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Un partido de Best Seller

Un partido de Best Seller

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Manu González

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Al hilo del artículo de Dani Marzo sobre libros zaragocistas, no he querido pasar por alto la aparición del Real Zaragoza en una de las novelas más vendidas en España durante los últimos años, Patria, de Fernando Aramburu. Ambientada en Euskadi, la historia transcurre a raíz del anuncio de ETA de que abandona las armas. Las mentes de los protagonistas vuelven una y otra vez a un pasado que les atormenta pero que edifica su presente. Unos recuerdos marcados por la pérdida, el  dolor y la violencia. En medio de esta historia de rabia e injusticias provocadas por el nacionalismo y el terrorismo, aparece un encuentro del Zaragoza jugado en La Romareda. Un partido que sucedió de verdad. Aquel Real Zaragoza-Real Sociedad de 1990 ocupa todo un capítulo del libro, metido en la trama sin avisar pero dándose la importancia que se merece.

El partido se jugó una tarde fría de enero. La hija del protagonista se encuentra estudiando en Zaragoza, motivo por el cual su padre y hermano deciden ir,
aprovechando que tienen dos entradas para ver a la Real Sociedad en la grada visitante. El horario de partido es a las cinco de la tarde, la hora más mítica y
añorada para ir al estadio: cosas del fútbol moderno. Según Aramburu, "el Zaragoza ganó 2-1 gracias a un penalti que lanzó y metió su guardameta. A diez minutos para el final del partido el resultado aún era de empate a cero. El triunfo suavizó los ánimos de los aficionados locales, que ahora se limitaban a hacer cortes de manga hacia la hinchada blanquiazul". A cualquier lector ajeno al fútbol, el gol de un portero le parecerá un argumento más de la ficción, pero sucedió de
verdad.

José Luis Chilavert era el guardameta zaragocista por aquel entonces. El árbitro, Jiménez Moreno, señaló penalti a favor del equipo aragonés con 1-0 a favor (había marcado Sirakov el primero en el minuto ochenta) y el meta paraguayo, con una zurda magnífica (como demostró con los años), avanzó decidido hacia el punto de penalti. Tras ejecutar con calidad la pena máxima se tomó su tiempo para celebrarlo con todos sus compañeros, así que la Real sacó de centro rápido y Goikoetxea disparó y marcó desde el centro del campo con la portería vacía.

Eso último, que Aramburu no recoge en su novela, a muchos les pareció una frivolidad. El periodista José Antonio Ciria llegó a decir en la crónica televisada que hizo del partido que "el entrenador de un equipo tiene que estar por encima de los caprichos y exigencias del público, pero la norma no parece estar escrita para Antic (...) su frivolidad pudo costarle muy cara al Zaragoza. Tiene que aprender a diferenciar las pachangas de un encuentro de competición". El mito yugoslavo, recientemente fallecido, entrenaba al equipo aragonés, y en él sobresalían jugadores como Belsué, Señor, Pardeza, Vizcaíno o Higuera. Afortunadamente el 2-0 de Chilavert fue en el minuto 89, por lo que a la Real Sociedad no le dio tiempo a conseguir el empate.

Años duros en las gradas

Más allá de lo anecdótico y lo deportivo, Aramburu refleja la violencia que se vivía en aqueños años difíciles en todos los aspectos. ETA golpeaba con crueldad y el fútbol no era ajeno al conflicto vasco. "Y aún no habían salido los jugadores al campo cuando, desde el graderío contiguo, empezaron a lloverles los insultos: etarras, vascos de mierda, vascos asesinos y así. Ellos respondían cantando y agitando ikurriñas y banderas blanquiazules". El hijo del protagonista le tranquiliza: "Hay campos mucho peores que este. Es cuestión de acostumbrarse y practicar la sordera". Una parte amarga que constrasta con los buenos recuerdos zaragocistas de un escritor muy futbolero.

Estudiante en Zaragoza, Fernando Aramburu disfrutó en La Romareda, y no es casualidad que le dedicara ese espacio en su gran obra, Patria. El escritor ha manifestado en más de una ocasión su amor por el Real Zaragoza en redes sociales, opinando sobre el fichaje de Kawaga o luciendo orgulloso la camiseta blanquilla. Tal vez con Aramburu proyectara en sus personajes una nostalgia que le conecta con el fútbol de Zaragoza. Y es que por más triste que sea la trama y amargos los recuerdos, el fútbol, con sus gradas, sus resultados y sus bufandas al viento, acaba abriéndose paso entre las vivencias más personales de los protagonistas.

A veces como parte de la decoración: parece que pasa inadvertido pero resurge cuando lo asocias a un recuerdo que te marca, que encajas con claridad en el tiempo gracias a los partidos de fútbol que animan la vida. Así queda reflejado en la vida del escritor y sus personajes de ficción el único partido del Real Zaragoza en el que su portero ha anotado un gol.

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