su libreto en Zaragoza. Habló con Las Palmas, negoció y lo compró. Sin zarandajas, vueltas ni revueltas, así de sencillo.

La Puerta14 ha conocido a decenas de muchachos canarios. Muchos pisaban la península por primera vez a los dieciocho años sin saber ni lo que es el calor ni el frío. Se compraban un abrigo tras aterrizar en Barajas y lo regalaban gustosos antes de volver a su isla. Juanito había nacido a unos metros de la playa y crecido entre temperaturas templadas. Confiado en sus bambas subió a la guagua rumbo a una ciudad donde se suda de verdad. Aquel verano de 1987 fue tremendo y, entre que a Juanito le gustaba muy poco correr y que el sol de agosto caía a plomo, tan solo respiró un poquito en la pretemporada de Biescas. Lo mismo le ocurrió con el frío. Durante el invierno, en la Ciudad Deportiva apenas se le intuían los ojos. Cubierto por mil capas y gorros veía envidioso como Señor o Fraile salían al verde de Cuarte con una sudadera fina y un calcetín corto. Lo dijo al Periódico de Aragón: “Ustedes están locos”. Al final, Juanito se adaptó.

Coincidió con ellos y con otros buenos futbolistas. Con tipos de calidad a los que sólo les faltó un empujón para pelear con los grandes de verdad: el propio Señor, Pineda, Juliá, Rubén Sosa, Cedrún o Casuco. Aquí encontró un club cercano, un lugar familiar en el que podía hablar igual a los compañeros de vestuario, los empleados de las oficinas y la junta directiva. Todo estaba cerca y todo era accesible.

Lógicamente aquel vestuario tampoco vivía en los mundos de Yuppie. Había sus grupos, sus filias y sus fobias. Juanito selló una fuerte amistad con Rubén Sosa y con Fraile y congeniaron con sus parejas compartiendo comidas, cenas y celebraciones. Lo mismo que con Pardeza y Nasko Sirakov. Con otros, no tanto.

Precisamente, Rubén Sosa le había vuelto loco en un partido la temporada anterior. Le hubiera crujido tras sufrir las diabluras del Poeta. Afortunadamente el uruguayo fue más rápido. Los caprichos del destino les unieron meses después como blanquillos y a las órdenes de Don Luis Costa tejiendo una gran amistad. El míster se ponía taquicárdico cuando Juanito sacaba el balón jugado desde atrás arriesgando más de lo debido y jugando con la salud de Costa.

La convivencia mejor o peor la marcan también los resultados. A esa positividad ayudó un buen Zaragoza que incluso se clasificó para jugar la Copa de la UEFA, la primera experiencia de Juanito en el circo europeo no la olvidará jamás. Cayeron con honores ante el Hamburgo alemán en la prórroga y tras pelearlo todo y acabar con ocho futbolistas.

Juanito asume su fama de defensa contundente y duro. Al delantero que le gustaba chocar, el canario le daba, según sus propias palabras “su tarjeta de visita” con los tacos o los brazos, los codos, la barbilla o con lo que sea. La falta de focos provocaba que las tuviera tiesas con más de uno dos y tres y saliese relativamente indemne de aquellas fechorías. Que tiemble un tal Carrasco. Vio muchas tarjetas sí, pero presume de no haber lesionado jamás a nadie. Y eso le honra.

Definitivo en su carrera fue un serbio del que hablamos no hace mucho en la Puerta14: Radomir Antic. A Juanito, como a tantos otros, le transformó. Antic intentó canalizar el fútbol de barrio y transformarlo en algo más vistoso. La bestia canaria debía domarla. Y lo consiguió. Tanto en Zaragoza como en Madrid donde quedaban a menudo a almorzar en el centro de la capital.

Pero sería terrible pensar que Juanito era un futbolista agresivo. Un piernas jamás debuta con la selección española. La navaja no era suficiente para jugar con los mejores y él sí lo consiguió. Fue un 15 de noviembre de 1989 en el Sánchez Pizjuán de Sevilla y ante Hungría en partido oficial. Luis Suárez (el bueno) apostó por Juanito como titular al lado de Manolo Sanchís, Chendo y el aragonés Villarroya e incluso metió un gol de falta. Míchel le dejó un libre directo que Juanito mandó al fondo de la red, rasa por el lado del portero. Lo celebró por todo lo alto y lo dedicó a sus padres a quienes, por cierto, compró una casa con su primer gran sueldo en el fútbol.

En 1990 llegó una oferta mareante del sur de Madrid. Allí un tal Jesús Gil cimentaba su enésimo proyecto liguero y se fijó en Juanito y en su mínima cláusula: 15 millones de pesetas. El canario fue de cara. Zalba le quiso renovar para venderlo algo más caro. Al final el acuerdo entre las tres partes fue total y Juanito marchó al Calderón.

Juanito se llevaba para siempre un hijo zaragozano y su primera experiencia entre los más grandes. 

Juanito vivió noches grandes pero ninguna como la que un grupo de Magníficos protagonizaron en Ellan Road una noche de 1966. Pero eso ya es otra historia.

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