Impropio de lo que conocíamos

Irreconocible. Impropio del Betis. Al menos del Betis que conocíamos hasta ahora. Cuarentaicinco minutos de incomparecencia bastaron para que el Sevilla FC ahondase en las dudas de un equipo condenado por enésima vez por sus carencias defensivas. Sin frescura mental ni rapidez en las piernas. Un derbi en el que lejos de incomodar como acostumbra, desestimó una oportunidad única para asestar un terrible golpe anímico al eterno rival. Rebló ante el empuje local y terminó subyugado por lo que propuso su rival. Lo que debe ser un accidente pero no por ello es menos doloroso. Una imagen impropia un equipo acostumbrado a ganar y someter a los contrarios, cuya tardía reacción fue insuficiente para obtener un botín mayor.

Y es que el equipo, salvo acciones puntuales tras el descanso, ni compareció. Impropio del Betis pero también de Pellegrini, al que poco hay que recriminarle, pero siendo leales con la verdad erró en el planteamiento. Desacertado en la primera vuelta y en el de este domingo. Ya le ganó dos veces el planteamiento Lopetegui. Apostando por un guardameta (Claudio Bravo) que acumulaba mes y medio sin competir, pese a disponer de otro a un grandísimo nivel de forma. Con Edgar derribando la puerta de la selección, primó la experiencia de Víctor Ruiz pese a saber de obra lo que sufre con los balones a la espalda. Y siendo siempre su principal arma la pelota para someter a los rivales, terminó entregando la cuchara desde el inicio.

Porque la posible roja a Acuña, que bien podría haber cambiado el partido, no debe ser excusa. Le faltó profundidad, poso y pausa en la medular, frescura mental y clarividencia en las ideas. También le faltó ese veneno que tanto se requiere en los derbis. Echó en falta abrir más el campo, una chispa de velocidad en las bandas, hacer daño con la presión a una defensa que parecía muy mermada y buscar las cosquillas a un rival con mucho que perder.

Con todo eso no se metió en el partido porque no le dejaron. O no quiso del todo. Y cuando lo hizo, ya era demasiada parte. Mejoró con la entrada de Joaquín. Un tipo de 40 años que no se arrugó. Agarró fuerte la capitanía, honró lo que portaba sobre el pecho y desquició a los rivales con chispazos de una calidad innegable. Lo intentó, abrió el campo, dribló y fue más vertical que de costumbre, pero el equipo no acompañaba.

La tuvo Tello en sus botas. También Borja Iglesias o Álex Moreno, pero la portería se empequeñecía cada vez que los verdiblancos rondaban el área de Bono, quien disipó cualquier tipo de reacción. Solo una genialidad de Canales pudo sacar media sonrisa a los béticos pero ya poco se podía lograr. De esos días en los que nada sale. Quizás no era el mejor día para hacerlo, por lo que supone un derbi y por lo que está por llegar.

Y por eso, por lo que está por llegar, el Betis debe convertir esto en un simple accidente. Como el de Levekusen o el Metropolitano. Porque tiene capacidad para hacerlo, para levantarse y sobreponerse a los golpes. Con la posibilidad de volver a una final a la vuelta de la esquina. Ante un año histórico, ilusionante, vibrante. Por ello, una vez se concilie la rabia, se debe mirar el vaso medio lleno. O casi lleno entero. Se perdió una oportunidad de oro, sí. Pero aún hay mucho con lo que soñar...