Recuerdos de #Eind10ven: De la Plaza Mark al Philips Stadium

Hace exactamente 10 años el Sevilla se encontraba en Eindhoven. Se alojó en un hotel apartado del mundanal ruido, en medio de un paraje natural que poco invitaba a la euforia y al éxtasis con el que luego se toparía en la ciudad, en el Philips Stadium. Era la primera final, la primera gran final europea, y todo exceso de precaución era poco. Eso, además, sin contar con que Juande Ramos era poco amigo de bullicios o aficionados. De esa forma se evitó que los jugadores entraran demasiado en contacto con los aficionados, salvo en el entrenamiento oficial previo del día anterior. Pero dio igual, en los aledaños del Philips Stadium todo estalló.

Lo que se encontró el Sevilla subido a aquel autobús quizás le diera energía para estos 10 años, porque desde luego fue una inyección de motivación superlativa. El sevillismo había estado calentando motores de forma inolvidable. La Plaza Mark también quedó en la retina y en la memoria de muchos seguidores. Fue, quizás, la final europea más familiar del Sevilla. Quizás por ello fue la de mayor demanda de entradas. Como las primeras veces nunca se olvidan, el sevillista de a pie quería estar presente en esa cita histórica, por si tocaba no volver a vivirla. Y quería hacerlo con la familia, con los padres, con los hermanos, con la familia, con los amigos. Era el momento cumbre. Por todo ello el ambiente de aquella plaza de Eindhoven se convirtió en tan especial.
Ese ambiente, reconocible como si de los aledaños del Ramón Sánchez Pizjuán se tratara, fue mutando, tornando, evolucionando, poco a poco, calle a calle y minuto a minuto. Porque a medida que se acercaba el partido la impaciencia, la ansiedad, los nervios inundaban a todo sevillista desplazado hacia la ciudad holandesa. La sensación era extraña, desconocida, y a la vez intensa, y cambiante. Del optimismo a la prudencia y de la prudencia al temor. Llegar a tal evento merecía acabarlo con victoria y felicidad.
Esa mezcla de sensaciones, esa acumulación de emociones fue lo que propició aquel momento inolvidable, como tantos otros que se acostumbró a vivir luego el Sevilla. Pero aquella llegada del autobús poco tuvo que ver con otras en el resto de finales. Por las circunstancias, por la orografía, por por hora, por los estadios... Aquel recibimiento de Eindhoven fue especial.
Y tan especial. Antes de observar desde un plano casi cenital lo que estaba ocurriendo ya el sonido retumbaba en las cristaleras de las plantas del Philips Stadium, desde sus ventanales desde dentro del estadio. Luego, el grosor de los ventanales dio paso a un estruendo acompañado de un momento tan intenso que casi se trasladaba al olor, al aire, y por supuesto por el sonido. Ese halo de intensidad, ese halo histórico, no abandonó ya nunca al Sevilla, y por supuesot no abandonó jamás a la afición sevillista, que desde su primera puesta en escena con aquel tifo del anciano centenario hasta los momentos finales ya no se desvistió de esa vitola de ganador, de histórico, de campeón.
Aún hoy la tiene, aún hoy la portan el Sevilla y su afición, que tomando aquel kilómetro cero de la Plaza Mark y del Philips Stadium de Eindhoven quiere recorrer un camino infinito de kilómetros y kilómetros. El origen está bien certificado, el final... No existe el final.
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