El problema es Dimitrievski

A estas alturas del lunes, cuando todavía le dura al zaragocismo el enfado por lo sucedido ayer en La Romareda, convendría resaltar que la máxima culpa de lo sucedido en el terreno de juego no la tuvo un mal árbitro, sino un lamentable profesional y peor compañero. Aunque soy de los que piensan que en el fútbol, como en la vida, siempre tiene cabida la pillería, cuando se pasa de querer sacar ventaja en el juego tirando de inteligencia a pervertirlo de manera intolerable, alguien debería poner freno.

El desmayo de Dimitrievski debería ser puesto en todas las escuelas futbolísticas como el ejemplo de lo que alguien que se considera un hombre no debería hacer. Un hombre que se vista por los pies, se entiende. Hace falta ser desvergonzado para realizar la actuación del portero del Nàstic en La Romareda. Verse a sí mismo en la repetición de las imágenes tendría que causarle tal vergüenza que ya debería haber salido a pedir perdón públicamente. Ni lo ha hecho, ni lo hará, porque ya demostró en el terreno de juego el derecho por el que se debe mover también fuera.
Para mí, por mucho que el engañado tomase una decisión completamente errónea, el mayor culpable de todo es el engañador. Y justo después de él, el Comité Nacional de Árbitros que tanto respeto pide y exige. Si lo mereciera, esta semana el portero  debería ser sancionado con varios partidos. No creo que sea así. Y por eso seguiremos como estamos, pensando que los jueces que dirigen el cotarro tienen siempre la doble vara de medir: pedir mucho respeto y demostrar poco.
Y es que al final, Figueroa Vázquez es un actor secundario. Un actor muy malo, sí.  Pero mucho mejor en comparación a un tipo patético que ayer llenó de vergüenza su profesión. Ojalá se lo recuerden sus compañeros cada vez que salga a desmayarse a los campos de España.