La carta de un socio del Betis a su abuelo fallecido: "Hoy vuelvo a casa sin ti"

Toda una vida contigo y ahora no sé ni cómo escribirte. Dos meses han pasado ya. Todavía recuerdo el calor de tu piel, el tacto de unas manos gastadas por el tiempo y hasta aquella última sonrisa cómplice. Muda, tenue e inspiradora. Un oasis de esperanza cada vez que fugazmente recuperabas la memoria. Me lo dijiste en el sueño, no podías más. Estabas sufriendo mucho. Pero no me atrevía a escribirte, abuelo. No encontraba palabras para describir lo que sentía. No hasta ahora. Y es que hoy vuelvo a casa sin ti. Al lugar donde los cuerdos perdían la cabeza, aunque tú, precisamente tú, la recuperabas cada vez que fantaseabas con él. Con el Betis. Con tu viejo Heliópolis. El del palomar y las palmas. Nuestra casa.

Y es que maldito sea el destino. Toda una vida luchando por lo que sucedió aquel 23 de abril y perdiste la cabeza horas antes de que ocurriera. Lo habíamos conseguido, abuelo. La Copa era nuestra. Lo que siempre habíamos soñado. Llamé para escucharte, para sentirte, para celebrarlo juntos. Como siempre habíamos hecho. Pero tu razón se marchitó. Maldito sea aquel día. Ya no eras tú. Lo ganamos y perdimos todo a la misma vez. Qué jodido fue.

Porque tú eras el Betis. El maldito manquepierda. Algo que va mucho más allá del deporte. Porque como tú decías, el Betis no era solo fútbol. Y es que aunque no existiese el fútbol, existiría el Betis. Alguien lo habría inventado. Tú, abuelo, me enseñaste a saber convivir con el sufrimiento. A levantarme cada vez que caía. Eras el consuelo a los golpes, el pañuelo para tantas y tantas lágrimas. Siempre había una razón por la que seguir.

Te confieso que en días como este no tengo ganas de nada, preferiría meterme en la cama antes que pasar este día sin ti, cualquier día sin ti. El día que volvemos a casa. Porque el Betis es menos Betis sin tus latidos. Por eso hoy, desde nuestro lugar secreto, te mando todos los besos que no alcancé a darte, porque, aunque fueron muchos, tal vez jamás fueron suficientes.

Desde entonces ando perdiéndome en los recuerdos. En tus historias de aquel viejo Gol Sur. Donde llevabas a mamá. Me acuerdo cuando me hablabas de los kilómetros que hacías en burro hasta la Puerta de la Carne para conseguir una entrada. Las pestes del infierno de Segunda o el barro de Tercera. Las desvergüenzas, todo lo sufrido, la eterna desazón. Pero tú siempre encontrabas la luz. Un halo de esperanza. Porque por el Betis todo merece la pena. Siempre lo decías, y pobre del que quisiese quitarte la razón, jamás veré nadie como Gordillo y Cardeñosa. Esos sí que jugaban al fútbol.

Y es que para ti el Betis era como la vida. En lo que te refugiabas y amparabas. Con tu cordón, tu anillo y tu medalla. Decías que sin él no eras nada, ni despierto ni soñando. Es lo único que necesitabas, para probar las alegrías y los llantos. Lo que precisabas para disfrutar de sus colores verdiblancos, de su alegría y su gente, la que llenaba ese aquel viejo campo. Allí quisiste morir, gritando y animando. Dejándote la piel, la voz y las manos. Porque para ti, sin Betis no había camino. No hay vida ni destino. Y no lo habrá, si tus labios no pueden volver a besar aquella vieja bufanda. Si tus arrugadas manos ya no pueden acariciarla. Porque habrá Betis sin vida, pero no existirá la vida sin el Betis. No te olvido, viejo amigo. Ojalá celebres muchos goles desde el cielo. Te querré por siempre. Tu nieto.

(El lector prefiere guardar su anonimato)