Esta vez tocó aprender
El Espanyol vivió una de esas tardes que tanto cuestan asumir, una de esas tardes que duelen... pero que enseñan. A veces se gana, otras se aprende. Que le pregunten a Rubi, a Borja Iglesias, a Darder... o a Mario Hermoso.
El Espanyol recibía al Sevilla de Caparrós. El de Machín pasó a mejor vida. El equipo que rompió la buena racha de la ida, ya no existe. No había defensa de cinco, ni florituras, ni centro del campo lleno de hombres de ataque. Llegaba el Sevilla de Joaquín Caparrós y eso, casi para todos los aficionados al fútbol, tiene mensajes inequivocos: defensa de cuatro, dos puntas arriba, presión, juego directo y mucho ritmo. Pues nadie parecía haberlo estudiado.
Apenas unos minutos de juego fueron suficiente para conocer lo comentado: el Sevilla dominaba a través de balones largos, aperturas a banda e intentos, sea por bajo o por alto, de balones al área. Todos lo esperaban menos, parece, Rubi y los suyos. Fue una lección para aprender.
El descanso sirvió para analizar, corregir y adecuarse a este 'nuevo' rival. El descanso sirvió para mejorar como grupo, pero no como individualidades. Esperaba otra lección de aprendizaje.
Cuando mejor estaba el Espanyol, un balón en profundidad enfrentó a André Silva con Mario Hermoso que, torpemente, de forma inocente, cometió el penalti que más podía molestar. Penalti tonto, innecesario pero justo. Penalti para dar vida al Sevilla cuando menos la tenía.
Mientras tanto, en la zona de ataque se vivía otra clase de Primera División. Borja Iglesias, que estaba superando en todas las acciones largas a Mercado y Carriço, entró en el juego de los dos veteranos centrales y perdió su referencia, su objetivo, para comenzar a pedir faltas y salir del partido.
Quedaban 30' y Rubi, que parecía no creerse todo lo que veía, llamó a Melendo. Otro chico con aprendizaje por delante. Y todo cambió.
Melendo traía los apuntes de casa, aportó dinamismo, liberó a sus laterales, ayudó a sus compañeros y conectó a los delanteros. El Espanyol comenzó a comer terreno, embotelló a un Sevilla que venía de una prórroga y un golpe moral en Praga y comenzó a ver mucho más a Juan Soriano -que acabó expulsado- que a Diego López.
Sin embargo, todo el esfuerzo, el ímpetu, la entrada de delanteros, los balones colgados al área, los ánimos y los pitos en cada pérdida de tiempo sevillista, fueron insuficientes. Por si fuese poco, con una amarilla, Darder se encaró con Juan Soriano al final del partido, recibió la segunda amarilla y será baja en el siguiente encuentro.
Era demasiado tarde para ganar después de los errores. Esta vez tocó aprender.