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Un benasqués en la corte comunista
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Un benasqués en la corte comunista

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Foto autor
Carlos Puertólas
Francisco Güerri con la camiseta del Real Zaragoza (Foto: Rzfans).
Francisco Güerri con la camiseta del Real Zaragoza (Foto: Rzfans).

En Aragón vivimos 1.309.000 personas. Nada más. Y nada menos. Nada que ver con los más de seis millones de catalanes, cuatro millones de vascos, seis de valencianos o más de diez de madrileños. Ellos son más y por cosa de las matemáticas, sin duda, tienen más probabilidad de sacar jugadores de primer nivel. Un aragonés en Primera es un rara habis. Un objeto casi de coleccionista. Y más todavía un aragonés internacional con la selección española. Todo ha mejorado y mucho en los últimos tiempos, con el buen trabajo en la base y en los despachos, pero, años atrás, el ternasco aragonés en la élite resultaba todo un acontecimiento. El primero fue JuanJosé Nogués, un portero borjano del Fútbol Club Barcelona, que se estrenó en la Batalla de Florencia frente a una Italia poderosísima, en el Mundial  de 1934. Casi cincuenta años después llegaría el turno de un benasqués de golpeo duro y carácter fuerte: un futbolista veloz, Francisco Güerri Ballarín.

 Hubo un tiempo en el que los buenos lugares para estudiar, y más en las zonas rurales, eran los seminarios. Quien quería una educación avanzada acudía a un lugar entre muros, campanas y sotanas en los que aprender conocimientos y, también, deporte. Ocurrió en Barbastro. Allí los estudiantes mataban su tiempo entre libros y los enormes campos de hierba en la capital del Vero. En aquel lugar nació el primer equipo de rugby de Aragón y allí estudió un muchacho del Pirineo, amante de la montaña, con la ascensión a varios tresmiles en sus piernas, avispado, polivalente y sobre todo, trabajador, tremendamente trabajador.

Güerri era el mejor en el Seminario de largo, tenía unas actitudes envidiables, pero no valía con eso, no bastaba con ser el número uno, también necesitaba una buena voz y sobre un oído interesado que le llevase lejos. La primera apenas le llevó unos kilómetros: Robres. En categorías regionales, viajando de punta a punta de la ahora comunidad, siguió ganándose el pan y el futuro. Una tarde, por fin, el Real Zaragoza se fijó en el benasqués, para su equipo juvenil, después llegarían un tiempo en el Jacetano y más tarde el Deportivo Aragón en la campaña 1978-79.

El Real Zaragoza atravesaba un tiempo difícil. Agotada la época zaraguaya tocaba reciclar y reinventarse de nuevo, esta vez, apostando por la gente de la casa. Del Deportivo Aragón manaban buenos futbolistas perfectos para reparar y restañar las heridas del legendario Arrúa. Había que edificar un equipo sin egos, con peloteros con la tripa vacía y el hambre en el colmillo. El encargado de apostar por aquello fue el tipo que lo cambió todo: Vujadin Boskov. Lo primero que hizo el yugoslavo fue echar el balón al suelo y hablarle de tú a tú. Se habían acabado las carreras continuas, los trotes y los ejercicios sin pelota. Se trajo un líbero, Radomir Antic, apostó por la fortaleza de Camus pero también por el talento de Pichi Alonso o Valdano.Y todo eso trufado por buenos futbolistas de la casa: Belanche, Lafita, Pérez Aguerri, India, Barrachina, Vitaller o el gran Güerri.

Sólo cuatro meses le costó a Güerri convencer a Boskov como todocampista. Peleón, correoso, luchador y con buen toque de balón, Güerri debutó en La Romareda un 7 de febrero de 1979 en Copa del Rey frente al Cádiz de otro viejo conocido zaragocista, Roque Olsen, y con victoria cómoda por cinco goles a dos. Con apenas 19 años, había nacido una estrella. Un tipo capaz de abarcar todo el campo con más hambre que casi nadie. Entro para no salir, de aquel debut hasta el final de la primera temporada jugó en quince partidos más, nueve de ellos como titular. A Boskov no le dolía sacar a la gente joven. Si tenía que jugar, jugaba y punto.

Aquello llamó la atención de todos. De la selección sub-21, también. Un muchacho de veinte, titular en todo un Real Zaragoza de Primera División. Su debut como internacional llegó en plenas Fiestas del Pilar, un 10 de octubre ante Yugoslavia y con dos compañeros que años después, se convertirían en blanquillos: José Ramón Corchado y García Cortés. España empató a uno con gol del bueno de Güerri.

Aquel buen nivel, le dio un billete del que sólo pueden presumir unos pocos: el billete olímpico. Fue uno de los dos zaragocistas convocados para la cita de Moscú, la del Osito Misha, el veto estadounidense por la guerra de Afganistán y la sobriedad de un país oscuro. Allí estaba Canito, Lobo Carrasco o Sarabia. Güerri apenas jugó unos minutos ante la Alemania Democrática, que se llevaría el oro.

De aquellos días en Rusia guarda un gran recuerdo. Poco viajado, no conocía una Moscú que atravesaba el fulgor comunista. Calles de ocho carriles, edificios robustos y enormes, los siete rascacielos y la sobriedad de un país que miraba hacia adentro y no al exterior. Los rusos veían a los visitantes como Güerri, con pantalón vaquero y se abalanzaban a comprarlo. El benasqués, buena persona, los regaló a un ruso serio. Por experiencia personal, posiblemente no lo ha agradecido.

En la URSS apenas cosechó esos minutos y un osito Misha, la simpática mascota de aquellos juegos. Cuenta que menos cauto fue Víctor Muñoz quien se trajo un aparato enorme para hacer te. Con un armatoste más grande que él viajó de la fría Moscú a la cálida Zaragoza. Se quedó con Misha y con una imagen que marcó su vida: la de una mujer sentada al fondo del pasillo de un hotel, frente a una mesa, todas las horas del día, seria, sin mover un solo pelo. Contó a El Periódico que nadie supo qué hacía ahí.

Con Víctor tuvo una gran relación. Los dos peloteros de la casa, su vida sólo se separaría cuando Muñoz fue fichado por el F.C. Barcelona. Nadie le quitó el puesto, nadie. Pulmón absoluto del equipo fue titular con todos, con Ferrari, con Beenhakeer y con Luis Costa. Precisamente con el alicantino tocaría el cielo con la Copa del Rey de 1986. De goles supo poco, anotó diez en once temporadas, pero eso no fue problema para ser internacional absoluto y ahí se clavó su espina más importante, la más profunda: no acudir a una gran cita.

Debutó ante Francia, en el Parque de los Príncipes un 5 de octubre de 1983 ante Francia y como titular del combinado del mítico Miguel Muñoz y con gol de un compañero de equipo aquí en Zaragoza, Juan Señor. Disputó tres partidos más y fue testigo, desde el banquillo de la gran gesta española hasta los buenos tiempos: el 12-1 a Malta en el Benito Villamarín. No jugó pero sí lo celebró con todos. No recibió el premio meses después, Güerri se quedó en tierra y no viajó de nuevo a Francia para jugar la Eurocopa.

 Su salida llegaría en 1989. Tocaba una nueva revolución, la misma que había vivido cuando llegó se le llevó por delante una década después. Uno que había sido compañero suyo decidió que su etapa allí había acabado, Radomir Antic. Tocaba salir y marchó a Las Palmas, donde se asentó. Amante de la montaña no le hizo ascos a la playa y allí echó raíces, primero en el Insular y luego en el Universidad. Trabajador de una empresa pública de las islas, las vacaciones las pasa en Benasque, junto a los suyos. Su familia ha regentado toda la vida Casa Pey y su hermano mayor un discobar El Chema. Y su montaña, su Forau de Aiguallut, siempre en verano y con una radio con la que seguir al Real Zaragoza de su vida.

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