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Cordero con piel de lobo
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Cordero con piel de lobo

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D.M.
Paco Jémez con la elástica del Real Zaragoza
Paco Jémez con la elástica del Real Zaragoza

A Paco Jémez le conocí una tarde de primavera en la Universidad San Jorge. Visitaba Zaragoza como ponente de un curso de entrenadores organizado por el centro de Villanueva de Gállego. Acudí asustado, casi acongojado por las leyendas urbanas que envolvían a un tipo con fama de ogro y voz de lobo. Me preparé las preguntas en la redacción, una a una, con los datos bien contrastados. Llegamos con tiempo. Mimamos el encuadre y cuando llegó el ínclito Jémez, todo la parafernalia de trípodes, cables, micrófonos y demás zarandajas estaban listas. En ese momento el oso feroz, vestido con una camiseta cualquiera, unos vaqueros y zapatillas deportivas, se transformó en gato. En un tipo amable, educado y simpático que puso todas las facilidades para trabajar con tranquilidad. Respondió a todo, también a sus episodios más difíciles en la sala de prensa de la Ciudad Deportiva, contó que uno de sus hijos es zaragozano y anunció que algún día le gustaría volver a La Romareda, a entrenar como blanquillo. Las apariencias engañan, igual que las leyendas, dependiendo de qué voceras con lengua retorcida las cuente. Paco fue, sin duda, un tipo cercano.

Quizá ese carácter fuerte en las distancias largas y blandito en las cortas, le venía de cuna. El padre de Paco Jémez, Lucas de Écija, era cantaor de flamenco. Se ganó la vida sobre las tablas y Paco tetó de ellas. De familia más que humilde, su infancia la pasó en Córdoba, aunque no dudaba en viajar donde los zapatos y la voz se traducían en cobres. Eso sí, los progenitores de Paco tenían muy claro que debía estudiar, hasta COU, e incluso cursó un año de Ingeniería técnica.

Como en la vida del artista, este canario casi andaluz pisó todo tipo de tablas. Recorrió campos de tierra antes de pisar la hierba, vestuarios apestosos antes de respirar perfume de Primera. Tercera, Segunda B con el Córdoba, Segunda Murcia y Rayo Vallecano y, después, un legendario grupo con el que alcanzaría fama internacional.

Paco Jémez formó parte de aquel Superdepor que estuvo a punto de campeonar si Bebeto no se llega a esconder y Djukic a fallar aquel penalti maldito frente al valencianista González. Este tipo de pelo largo y sangre en el colmillo ganó una Copa del Rey (aquella que se disputó en dos días debido a la inundación del Bernabéu) y una Supercopa a la luz de la torre de Hércules. Jugó a un nivel estupendo, tanto que llamó la atención de un Zaragoza en reconstrucción.

Para el pelotero, viajar a la capital del Ebro era dar un paso adelante. Y no como tópico sino como realidad. Con el zumo más que exprimido en Galicia necesitaba un proyecto en crecimiento, un club en el que ganar no fuese una excepción y sí un acontecimiento relativamente frecuente.

Llegó, vio y venció. Paco entró en Zaragoza durante el verano de 1998 por la puerta más grande. Titularísimo para Txetxu Rojo, enseguida fue convocado con la selección nacional de José Antonio Camacho. Íntimo del de Cieza, fue uno de sus jugadores importantes. El 23 de septiembre de 1998 debutaba ante Rusia y de ahí no saldría hasta 2001. Respondió a la exigencia de La Romareda con buen juego y un rendimiento más que solvente.

Su mejor temporada llegó un año después, en 1999. Con su íntimo amigo Rojo (el de ¡Rojo vete ya!) en el banquillo fue uno de aquellos héroes que estuvieron a dos resultados y un puñado de errores arbitrales de convertirse en campeones de Liga. Asaltaron el Bernabéu con aquel 1-5 espectacular, y del que Paco recuerda que podrían haber quedado 1-8, y se quedaron a una decisión torticera de la Federación de que el himno de la Champions por fin, sonase en los altavoces de La Romareda. Eso y un Milosevic que, inquieto por la Guerra de los Balcanes, no pudo rendir más. Cuenta Paco, que entre cigarrillo y cigarrillo, marchó a su país en coche, a sacar a su familia del infierno.

Pero eso no era un título y Jémez sabía que en Zaragoza había que tocar chapa, sí o sí. Un año después, en 2000 y tras el fiasco Lillo y la salvación asegurada en la última jornada de Liga, llegó la oportunidad en Sevilla, en una final en la que Víbctor estaba seguro de que ganaban y los de Luis que la perdían.

Precisamente Costa aportó lo que necesitaba aquel grupo encabezado por Juan Esnáider: tranquilidad. Como en la vida misma aquella noche de junio en La Cartuja, ganó el que sabía ganar. Paco, con los ojos inyectados en sangre, paró a Mosbtovoi y a Karpin junto a los Aguado, Cuartero y Rebosio. Un partido de ensueño en una estadio donde hacía calor como para hervir cualquier tipo de miedo y convertirse en valentía. Los de la Rianxeira se quedaron sentados viendo como el león mordía la cuarta.

Aquel verano, el canturreo de Soláns cabrón tira de talón, se lo tomó al pie de la letra. En julio de 2001 llegó el fichaje más caro de la historia del Real Zaragoza, Goran Drulic, aterrizó la gran promesa argentina Luciano Martín Galletti y, después, un delantero de repuesto tras la lesión del balcánico: Mate Bilic. Nada salió bien. Un equipo diseñado para no pasar ni un solo apuro se le escapó de las manos y ni la fuerte voz de Paco ni la tranquila de Aguado fueron capaces de evitar un descenso que quedó sellada en la batalla campal de Villarreal, donde se vio lo peor de todos.

Las personas se visten por los pies. Paco lo hizo desde el primer momento. Con un abanico de ofertas mareantes de Primera División subió a la planta nobel de las oficinas y les dijo que, si planteaban un proyecto para ascender, él debía formar parte de él. Y lo cumplió. Junto con al minusvalorado Paco Flores, sin maletines viajeros ni nada parecido, aquel equipo ascendió por la radio, frente al Albacete. Precisamente aquella temporada anotó su único gol como zaragocista: fue un 24 de noviembre de 2002 frente al Terrasa, en La Romareda. Aquel tanto dio los tres puntos, en aquel arranque truculento de temporada con final feliz meses después.

Paco se pone de pie al hablar de otros de sus íntimos, Xavi Aguado. Catalán y canario se complementaron dentro y fuera del campo. Diametralmente diferentes, casi opuestos, como dos polos, se atrajeron. Junto a sus parejas y sus hijos crearon un vínculo familiar que se notó y mucho en el verde. Uno daba sosiego y el otro nervio. La sencillez de Xavi y la rasmia de Paco provocaron que esa fuese una de las parejas de moda de la Liga, una mirada era suficiente para saber qué necesitaba cada uno en cada momento.

Ese pundonor, en ocasiones, se salió de la taza. Los plumillas más veteranos todavía recuerdan como entró Paco enfurecido, con un Diario Equipo en el puño, a la sala de prensa de la Ciudad Deportiva, preguntando uno por uno, quién había escrito esto. “Estáis jugando con el pan de mis hijos”, gritó una y otra vez. Respondió una vocecita tímida: “Es mi periódico, pero es que yo no trabajaba ayer”. A más de uno el culo se le resbaló hasta caerse casi al suelo. Cuando aquella tarde en la San Jorge le pregunté por aquel episodio, Paco sonrió y dijo: “Es que algunos, sólo conocen ese lenguaje”. O cuando un árbitro erró en un penalti contra el Real Zaragoza y Paco volvió a responder “somos los gilipollas de la Liga”.

La vida de Paco está marcada por los once metros. Desde el punto de penalti perdió una liga y desde el punto de penalti perdió una Eurocopa, el que Raúl envió a las nubes más altas en la Eurocopa de 2000. Paco cree que, de ni haber errado, aquella España tenía muchas posibilidades de ganar el torneo.

De Zaragoza salió en 2003. Apenas disputó un partido durante aquella primera vuelta. Las llegadas del 'Mariscal' Milito y de su lugarteniente Álvaro Maior, encarecieron la titularidad. Jugó sólo 43 minutos, antes de salir rumbo al Rayo Vallecano, donde encontró un nuevo muro: los Ruiz Mateos.

Agotado por las mil batallas disputadas ante el Eurodiputado de Rumasa, muchas ganadas y otras perdidas, decidió dar un paso atrás y cambiar verde por banquillo.

Ese mismo, le espera ¿por qué no? Algún día en La Romareda.

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