Bizi Ametsa: Finales castradas en tiempos de pandemia

¡Qué difícil se está poniendo tratar de contarles historias y que éstas no tengan alguna derivada relacionada con la pandemia! Pónganse en un lunes cualquiera. No piensen sólo en el Athletic Club. En otro tiempo la prensa estaría inundada de resultados deportivos de todas las disciplinas: desde la quiniela tradicional, la futbolera, hasta la de caballos, que hubo -no se crean- un tiempo en el que la QH tuvo también su predicamento.

Hoy en estos tiempos pandémicos hay deportes en la crónica del lunes, por supuesto que sí, pero la muestra prácticamente se reduce a LaLiga de fútbol, la liga ACB de baloncesto, un poco de pelota y alguna carrera ciclista con protagonismo para los nuestros.

Hay actividad deportiva, a medio gas y a puerta cerrada, casi limitada al universo profesional y en el mejor de los casos televisada. Lo de que sea en abierto se ha puesto aun mas difícil. Deporte de sofá y con tarifa por streaming.

Por supuesto los resultados deportivos se cuentan en los medios, claro que sí, pero nos falta lo más importante: el barniz de las fotos, el aplauso en la meta, el grito de aliento en los momentos difíciles, el fervor en la euforia por un gol, el comentario recurrente sobre si la prueba deportiva colgó o no el cartel de no hay billetes… en definitiva echamos de menos el rostro de la derrota o el de la victoria a través de los ojos subjetivos de la gente.

El espectáculo deportivo, el del terreno de juego, la carretera, el frontón o el parquet sigue más o menos en los mismos términos de siempre pero ha perdido una parte sustancial de su encanto. A mí no me convencen estos ensayos sin público, es como si los Rolling Stones tuvieran que subir al escenario de un teatro vacío.

Falta quien jalee a la grupeta al paso de un sprint, el entusiasta que aplaude por una jugada virtuosa, el supporter que recrimina al árbitro por una mala decisión y aquel espontáneo que se levanta del asiento por una dejada magistral al ancho. Nos faltan todos los perfiles porque todos los aficionados llevamos uno de ellos dentro, y estamos huérfanos de emociones.

El deporte en la grada es un inmenso catalizador de sentimientos, un espacio para la empatía, la comunión y el desahogo. Vivirlo en casa es como el sexo virtual, como un viaje al paraíso sin sello en el pasaporte, mas triste que una ensalada sin aliño. Tiene un pase pero nunca será lo mismo.

Se pueden cambiar las reglas para que el show sea más atractivo visualmente, para que la realización televisiva gane o para tratar de atraparnos con artificios a los forofos con más mono, pero todo intento catódico se queda en sucedáneo porque no alcanza para nada la emoción o la intensidad que da vivirlo in situ.

Se me cae el alma a los pies cuando veo el estadio con monigotes en los asientos, es descorazonador escuchar hasta las conversaciones de los deportistas en el verde porque está la grada vacía. Deporte sin factor cancha y con ambientación grabada. Una chufa. Aunque los deportistas intenten dar su mejor versión en cada partido nada es lo mismo.

De eso sabemos mucho aquí donde siempre hemos presumido de un apoyo incondicional para llevar en volandas al equipo en las dificultades y auparlo en las grandes ocasiones.

La pandemia lo ha condicionado todo, también la histórica final del 3 de abril entre el Athletic y la Real Sociedad. Un sueño castrado. Un partido excepcional pero sin decibelios, sin alma, con las emociones en el plano individual y las celebraciones o los lamentos limitadas a las cuatro paredes del salón. Hagan el ejercicio mental de imaginarse cómo hubiéramos interactuado en una situación de normalidad.

Pregunten a sus sufridos compañeros de tribuna por cómo hubiéramos vivido la victoria en la Supercopa o el asalto inédito a las dos finales. Por no hablar de la hipotética celebración de un título de los de verdad. Cualquier comparación en este sentido deprime.