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Mi gran noche
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Mi gran noche

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Carlos Puértolas
Los jugadores del Real Zaragoza celebran la gesta de vencer a los galácticos del Real Madrid en la final de Copa del Rey de Montjuic en 2004
Los jugadores del Real Zaragoza celebran la gesta de vencer a los galácticos del Real Madrid en la final de Copa del Rey de Montjuic en 2004

Fue nuestra última gran noche, como la canción de Raphael y como la película de Álex de la Iglesia. Fue la última vez que tocamos chapa, la última vez que campeonamos, la última vez que el fútbol nos envidió. Fuimos campeones. Desde entonces nuestro camino ha estado repleto de espinas, bilis, trileros, ladrones y penas. Hoy vagabundeamos en Segunda División pero aquella noche fuimos grandes. Los más grandes. La Puerta 14 estuvo allí y lo vivió abajo, entre la multitud frente a un Real Madrid invencible (hasta entonces) de Queiroz. Entre la gente buena con la cara pintada de blanco y azul; en lo más alto de una ciudad que aquel día, fue más avispa que merengue. Desde primera hora y hasta el final. Fue la última gran gesta de un club que aquella noche, enfermó.

Conseguir una entrada fue de héroes y de villanos, a la par. Así como para la final de Sevilla sobró papel como para cubrir el fondo de la Cartuja, para la de Montjuic no. Un día antes, los aficionados se arremolinaban en los alrededores de las taquillas del club y allí estuvieron un puñado de valientes. Me libré de guardias y de zarandajas, gracias a que el Periodismo de 2004 se estudiaba en Pamplona y no en Zaragoza. Quizá eso me salvó de una noche dura y un amanecer complicado. La gente se puso nerviosa y más de uno se quedó sin entrada tras los empujones y pillerías que algún alocado de verbo sucio vomitó en más de un muchacho acongojado. Yo lo viví vía sms y eso quizá, fue lo mejor que me pudo pasar.

Amaneció soleada la mañana del 17 de marzo de 2004. Un triste miércoles seis días después de la mañana más infame vivida por un pollito de mi edad. Un rayo de sol estaba de más en un país que enterraba muertos y lágrimas. Los alrededores del Auditorio se convirtieron en una sopa de autobuses desde las siete de la mañana dispuestos a vivir aquella aventura. Nuestro chófer los pasó a todos, uno a uno. Unos refresquitos y unos bocadillos amenizaron un viaje, que más que un viaje fue una fiesta. Cantamos, reímos, bebimos y algún loco durmió. En aquel autobús hubo de todo y todo bueno. Llegamos los primeros porque pilotó el Fernando Alonso de los autobuses y en aquella explanada de Montjuic clavamos la primera bandera.

Quedaban muchas más por colocar. Las primeras en el barrio Chino, un tugurio de mala muerte donde vendían cerveza barata. Se agotaron los botellines de tercio, luego los de quinto y luego el barril. Aquel marroquí zaragocista, disfrutó de unas buenas vacaciones gracias a la generosidad de un puñado de chavales que, en aquel baño inmundo, se pintaron la cara como los guerreros que éramos. 

Nos encontramos muchos. Todos. Nos abrazamos y fotografiamos. Con Labordeta y con alguno más. Un abuelo barcelonés, de barretina y senyera, nos deseó suerte a nosotros, quizá para desearle mala suerte a ellos. Caminamos contentos y felices, rumbo a al estadio y llegamos de resaca a un lugar que, maldita sea, estaba demasiado lejos de aquel tugurio marroquí.

Allí nadie dio por hecho que el Madrid ganaría. Éramos el Real Zaragoza y habíamos ganado cinco Copas. Para ganar una final primero había que perderlas y de eso también sabíamos. Ninguno se sintió inferior. Ninguno se achicó ante Beckham, Guti, Roberto Carlos, Figo ni Zidane. Sí, Zinedine Zidane. La primera ovación llegó en el calentamiento y allí le dimos el primer mordisco al merengue. Éramos los mismos pero gritábamos más. Mucho más.

Aquel Zaragoza llegó entre algodones pero con más hambre que el Madrid. Víctor Muñoz, sí. Alineó a Láinez, Cuartero, Álvaro, Milito, Delio Toledo, Cani, Ponzio, Movilla, Savio, Dani y David Villa. Un  once repleto de internacionales y de jugones, de currantes y de futbolistas con más calidad en una uña que la suma de todos en los últimos seis años. Como la vida aquella noche sólo se podía ganar.

No salimos bien. Y no por el planteamiento. Víctor propuso una guerra de guerrillas, de espacios cortos, alientos en la nuca y fortaleza física. Era la única manera de tumbar a un gigante galáctico que hasta ese día sólo sabía ganar. El Madrid tenía el balón en horizontal y el Zaragoza se defendía como gato panza arriba. El primer gol llegó de la única manera posible, a balón parado. Sir David Beckham la colocó desde su casa y donde quiso, lamió el palo, y el balón lo recogió Láinez en la red. 

Nadie se asustó. Nadie dio un paso atrás. Habíamos empezado como en Sevilla, perdiendo, y a aquella fría noche le quedaba mucho por escribir. Un loco dijo que en frente estaba el Madrid, achicándose, y el resto le miramos mal. Los cobardes, que se aparten. Y se apartaron.

¿Qué hizo el Real Zaragoza? Dar un paso adelante. Guardar la ropa pero morder. Seis minutos le duró la alegría a la merengada. Toledo le pasó el balón con el tacón a Savio, el carioca se manchó los pies de cal y dio un centro al área, Solari se lo tragó (sí, el ex entrenador del Real Madrid) y Dani, el ex madridista Dani, el ex azulgrana Dani, el ex perico Dani, controló y remató con el alma al fondo de la red. Aquello fue tremendo. Explotamos. Fue increíble. Más que en Sevilla, más que en Valencia y más que en cualquier lugar. Más.

El árbitro les cogió la matrícula a Milito y a Álvaro Maior y les amonestó. El Zaragoza no llegó pero si controló el duelo. Pero ni uno ni otro cambiaron su intensidad. A un minuto del descanso Villa era absolutamente barrido por Guti. El asturiano cogió el balón más rápido que nadie, charló con Dani y no dudó. Los cobardes se volvieron a esconder y no miraron pero el resto sí. Villa, por la derecha de César, hacía el 2-1. Lo celebró como buen asturiano, escanciando sidra, la misma que nos emborrachó a todos y a todas. Carmona Mendez pitó el descaso y la marea se sentó.

Gritábamos más. Animábamos más. Y vivíamos la final más. Quizá porque, tras una liga más que complicada, no había nada más a lo que agarrarse. 
Empezó el segundo tiempo igual que el primero. Con otra falta directa a los dos minutos que se marchó a la red, esta vez en los pies de Roberto Carlos. Fueron los peores minutos del Zaragoza. El Real Madrid se hizo con la zona ancha y Movilla, Ponzio y Cani no hicieron otra cosa que correr y correr detrás de un balón manejado por los galácticos. Una mano de Láinez a un cabezazo de Zidane fue providencial. Y todo se puso peor en el 66, Cani se marchaba a la calle tras ver dos amarillas en apenas un minuto y dejaba al equipo con diez. Lo protestamos todo, es verdad. Cada una de las decisiones del colegiado, acertadas o no, eran vapuleadas por la masa. Aquello era una guerra y el pobre Carmona se llevó la peor parte. 

De nuevo había que hacer una guerra de guerrillas. Batallar cada balón en pequeños espacios y ganar cada uno de los enfrentamientos hasta llegar al minuto 90. Villa estuvo colosal, peleó todas, absolutamente todas las bolas. Todas. Ni una sola ocasión clara inquietó más a Láinez. Y el Zaragoza se creció: “Alé Zaragoza, alé alé”.  

Quedaban 30 minutos. 30. Sólo 30. Con uno menos. Hubo un momento en el que bajamos el listón pero fue Movilla quien llamó al orden mientras se preparaba para botar un córner. A los merengues nos los cenamos. Enteros. En el partido y en la prórroga. Entonces gritamos el “A por ellos oé, a por ellos”. Y casi morimos. La tuvo Zidane y la paró Láinez. 

En la retransmisión, todavía en youtube, se escucha al histórico Quique Guasch diciendo “y qué maravillosa la afición del equipo maño que está aupando a su equipo en post de conseguir esta victoria”. "Sí, da la impresión de que como lo necesita más, la afición está más entregada”, respondió José Ángel de la Casa. “Mucho más, mucho más”, reafirmó Guasch.

En el inicio de la segunda parte, cuando no quedaba más que suspiros, llegó el momento. Se acercó Movilla al área, amenazó con disparar en la frontal pero le cedió el balón a Galletti, el argentino, con el alma remató al fondo de la red. Gol, había sido gol. El gol. Fue la eclosión más impresionante que se ha escuchado en aquel estadio desde los Juegos. O más. 

Carmona anuló un gol al Real Madrid por fuera de juego pero debió expulsar a Zidane, cuando se le volvió a ir la cabeza. Pero se achicó. En sus labios se lee: “la siguiente va para ti”. Pero no hubo para más. Gritamos, cantamos y lo celebramos. Por todo lo alto.

Unos nos fuimos y otros se quedaron. Del postpartido lo debería contar todo Pedro Bellido en uno de sus berridos. Le invito a ello.

A partir de ahí, poco fue bueno y mucho malo. Pero eso, aquella noche, afortunadamente no lo sabíamos.

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