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El cocinero
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El cocinero

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Carlos Puértolas
Santi Aragón (Foto: MD).
Santi Aragón (Foto: MD).

Por respeto. Por casi devoción. Por admiración. Por todo, esta Puerta 14 apenas se ha atrevido a pasar de puntillas por aquel diez de mayo de 1995. Quizá porque en estos tiempos siniestros recordar aquello resulta casi obsceno. Regodearse en la gloria pasada dificulta asumir la oscuridad actual. Fuimos pero no somos. Y no sé si seremos, eso sólo lo dirá el tiempo. Jamás un Real Zaragoza nos llevó tan alto. Jamás. Un viaje de Murcia a La Romareda, de allí al Luis Casanova; del pérfido Urío al Sur de Madrid, del Calderón al Parque de los Príncipes y de París al cielo; así de sencillo. Fue un grupo irrepetible al que nuestra generación y la siguiente le debe algo más que un puñado de homenajes a través de esta humildísima Puerta 14

Ha llegado el momento de buscar en la despensa de la vieja cocina, las migajas que quedan de aquel menú. De buscar entre fogones al chef que cocinó, a fuego lento, el caldito primero, el besugo después, el ternasquito en su jugo y el más rico postre. Un tipo tranquilo de verbo seco, gesto serio, poca simpatía y clarividencia en su fútbol. Acento andaluz y apellido de la tierra, quizá por ello estaba destinado a triunfar aquí. Hablemos de un muchacho de Málaga: Don Santiago Aragón.

Este jovenzuelo de aspecto tranquilo mamó fútbol y papilla a partes iguales. Su padre jugó como extremo derecho en el Málaga de los años 60. Santiago Aragón padre visitó La Romareda magnífica e incluso se enfrentó a quien defendía aquella banda pero vestido de blanquillo: Severino Reija. Se retiró en la Balompédica Linenese con treinta y ocho años.

Santi desayunaba, comía y cenaba fútbol aunque esa tampoco fuese su comida preferida. En su Málaga natal formó parte de las ligas internas del colegio Maristas, en la capital de la Costa del Sol. Jugaba, se divertía y lo hacía bien. Muy bien. Pero nada más. Con doce años un pollito se acercó a su oreja: “¿Por qué no buscas un club federado?” Y Santi pudo decir no, pero dijo sí. Se enroló en el Puerto Malagueño Atlético Guimbarda para jugar tanto en categoría infantil como cadete. Y como en el patio de Maristas, fue el mejor.

Los grandes olfatean todo ingrediente que huele bien. Entonces no tardaron en olisquear la sabrosa gamba malagueña. Tres muchachos de aquel grupo fueron citados una semana en Madrid para llevar a cabo unas pruebas. Molowni, Del Bosque y Toni Grande les examinaron en la vieja Ciudad Deportiva y, sin dudarlo, se quedaron con el que jugaba en el medio. Unas semanas después pasó a formar parte del juvenil de todo un Real Madrid.

La residencia de la Fábrica en 2018 nada tiene que ver con la pensión en la que este malagueño inocente supervivió en la gran ciudad. De su casa en la Costa del Sol a una posada de mala muerte en la plaza Matute, donde sobrevivir y madurar. Allí se hizo mayor. Muchos abandonaron pero él no. Su sueño era ser futbolista y en el espejo, la quinta del Buitre abría un hueco de esperanza a los muchachos que querían ir, junto a ellos, a lo más alto. Primero el Castilla y, un 16 de abril de 1988 en Balaídos, al Real Madrid.

Cedido al Espanyol, al Valladolid y al Logroñés y devuelto a Madrid, para la historia quedará un tremendo golazo desde el centro del campo de todo un Bernabéu, en la Supercopa de 1991. Un tiro tremendo con el que batió al ínclito Zubizarreta. Se ganó portadas a cinco columnas pero no lo más importante, una puesto en el primer equipo.

Corrían tiempos demasiado convulsos en el Madrid de Mendoza. Desterrado por el fútbol total de Cruyff buscaba su identidad dando palos de ciego. Uno bien fuerte impactó en Santi Aragón quien tuvo que hacer las maletas para siempre, rumbo a Zaragoza. Aquí, Alfonso Soláns, con un acuciante problema en la enfermería, y tras haber perdido la final del Luis Casanova ante el Real Madrid de, también, Santi Aragón, le fichó cedido para los últimos diez partidos con opción de compra. Le sobraron nueve. En su debut marcó el mejor gol de su carrera al Tenerife

Víctor Fernández le eligió para dirigir el proyecto de su vida, para ser su prolongación en el campo. Todos con la misma filosofía y una hambruna terrible. Llegó Solana, Nayim, Belsué o Fernando Cáceres a quien llevaba en coche a diario desde su casa en el Paseo Ruiseñores hasta la Ciudad Deportiva sin cruzar al principio más palabra, que el buenos días, rutinario y cortés. Nada más. Llegaron los buenos para hacer lo bueno. Nacía la quinta de París.

Campeones de Copa en el Calderón y de ahí a Londres. Sí a Londres. Porque antes de llegar a París hubo que sufrir y mucho frente al Chelsea. Aragón fue quien salvó al Real Zaragoza de caer eliminado en Stamford Bridge con un recorte en la frontal, marchándose de dos azules y celebrándolo pensando en su hija nacida once días antes, junto a Nayim y Cafú. Lo gritos en el vestuario de Denis Wise que un día relató en El Periódico de Aragón, enmudecieron ante aquella jugada para la historia. Después, todos sabemos lo que pasó.

Esa paternidad no fue casual. Nueve meses antes, justo nueve meses antes el equipo había conquistado la Copa del Rey en el Vicente Calderón. En una misma semana nacieron los hijos del propio Santi, Chucho Solana y Gustavo Poyet.  

Él jamás se agobió en la cocina. Como los buenos chefs habló muy poquito, no se agobió, no se alteró nunca, simplemente jugó al fútbol. En sus piernas cocinó lo mejor de lo mejor con el ocho a la espalda y, desde la Puerta 14, le valoramos pero con tono tranquilo. La furia la gritamos con Esnáider, la pasión con Poyet y el orgullo de la tierra con Belsué. Con Cedrún, no sabemos qué. Pero a Aragón se le admira con tranquilidad, sosiego y delicadeza.

Vivió el ocaso de aquel banquete, la enorme panzada devorada a base de las mejores viandas de Europa y, también, un empacho que a punto estuvo de llevarnos a Segunda División; pero Santiago ni mucho menos perdió el amor por la cocina. Buscó nuevas recetas y nuevos pinches con quienes volver a diseñar y cocinar un buen menú. A uno lo trajo de Albacete, otros dos de Argentina y otro, a quien nombró primer ayudante, del País Vasco, de Bilbao: Ander Garitano.

Con El Vasco del Ebro cuajó una gran amistad. Garitano es el futbolista a quien antes la Puerta 14 compuso su coplilla al ritmo de un villacinco. Zurdo cerrado habló un idioma parecido al del malagueño.  Juntos siempre, en el vestuario les apodaron los hermanos De Boer, el zurdo Frank era Ander y el diestro Ronald, Santiago. Según contó, Garitano es de los pocos amigos de verdad que ha encontrado en el fútbol.

Uno y otro fueron protagonistas, por ejemplo, en el 1-5 del Bernabéu. Los dos titularísimos en un equipo que se quedó a dos pasos de ganar la Liga.

Los focos siempre enfocaron a otros. Primero a los de París, luego a los Morientes y más tarde a los Milósevic. Santi, por carácter, por convicción, por timidez o por yo qué sé, los evitó. Se reconvirtió y cuando tuvo que dar un paso atrás lo dio sin problemas, gritos ni palabras altisonantes. Dejó paso al resto y compuso desde atrás un platito sencillo con el que ganar al Celta, de nuevo, en Sevilla o ascender a Primera con Paco Flores en el banco. 

Fue lo suyo. Cocinar, cocinar y cocinar. Y ser maestro de cocineros. Con el ocho, sin más simpatía que su gesto adusto y se verbo breve.

Santi Aragón estuvo muchos años, Luis Costa más. Pero eso ya es otra historia.

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