¿Hacia dónde va el Levante?
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Lo peor de quedarse otra temporada en Segunda, tras no cumplir en Elda, es esa desafección que invade en el levantinismo
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Para avanzar, lo primero es pedir responsabilidades y asumirlas; la exigencia debe ser la premisa fundamental para cualquier proyecto
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La elección del entrenador es capital y en ese aspecto, Felipe Miñambres ha fracasado y solamente por ese detalle debía generar un debate interno
Me cuesta no dejarme llevar por la frustración y pegarle fuego prácticamente a todo lo que invade al Levante. Es complicado inyectarle raciocinio a una realidad desesperante y, sobre todo, a un futuro plagado de interrogantes. Esta recta final de temporada está siendo insoportable y aún quedan dos partidos en los que solamente pido acabar con dignidad y que no se agrave el panorama. Es de ensalzar a esos soñadores que creían en el milagro más grande de los tiempos y se plantaron en Elda en busca de un imposible. Y los imposibles son eso… imposibles. Más que nada porque si no cumples pues ya pueden pasar cosas extrañas que ni eso.
Y lo peor de quedarse otra temporada en Segunda, aunque las matemáticas aún digan que hay una pírrica posibilidad, no es simplemente la necesidad de tener que reconstruir el proyecto deportivo, con ese imperativo legal de cumplir con el marcaje financiero de LaLiga, sino esa desafección que invade en el levantinismo. Que se resquebraje esa unión es preocupante y con la toma de decisiones se corre el riesgo a que esa herida sea más profunda de lo que ya es.
La concepción de los fracasos
Porque por mucho que se intente desviar el foco, lo de esta temporada es un fracaso como lo fue descender y como también lo fue quedarse a las puertas del ascenso. Porque jamás he comprado que el Levante no subió por ese penalti que quedará para siempre. Por supuesto que fue cruel, pero sigo diciendo que a ese play-off jamás se tenía que haber llegado. No hace falta recordar las oportunidades que se dejaron escapar. O sí por si hubiera algún olvidadizo… Tenerife, Mirandés, Ibiza, el gol de Las Palmas (mal defendido) en el minuto 95 en el duelo liguero en el Ciutat y la cantinela de los empates (que esta temporada se han superado).
Lo que no sea entender que se ha vuelto a fracasar sería no querer ver la realidad, quedarse anclado y no avanzar. Y estoy seguro de que los jugadores lo piensan así (o por lo menos una gran mayoría) y es que además algunos lo han manifestado públicamente. La sensación que me queda es que ha calado tanto el discurso de que el ascenso no era una obligación sino una ilusión que se esgrime como una excusa para restarle gravedad al impacto que supondrá seguir un año más en Segunda por mucho que se trabaje en un plan de viabilidad sin el ascenso como solución innegociable.
La elección del entrenador del Levante 24/25
Lo primero para avanzar es pedir responsabilidades y asumirlas. La exigencia debe ser la premisa fundamental para cualquier proyecto. Pero a todos, sin escudos para no exponer a otros que también tiene su grado de responsabilidad. Y en esa reconstrucción, marcada por la herencia del pasado que se ha traducido en la asfixia financiera y la obligación de ajustar un fair-play excedidísimo, la figura del entrenador es capital. Y en ese aspecto, Felipe Miñambres ha fracasado y solamente por ese detalle (que ya es mucho) debía generar un debate interno alrededor de su figura, aunque tenga contrato en vigor (2025).
Lo de Alessio Lisci puede ser más debatible, pero ni la elección de Nafti, que vendrá el domingo con ganas al Ciutat al frente del Alcorcón y con la permanencia pendiente, ni la decisión de mantener a Calleja después del fracaso del ‘all-in’ fallido por el ascenso, ni tampoco la dualidad de funciones del propio Miñambres en las últimas quince jornadas y no traer un entrenador porque no había dinero ni para un café, se sustentan de ninguna manera. Pero pese a saber que se estaba metiendo la pata, aún muchos (y me incluyo) nos aferrábamos a un hilo de esperanza, simplemente por sentir el escudo, en esas victorias más a la heroica que por fútbol, sobre todo la del Elche en Orriols.
El marcaje financiero de LaLiga
No sé si vendrá Rubén Albés, Julián Calero, Luis Carrión, Jandro o cualquier otro. Una decisión que, por cierto, no será en exclusiva de Felipe ya que Danvila también tendrá voz y voto. Lo primero es saber qué perfil de Levante 2024/25 se quiere construir y adecuarlo con el entrenador idóneo (ya que son de libreto diferente) y, sobre todo, que sepa gestionar y mostrar la mejor versión de un equipo que sufrirá cambios y unos cuantos. Son pasos lógicos, tan fáciles y difíciles a la vez, condicionados por unas normas que hay que cumplir.
Hay una necesidad de venta de activos futbolísticos antes del 30 de junio por 4,5 millones de euros y luego está el coste de plantilla, de 16,4 como marcaron las cuentas del club antes de la Junta General de Accionistas, mientras que el límite marcado por la competición al Levante es de 4,7, según la actualización a febrero de 2024. Miñambres logró reducir los 21 ‘kilos’ que costaba el vestuario de Javi Calleja hace un año tras el no ascenso, pero el control de LaLiga sigue agobiando y debilitará la plantilla por obligación.
Ojo, ahí no le quito ni un pero a Felipe, que hizo un ejercicio de ingeniería para corregir el estropicio heredado. Con Andrés Fernández hasta 2025, ocho futbolistas acaban contrato: Joan Femenías, Capa, Postigo, Álex Muñoz, Rober Ibáñez y Blesa, además de los cedidos Álex Valle y Maras, cedidos por el Barcelona y el Deportivo Alavés, respectivamente. Muchísimos frentes abiertos. Muchísimas decisiones que tomar.