Noche de Marcelino y 'rosas'
Qué mal sienta que el Athletic Club se cuele en los 'banquetes de tiranos'. Deberían extender una alfombra roja para el advenimiento de los leones. Y hasta abrazar el credo de este 'caso único en el mundo'. L'Equipe. Rotativo francés. París bien le valió una misa a aquel rey descreído. Y al Athletic Club, saltar barreras, superar obstáculos. Vive. Vive. Porque es más fuerte que todo dolor y todo sufrimiento. Van ya 123 años. Con sus vacas gordas y flacas. Con espigas gruesas y famélicas. Como si un segundo 'bienio negro' se acercara. Mientras, el Club dirigido por Aitor Elizegi creía, o decía creer, en el proyecto de Gaizka Garitano. O, al menos, en su figura de entrenador al mando del equipo. Apuró. Apuraron. El presidente, los directivos, Rafa Alkorta al frente de la Dirección Deportiva. La situación se volvió tan tensa que el 'huevo cósmico' de Lezama estalló para que naciera de repente un universo llamado 'Marcelino'. "Era ahora o quizás nunca". Y fue así que Marcelino García Toral sé subió al tren de Lezama acompañado de una 'troupe' perfectamente orquestada.
La Supercopa. Esa final de La Cartuja con el sello dejado por Gaizka Garitano. Esa Liga Santander capaz, por tanto empate, de dejar "atolondrado" a Marcelino. Como si hubiera nacido ayer. "Hasta las narices" dijo estar tras el enésimo empate [1-1] en el 'Ciutat de Valencia' frente al Levante. Ultimo ensayo para tantearse entre sí los dos semifinalistas que buscaban 'lugar' para medirse ante ese Barcelona que agota así sea tan solo escuchar su nombre. Con el empate aquel de Melero e Iñigo Martínez habría de empezar a rodar el balón. Del Cerro Grande era el árbitro. Hay quien dice que el de Alcalá de Henares es el número uno. El juego, así pues, no estaría mediatizado. Pero sí, el partido en su previa. Seis días antes, en el duelo liguero, con el partido agonizando, Sergio León saltó al terreno de juego perfectamente aleccionado. Se trataba de buscar a Iñigo Martínez. Más concretamente, su boca. Hacerlo con sigilo. Al abrigo de miradas que no fueran las cámaras visualizadas por los que habitan la sala VOR. Como si nada hubiera pasado. Cuando, en realidad, todo lo que tenía que ocurrir había sucedido.
Uno, cocinero antes que fraile, o sea, futbolista antes de ejercer como cronista, sabe muy bien de qué había ido 'aquella cosa'. Sergio León, pegadito al 'kaiser' de Ondarroa. ¿A cuento de qué?
Su dedo, incrustado en la comisura de los labios de Iñigo, como aquel de Judas Iscariote señalando en traición a su maestro. No debería haber caído en la tentación de tomar justicia por su parte. Porque su mano sobre la mejilla de Sergio León habría de ser la prueba visual que se utilizaría para impartir 'injusticia'. El chivatazo de los árbitros del VAR. La redacción demencial del acta por parte de un árbitro novato. ¡Cuatro partidos! Iñigo Martínez no estaría a disposición de Marcelino. Él, ella. Ellos, ellas. Alguien. Algunos. Algunas. Uno no tiene constancia de quién se oculta tras el parapeto del Comité de Competición. El Comité que castigaba al Athletic con tintes provocativos. El tiempo corría en contra cuando el Club depósito su queja ante el Comité de Apelación de la RFEF. Deprisa, deprisa. Como si Woody Allen a las puertas del Tribunal Administrativo del Deporte. Era, en el día señalado, el tercer sopapo que el Athletic recibía.
El acta, por una parte. Las imágenes, por la otra. No 'casaban'. ¿O será verdad aquello de que "hay gente que ve pero no mira?". ¡Qué pena me das, Sergio León! A pesar de la palmada en el hombro de tu 'hombre' y las treinta monedas de plata.
Paco López. El Levante UD. "Los hombres de Paco". Entrenador elogiado en su día por Ezequiel Loza. En la previa de aquel cruce de Copa que el Levante superó marcando en las postrimerías de La Florida. Por eso pudo llegar a tiempo de medirse al Athletic. Sergio León, asaltando el campo para cobrarse su pieza. El árbitro. Tres instancias al servicio de la prevaricación. Tantos poderes, y, sin embargo, esa frustración que provoca el no salirse con la suya. Esa rabia que sienten cuando el Athletic vive tan intensamente porque "debe ser más fuerte que todo obstáculo y todo dolor". Vivir y jugar. Y hacerlo todo tan bien. Partiendo de ese gol que como vicio se le concede al contrario. Gol que no afecta porque consta en el contrato de cada partido. Asumido está. No duele. Se acepta con naturalidad. Porque ya de salida se sabía que había que marcar para meterse de lleno en la pelea.
Antes, admirar el juego de un Athletic del que Marcelino se 'desmarca'. "Nosotros nos dedicamos a dotar de herramientas a los futbolistas; ellos son los que corren [hasta los 125 kilómetros apuntó Marcelino], los que generan juego, los que defienden, los que atacan, los que marcan los goles". No he ido a Lezama desde que Marcelino llegó al Athletic. Pero al ver cómo tratan el balón, uno entiende que ese modo de transitar los espacios con el cuero de pie en pie es fruto de un trabajo concienzudo. No cabe la prisa. Ni los pelotazos. Se trata, más bien, de una labor de orfebrería mediante la que pretende llegar invirtiendo más tiempo pero con peligro que hacerlo deprisa y a la tremenda. En ese juego combinatorio uno aprecia reminiscencias de ese Marcelo Bielsa que sigue habitando la voluntad de Oscar de Marcos. Fue así, fruto de un ataque hermoso, que llegaría el penalti. A Rulo. Que se disponía a fusilar a Aitor Fernández. ¿Y el centro? De un tal Iñaki Williams. Se comió la banda izquierda: dicen que no corre, que es un vago o está cansado, que su sitio es la tribuna. Bestial es la aportación de la 'pantera' a la "idea" que pregona Marcelino García Toral. 'Rulo'. Perfecto golpeo el suyo Y ya van dos seguidos desde el punto fatídico.
El Levante, en su guarida. Paco López, asumiendo su inferioridad manifiesta, dejaba el balón en pies de los leones. "Qué guapo, qué bien", dice Blimunda mientras disfruta de este Athletic. La eliminatoria, igualada. Hay que ver cuánto talento se debe derrochar para que el Athletic termine doblegando a este Levante que ya ha caído en la cuenta de que tiene la cosa cruda. En la cuenta, también, ha caído este cronista. De que la prórroga acecha. De que llega. Y ya inmersos en ella, o recién comenzada, a punto de caer en la tentación de apagar la televisión. Ni treinta minutos añadidos ni lanzamiento de penaltis. El Athletic es ese hijo de un Dios que nos hace sudar sangre en la oscura noche del alma. Todo es huerto. Todo, olivos. Incapaz de darle al mando, paralizado. Pase de mi este cáliz, y no pasa el muy cabron. Cobra vida. Se me acerca hasta la nariz para que pueda olerlo. Me viene a la memoria el dedo traidor de Sergio Leon clavado en la comisura de los labios de Iñigo Martínez. Regreso a este partido tormentoso. A este cáliz que amaga con tocarme los labios. Labios capaces de saborear la hiel aunque no haya contacto entre el metal y la carne.
Fue entonces, cuando los penaltis acechaban como el tormento más cruel, que Berenguer arrancó con la decisión del que quiere hacer realidad un sueño. Centrado. Vertical. Dejando a un lado y otro rivales y compañeros. El instinto le forzó al disparo. El cuerpo de un granota se interpuso. Desvío crucial para convertir en estatua de sal el cuerpo de Aitor Fernadez. Él cronista se puso a gritar. Eufórico. Por el pase a la final. Por no tener que pasar por este tormento espantoso de los penaltis. La segunda final, asegurada. Frente al Fútbol Club Barcelona. Antes, la de la Real a la que nos llevó Garitano. En las vitrinas de San Mamés, el flamante trofeo de la Supercopa. ¡Cuánto en tan poco tiempo! Si en Fiorrenzza, el Síndrome de Stendhal al contemplar tanta belleza, en el Universo del Athletic, este 'Sindrome de Marcelino' que, en primavera, puede hacernos enloquecer.