Las reglas de Valdés: cuando se apaga otra vez la luz
"Los agentes de Víctor Valdés han comunicado al FC Barcelona en la reunión mantenida esta tarde la decisión irrevocable por parte del jugador de no renovar su contrato, evitando así entrar a valorar temas económicos". Así de fácil y así de frío.
Con un comunicado remitido a la Agencia EFE, el 17 de enero de 2013, Valdés anunciaba que no seguiría en el Barça. Muchos pensaron que algo grave sucedía entre él y el club para que el portero titular del mejor equipo del mundo, que además había sido su casa los últimos 20 años, se quisiera marchar de esta manera.
Pero Valdés tiene razones que, a veces, la razón no entiende. Como la de volver al Barcelona cinco años después de desaparecer del imaginario culé sin despedirse de nadie para entrenar un caramelo como el Juvenil A y echarlo todo a perder en apenas dos meses y medio.
Tal vez su problema es que jamás ha querido estar donde el destino le lleva. Que fue el mejor portero de la historia del Barça (21 títulos y 5 Zamoras) sin querer ser portero si quiera. Y que nunca ha sabido gestionar lo que rodea a las grandes estrellas: la fama, el dinero y la presión de comportarse siempre como los demás esperan.
No lo hizo cuando, con 20 años, se negó a regresar al filial, desafiando al mismísimo Louis van Gaal, el técnico con mano de hierro que le había hecho debutar en el primer equipo. Ni tampoco cuando, en plena cresta de la ola, y año y medio antes de acabar su contrato, le dijo 'Sayonara baby' al Barça.
Cuando su rodilla crujió, en un partido de Liga ante el Celta en el Camp Nou, aquel 26 de marzo de 2014, ya lo tenía hecho con el Mónaco. Pero acabó en la fría Augsburgo haciendo maratonianas sesiones de rehabilitación.
"Vivía en un hotel y, para ir a la clínica, tenía que coger el tranvía. Eso me sirvió para que, después de muchos años, volviera a tocar monedas, a saber lo que vale un viaje, a pagar un café", desveló en una entrevista el portero de L'Hospitalet de Llobregat, que por aquel entonces tenía 32 años.
Parecía como si el universo le hubiera dado a Valdés, en aquella recuperación alemana, lo que siempre había anhelado: una vida normal, curtida en un anonimato que le permitiera ser realmente él. Por eso, ahora lleva consigo tres monedas que mueve discretamente durante los partidos y que le recuerdan a aquella etapa apartado de los escenarios futbolísticos.
Profesional honesto donde los haya, Víctor Valdés siempre ha ido de cara. Pero no hay que confundir tener un carácter fuerte, pero el exportero catalán nunca ha sabido cuándo ceder, cuándo seducir y cuándo imponerse.
Por eso, no se entiende que quienes lo volvieron a recuperar para la causa azulgrana pensaran que la segunda etapa de Valdés en el club sería diferente.
En La Masia, Valdés, que lo mismo retira a su equipo de un torneo de verano en Holanda, que se queja públicamente por no poder jugar en el Estadio Johan Cruyff, ha querido imponer el sistema, la alineación y la metodología y los horarios de los entrenamientos del Juvenil A, como si fuera el Moratalaz.
Y que no se presente a un acto con todos los entrenadores de las categorías inferiores o a la sesión de formación de Paco Seirulo como nuevo responsable de metodología no es de extrañar en alguien que ni fue capaz de asistir a la despedida de Carles Puyol, el capitán del equipo y uno de sus mejores amigos en el vestuario.
Y es que Víctor Valdés nunca ha llevado nada bien no poder ser él mismo cuando se apaga la luz. "Cuando se apague la luz yo estaré con los niños, enseñándoles lo que pueden llegar a ser cuando se encienda la luz. Pero yo ya no. Espero que, cuando se apague la luz, sea difícil encontrarme", afirmó una vez. Quizá ese sea su problema, que pocos clubes en el mundo atraen tantos focos como el Barça.