Desapego

Ese término. Malsonante incluso. Con el prefijo ‘des’ que ya denota negatividad por sí solo. Habría que darle una vuelta a otras palabras similares como la ya tan famosa ‘desescalada’, por ejemplo. Que no es descender lo escalado. O ‘descambiar’, que es deshacer un cambio. Por lo que no se debería usar como lo que haces con los regalos de Navidad. Porque lo que haces es cambiarlos, no descambiarlos. ¿No? ¿Y ‘destender’? Ésta ni la recoge la RAE pero se escucha bastante a la hora de recoger la ropa limpia y seca. ¡Ah! Y ‘desenfreno’. ¿Por qué el ‘en’? Si es quitar el freno, será ‘desfreno’, ¿no? Pero bueno, que tampoco estamos aquí para optar a un Sillón de la Academia y ya me está quedando el tema demasiado freak cultureta. Movidas de mi cabeza. Que duermo muy poco…

Desapego, sin ponerse muy técnico, básicamente, es lo que está sintiendo en los últimos tiempos el levantinista de a pie. Que ni siente ni padece ya. Que llega a experimentar la misma sensación si te pinta la cara el colista o si le rascas un empate al Barcelona. La nada. Ese peligroso estado flotante en el que la desilusión y el desánimo se apodera de cuerpo y mente hasta el punto de caer al último escalón de tus prioridades o, lo que es peor, en el olvido. Cuidado ahí.

No pasará esto con el Levante. Porque el fútbol es otra cosa. Y los colores, mal que nos pese a veces, se llevan dentro. La semana que viene estaremos ya hablando de nuevos fichajes, de cuándo empieza LaLiga Santander y de renovar, por fin, los abonos. Pero lo de estas semanas que llevamos es para hacérselo mirar. En el club granota y en la Liga en general. Solo hay que ver la poca, o mucha, acogida que han tenido las 5.000 entradas para despedir mañana la temporada ante el Cádiz CF en el primer partido con público en el ‘nuevo’ estadio. Y digo mucha porque, en mi opinión, no tendría que haber ido nadie. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Reza el refranero popular, tan sabio como implacable.

Lo que se merece ahora mismo este equipo es llegar al Ciutat el viernes por la noche pensando en una grada otra vez con su gente y seguir viéndola vacía. Aunque, sinceramente, a lo que son los jugadores tampoco creo que les importara mucho. Ellos están a otra cosa. En el palco quizá escocería algo más. Pero podría ser un primer toque de atención. Y ya. Bueno, la realidad es que lo ideal habría sido llenar el campo y que el levantinismo hubiera emitido su veredicto a este final de temporada. Pitos, pañuelos, pancartas… No sé. Igual demasiado ingenuo y fantasioso por mi parte. No es Orriols la exigencia personificada. Aunque sinceramente me da a mí que lo de estos dos meses atrás ha levantado astillas en la hinchada. Bastante harta en general. Y decepcionada.

No pasará. Ni este viernes ni en el primer partido del curso que viene. Porque ahí ya lo habremos olvidado todo. Y mañana, porque la cruda realidad es que ha quedado claro que la gente, el aficionado granota, ha desconectado. Hace mucho ya. Pasa de todo. Y eso es lo más grave. O lo más triste. A partes iguales. Poco más de 2.000 peticiones para volver al Ciutat. Cuando hace dos meses se hubieran necesitado dos campos para la semifinal copera ante el Athletic. Pero eso es lo que se ha conseguido con este tedioso y desgarbado ocaso. El desapego. Esa palabra. Mal sonante incluso. Como ‘chaflán’ o ‘sobaco’ o ‘calaña’. ¿No? Me mola más, por ejemplo, ‘plebiscito’. Eso es lo que merecería Orriols este viernes noche. Pero no, no pasará. Y a los hechos me remito. Que rima con ‘plebiscito’. Y con Paquito. ¡Y con Tito! Uff, más movidas... Lo dicho, que duermo muy poco.