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Carlos Puértolas
Once titular del Real Zaragoza de los magníficos
Once titular del Real Zaragoza de los magníficos

Acaban las rebajas. Cientos de anuncios, carteles, luces, banners y pegatinas bombardean los escaparates tentando con las mejores gangas para que el consumidor con menos cobres aproveche, pique y se lleve a su casa lo que ayer no alcanzaba y mañana, quizá, tampoco necesite. Lo bueno y no tan bueno por un poco menos. Aquí y allí. En el Paseo Independencia una tienda de toda la vida ya es marca de la ciudad. Muchos saben que quien la dirige fue un héroe nacional. Un muchacho menudo y rápido que jugó dos Mundiales, se perdió la Eurocopa de Marcelino ante la URSS por lesión y aquí ganó más. Siempre titular pero a la sombra de los rutilantes magníficos, su gusto por el buen fútbol lo muestra ahora en la moda. Severino Reija ofrece los mejores modelos en cuatro boutiques.
Reija nació en Lugo, en la calle San Roque durante la Guerra Civil, a apenas unos metros del casco histórico. Esa fue quizá la primera muestra del mensaje que perseguiría a Reija a este futbolista talentoso: estar al lado del cogollo.
Pronto, con apenas un año, se mudó a La Coruña junto a su padre, trabajador de RENFE, y sus cinco hermanos. Allí, junto al mar, empezó a darle patadas al balón. Primero en el Oza juvenil y después en el Deportivo. Su llegada al club de referencia de la ciudad fue definitiva para darle el primer impulso a su carrera. Durante dos campañas jugó de blanquiazul en Segunda División mostrando su rapidez en la banda derecha.
En Galicia a los pollos les llaman pitos, y este chico delgado y bajito todos le apodaron Pitín. En 1960, cuando llegó a Zaragoza lo primero que hicieron fue cambiarle el apodo. El entrenador César Rodríguez decidió adaptar ese nombre al acento aragonés: todos le llamaron Pitico.
Su migración a Zaragoza fue, de alguna manera culpa de la moda, el corte y la confección. En el centro de la Coruña un señor con gusto por las buenas telas tenía una sucursal de géneros de punto cuya central estaba en Zaragoza. El dueño de la marca, García Muniesa era, a la vez que sastre, vicepresidente del Real Zaragoza y su encargado gallego le dijo que por Riazor se movía un futbolista que se merendaba cada tarde la banda de Galicia en tres bocados. Hasta allí viajó Rosendo Hernández a quien le gustó y mucho, pero necesitaba probarlo en La Romareda. Para ello programaron un partido amistoso entre Zaragoza y Deportivo, exclusivamente para verle actuar. Tras noventa minutos Severino se convertía en futbolista del Real Zaragoza.
Pero inmediatamente y, casi de urgencia, tuvo que volver a Galicia. Reija estaba haciendo el servicio militar y, en el cuartel no dio explicación ninguna de su viaje a Zaragoza. El mando dio parte y el ejército le dio por prófugo. Inmediatamente y tras el partido cogió un avión y se presentó en el cuartel donde permaneció más de un mes hasta que todo se arregló y pudo volver a la capital del Ebro, esta vez, para quedarse para siempre.
Fue uno de los primeros ingredientes de los cinco años más importantes de la historia del Real Zaragoza. Llegó en el 59 y por aquí se encontró a un jovencísimo Lapetra. Oscense y gallego fueron las primeras piedras antes de que llegaran el resto. La zona izquierda, uno de carrilero y otro de lo que le daba la gana formaron la mejor banda del fútbol español durante más de un lustro. Tenían un código muy personal. Si Lapetra tenía el balón, Reija salía como una bala rumbo a la línea de fondo porque sabía que el balón marcharía directamente al pie, medido y perfecto para hacer el mejor centro y que cualquier delantero o el propio Carlos hiciesen gol. Reija contó a El Periódico de Aragón que se consideraba más un extremo que un lateral.
Su pundonor lo mostró en cada partido. Tenía calidad y tenía garra. Tenía toque y tenía hambre. Se pegaba a su marca como una lapa hasta casi asfixiar su aliento. Severino mordía cada vez que salía al verde y era el complemento perfecto a unos Magníficos que ponían más finura (“son unos señoritos”, decían algunos) que colmillo.
Aquello llamó la atención del seleccionador nacional Pablo Hernández quien una primavera del 62 le llamó para debutar como internacional ante la desaparecida Checoslovaquia. Pocas selecciones han aglutinado tanto talento como aquella: Gento, Luis Suárez, Del Sol, Carmelo Cedrún, Santamaría y, después Alfredo Di Stefano formaron un grupo tremendo en el que, una vez más quedó demostrado que, para ganar algo, no sólo se necesita ser muy bueno.
Reija mandó y mucho. Su carácter fuerte le llevó a convertirse en varias ocasiones en capitán de la selección española. Para la historia queda un partido precisamente en Checoslovaquia pero cinco años después de su debut. Al otro lado de telón de acero no sonó el himno de España sino el de Riego. Ni uno movió un músculo, quizá por no saber qué canción era aquella. Al llegar al vestuario contó que el delegado de deportes y el presidente de la federación les abroncaron a todos por no haber roto filas ante aquella letra denostada en la España franquista.
La selección no se cimentó en el Zaragoza aunque aquí había mimbres para ello y más. Reija jugó dos Mundiales, el del 62 en Chile, que aquí se veía dos días después de cada partido y el del 66 en Inglaterra, en el que mostraron las primeras repeticiones de las mejores jugadas. En el del 62 la mala suerte se cebó con Severino al romperse el menisco en el primer partido.
Cuatro años más tarde, en aquel 66, nadie se explica por qué no acudieron José Luis Violeta, Villa o Santos quienes se quedaron en Zaragoza viendo como Marcelino, Lapetra y él mismo volaban por enésima vez a la isla. Los futbolistas del Calcio pesaron más: Suárez, Del Sol y Peiró. Y ni unos ni otros se adaptaron a dos estilos diametralmente diferentes que chocaron en el verde y fuera. Tras caer en el primer partido, ganaron el segundo y vieron como la fría Alemania le daba la vuelta al marcador en los últimos diez minutos del tercero. España, la campeona de Europa, se volvía a casa.
Y no pudo estar en la gloria del 64. Un fortísimo esguince de tobillo le impidió saltar al verde, a pesar de pasar, según cuenta, unos días fenomenales. El seleccionador Vilallonga le invitó a forzar, pero no pudo y se quedó sin premio oficial pero sí honorífico fuera del Bernabeú.
La realidad y el mito se mezclan en aquel grupo de ensueño. Es verdad que Los Magníficos eran gente especial, con un ego enorme ganado a golpe de fútbol, pero tampoco llegaba a las fiestas desmedidas de las que se les acusa. Salían. Lo pasaban bien. Tenían sus caprichos. Como todos. Punto.
Problemas tuvo con Marcelino Martínez Cao. El futbolista no estuvo con el resto del grupo viendo aquella finalísima de 1964 en el Bernabéu y sí se le vio en el NODO, según dice, vestido con una bata blanca, junto a Martínez Bordiú ya en Barcelona. Estaba al otro lado, en lugar de estar con sus compañeros. Ni recogió el premio, ni dio la vuelta de honor, ni nada de nada. Marcelino estuvo a punto de no jugar la final de Copa de Ferias ante el Valencia que se disputaba días después. Pidió perdón y le dijo al entrenador “métame y gano la final”. Y la ganó.
Como todos los equipos grandes, los Magníficos también tuvieron su cenit y el proyecto se hundió. En 1969 dejó el fútbol junto a su hermano de banda, Carlos Lapetra. Sólo faltó una Liga, dice.
La moda apareció en su vida como podía haberse dedicado a mil cosas más. Se rodeó de gente entendida y a la vez, aficionados al fútbol, lo que le ayudó y mucho en sus comienzos. Reija siempre fue avispado y aprendió de corte y confección lo mismo que de fútbol. A base de golpes se convirtió en un empresario de éxito y hoy sabe tanto de telas como de verde.
Un dato más: sus rebajas en Reija de este enero han sobrepasado el 30%.
Para números un 5-2 legendario. Pero eso ya es otra historia.

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