Mi primera vez en San Mamés: El gol de Julen Guerrero a los rusos
En honor a la verdad no sé si fue el primer partido que vi en La Catedral, pero sí el primero que me viene a la mente y que recuerdo con más nostalgia. Y es que ese encuentro en San Mamés me dejó cierto sabor agridulce. Un encuentro que por cierto no fue del Athletic Club. Parto de la base de que en mi casa lo de salir de excursión con mis aitas no era algo habitual.
Lo más parecido, si cabe, era cuando me llevaban con ellos cuando salían a tomar unos potes por Romo. Lo de las excursiones era más con mis tíos. Así que, si contamos la anual visita a las barracas en fiestas de Bilbao y al tradicional partido de Euskadi en navidades, os diría que me sobran dedos para contar escapadas.
Por tanto aquel partido, víspera de nochebuena, que enfrentaba a la Selección de Euskadi contra Rusia es el primer recuerdo que me viene a la mente cuando pienso en mi primera vez en San Mamés.
Recuerdo bajarme en la estación de Matiko con mis aitas, también recuerdo el Puente de Deusto, no sé si porque dimos una vuelta antes de ir al campo o porqué. El caso es que son los flashes que me vienen de aquel día. Recuerdo las 2000 pelas que valían las entradas (mi ama no se cansó de repetirlo todo el viaje). Rememoro con nostalgia mi primera bufanda del Athletic. Aquella que tenía unas franjas rojas, verdes y blancas y que aún conservo con cariño.
Os decía antes lo de agridulce porque el mejor recuerdo que tengo de aquel día fue ver por vez primera a Julen Guerrero marcando en directo. ¡Y vaya golazo! Aquel misil tierra-aire de falta ante el que el portero eslavo nada pudo hacer salvo recoger la pelota del fondo de la malla. Era una selección con Cuco Ziganda, Zubi, Rafa Alkorta, Aitor Karanka… Podría indagar sobre aquel equipo, pero entonces no os estaría contando lo que recuerdo.
Recuerdo cierto temor antes de entrar al campo. Aquello era enorme para mi. Mastodóntico. Había más gente de la que había visto en mi vida. Una vez en nuestras localidades y arrancado el partido, recuerdo la sensación de pertenencia a algo. De sentirme parte de algo. Como que todos los que allí estábamos estuviésemos conectados por un sentimiento intangible. En aquel momento no hubiese sabido explicarlo. Ahora diría que fue como sentirme en familia con todos los que allí nos encontrábamos.
Al final del partido y de regreso a casa vino la parte agria de la historia. El tren de vuelta. El vagón atestado de gente. Todos hacinados en aquel Euskotren. La gente fumando. Sí millennials, en el tren se fumaba. Yo que no medía más de un palmo (eso tampoco ha cambiado mucho con los años) y rodeado de gigantes que me aplastaban hasta el punto de que casi me ahogo.
Hasta apearnos en la estación de Lamiako mi brazo estuvo desaparecido en combate entre la amalgama de seres que gritaban, reían, cantaban y yo solo quería salir de allí para poder ponerme a llorar en condiciones. Ya en casa prometí no volver nunca más a San Mamés en tren. Afortunadamente no eran más que las promesas de un mocoso de 11 años.
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