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La mejor historia jamás contada

La mejor historia jamás contada

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Carlos Puértolas
Imagen del encuentro frente al Leeds
Imagen del encuentro frente al Leeds

Hubo una noche en la que el Real Zaragoza se hizo grande. Hubo una noche en la que todos se quedaron boquiabiertos. Hubo una noche en la que el fútbol rozó la  perfección. Hubo una noche en la que el fútbol se pintó sólo en blanco y azul sobre fondo marrón. Hubo una noche en la que todo fue sublime. Portentoso. Admirable. Extraordinario. Glorioso. Incredible. Marvellous. The best. Magnífico. Hubo una noche en la que el Real Zaragoza alcanzó su cénit. Fue en mayo y ante un equipo inglés. Fue en competición europea y lejos de la difunta b. Y no, no había una Recopa en juego sino una final. 11 de mayo de 1966, Ellan Road: Leeds United 1 – Real Zaragoza 3.

Los Magníficos consideraban los aeropuertos británicos como el salón de su casa. Aquel Real Zaragoza estaba acostumbrado a lucir palmito por los mejores campos de Europa y había viajado a las islas, una y otra vez, para enfrentarse a los mejores rivales; las últimas tres en apenas un mes: una a Inglaterra y dos a Escocia. Tocaba visitar, de nuevo la tierra de los Bobbys donde un equipo había empezado a jugar realmente bien al fútbol. El Leeds se había convertido en el club de moda, el subcampeón de la Premier y la entidad más vistosa de un balompié de barro, patadón y espinillera; el reto era mayúsculo: la final de la Copa de Ferias a una carta y en campo contrario. En aquel fútbol de pancarta, aguanís, radio y NO-DO en blanco y negro, eso de que los goles como visitante valgan doble, la prórroga y los penaltis no se llevaba.

El 20 de abril de aquel 1966 en La Romareda, los flamantes Magníficos habían vencido con mucha dificultad al Leeds. Sólo un penalti transformado por el legendario Carlos Lapetra al comienzo de la segunda mitad, desequilibró el luminoso en un duelo más que igualado. Fue un partido de alta tensión. José Luis Violeta (quien bien merece una Puerta14) y el británico Jonnie Giles se marcharon a la calle por roja directa a sólo cinco minutos del final. Cuentan las hemerotecas que el técnico de aquel equipo anglosajón de campanillas Don Rieve declaraba, minutos después del partido, su confianza en remontar y superar la eliminatoria en Ellan Road una semana después.

Y a punto estuvo de conseguirlo. En tierras inglesas y ante 45.003 hinchas justos, el Real Zaragoza sufrió y mucho para equilibrar la contienda. Sudó ante un equipo excelente, el apodado Dierte Leeds, el club en boga de las islas por su fútbol medianamente vistoso y por los resultados. Albert Johanneson les adelantó en el minuto 23, empató Darcy Canario en el 60 pero tres minutos más tarde, el legendario central white Jack Charlton, hacía el 2-1. El Zaragoza resistió media hora de torbellino inglés. Sitiado, el equipo dirigido por el checoslovaco Ferdinand Dauzic, aguantó como pudo y forzó el partido de desempate.

Los Magníficos estaban ante su último gran reto. Sólo les faltaba una gran lección en Europa para convertirse en leyenda, el último broche a un trienio de ensueño. Una moneda al aire, sí, una moneda al aire, decidió que ese desempate debía disputarse lejos de la Romareda, de nuevo ante casi 50.000 ingleses enfervorizados en el legendario Ellan Road.

Las trabas no acababan ahí. El partido había sido programado para el 3 de mayo pero el Leeds tiró de influencias y unas cuantas lágrimas para postponer el duelo. Pidió a la UEFA que retrasara el partido una semana; en sus filas no podían vestir de blanco dos de sus futbolistas más definitivos: Charlton y Hunter, los dos citados por la selección inglesa para jugar un amistoso ante Yugoslavia. Los dos peloteros excelentes pero sin el don de la ubicuidad, estaban obligados a jugar en Wembley y no en Ellan Road. Notablemente mermados sin ambos futbolistas, la UEFA atendió la sugerencia de los gallos y programó el partido para el día 11 de mayo.

Pero aquel Zaragoza no tenía miedo a nada ni nadie. El miedo es para los mediocres. Aquellos Magníficos estaban preparados para grandes batallas. Para peleas de verdad.

Las sorpresas no habían hecho nada más que comenzar. Don Rieve, sabedor del juego excelso que eran capaces de alcanzar Los Magníficos, telefoneó a los bomberos de Londres. Tiró de una argucia: convertir un estadio construido en 1897 en un lodazal de barro y agua. Aquel verde se destiñó en un marrón oscuro. Ya en el calentamiento, los futbolistas vieron como era necesario el doble de fuerza para hacer un pase que sobre el césped de cualquier campo de Primera División. Adaptarse o morir. Pelear, jugar y bailar. A partir de ahí, la alineación era de esas que se aprenden de carrerilla y para siempre: Yarza, Santamaría, Reija, Violeta, Irusquieta (quien por cierto, calificaba a los Magníficos de “señoritos”), Villa, Santos, País, Marcelino, Canario y Don Carlos Lapetra.

Tocaba ganar y los Magníficos lo sabían. El partido no pudo empezar mejor: en el minuto 1 Marcelino hacía el primero tras aprovechar una jugada personal de Villa que dribló a dos jugadores para servir el tanto al gallego.

Cuatro minutos más tarde, en el cinco, Villa se cambió el traje de asistente por el de goleador y anotó un golazo de disparo alto y cruzado. Según cuentan las crónicas de los diarios ingleses “aturdidos por la lluvia de disparos a puerta  del comienzo del partido, el Leeds United nunca se recuperó”. En el minuto 12 Santos hacía el tercero tras, de nuevo, jugada de Villa. Fueron tres pero pudieron ser muchos más. Un bombardeo titánico asoló con el Leeds y con cualquiera que se hubiera puesto por delante. La exhibición fue tremenda.

El dominio del Real Zaragoza fue tal que los titulares hablaban de Maravillas, del mayor espectáculo futbolístico de todos los tiempos. “Jugadas prodigiosas para desarrollar un fútbol magnífico por parte de los Magníficos”, reflejaba el Diario ABC.

Lapetra fue protagonista. En las crónicas cuentan que el “inglesito de Huesca” como le apodaron las crónicas por su pelo rubio, el muchacho que bajaba en su coche de motor trucado en un puñado de minutos desde la capital oscense a la zaragozana, lo dirigió todo. Pero Villa estuvo excelso. Anotó dos goles, asistió en otro y se coronó como el mejor entre los mejores, “Fútbol con duende”: “Para mí, se inició en la espléndida y pletórica inspiración de Villa….. En este primer cuarto de hora, Villa ha hecho tantas diabluras, ha dado tan buen cuero a sus compañeros , ha sido tan profundo y peligroso, que el equipo ha llegado a convertirse en una especie de flecha envenenada”.

En aquellos locos sesenta, las crónicas se dictaban por teléfono. El plumilla de Marca no se quedó corto en adjetivar la exhibición: “Ni soñándolo se puede vaticinar un partido más completo. Aquí donde se inventó  hace ya  un siglo el futbol asociación, el Zaragoza ha venido a dar una formidable, intensa, documentada, alegre, espléndida generosa, vibrante e inspirada lección de futbol”.

Lucirse se lució hasta Yarza, En la segunda mitad y tras un arreón inglés a la desesperada le dio tiempo a lucirse en dos intervenciones a los pies de Storry y Charlton. Impecable siempre, el vasco sólo cedió al final, en un desajuste defensivo que aprovechó el propio Charlton.

Sus mejores frases llegaron tras el pitido final: “Cuando el árbitro pitó el final del encuentro, la emoción fue inenarrable, porque el Real Zaragoza recibió formado en el centro del campo, la ovación más grande que jamás recibió nuestro equipo, ni aún en las tardes triunfales de La Romareda.  Aquello fue apoteósico. Los zaragozanos, que estábamos allí, no podíamos con la emoción. Todo parecía como un sueño fantástico…”. 

Los zaragozanos ni soñaban con verlo por la televisión. Las familias se agolpaban en los salones alrededor de radio, en voz de Paco Ortiz “La epopeya de Leeds puso calambres en el alma de los hombres de nuestra tierra. A través de Radio Zaragoza,  la voz de Paco Ortiz, caliente y apasionada enardecía y angustiaba a un mismo tiempo… En nuestra ciudad … solo un comentario: el encuentro de Leeds; y solo una gran alegría: la fabulosa victoria de nuestros hombres”.

Sí, el Real Zaragoza, como los grandes toreros de la época, tuvo que salir de nuevo a saludar y recibir una segunda ovación del público de Leeds. Y no, no ganó aquella Copa de Ferias cuya final se retrasó hasta el mes de septiembre pero sí la Copa del Rey. La hazaña en esa ocasión, había sido otra, más importante que aquel trofeo de Ferias.

Los Magníficos ganaron mucho e hicieron historia y un tipo llamado Don Simeón también. Pero eso ya es otra historia.

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