Una Final como principio

Dice una canción del grupo murciano M Clan, muy puesta de moda estos días por las nuevas estrellas televisivas del momento, "para empezar, diré que es el final". "Para empezar, diré que es la final", sería la versión en sevillista. Bien podría ser el arranque de alguna letrilla que acompañe a este Sevilla por los rincones de Madrid, Valencia, o la ciudad que tenga a bien acoger a este sempiterno finalista. "Para empezar, diremos que es la final". Porque todas las historias del Sevilla, todas desde 2005, pueden empezar así. "Para empezar, diremos que es una final de Eindhoven". "Y para empezar diremos que es una final", porque por ahí no es que terminen, es que empiezan todos los cuentos blancos y rojos. Empiezan por el final. Ya luego se ve cómo se empieza, cómo se construye, quién, quiénes son los protagonistas, cuáles los obstáculos, ya por el camino se detiene uno en los pormenores, en las cuitas, en los errores. Pero todo eso viene después del principio, es decir, del final.

Para empezar, diremos que el final, el del partido, fue una nueva apoteosis, y que fue realmente, ese final el principio del planteamiento sevillista. Un plan para alcanzar una gran Final, y casi paren de contar. Fue el Sevilla más práctico, fue el Sevilla más aguerrido quizás, y fue el Sevilla más seguro. Y tuvo claro que este partido se ganaba desde la paciencia y desde el golpe mortal, ese golpe que llegó al final, pero que era el principio de todo. Un nuevo principio.
El Sevilla ha convertido lo extraordinario en habitual, lo imposible en probable, el Sevilla ha convertido todas sus historias en una misma con un denominador común, el final
Fue el Leganés un rival incómodo, pero limitado. En realidad, y vistos los dos partidos, impotente para un Sevilla en periodo depredador, con olfato de plata. En el Ramón Sánchez Pizjuán, preparado como bien sabe para estas grandes citas, parecía imposible que se le fuera esta oportunidad al conjunto nervionense, y no se le fue.
El Sevilla hizo en realidad desde el principio lo justo y necesario. Y para terminar también. Marcar. Empezó poniendo el marcador de cara y la eliminatoria con un mínimo colchón, el del gol. Lo hizo además en una acción meritoria de Muriel. De hecho, las dos ocasiones que tuvo el conjunto nervionense en la primera mitad fueron por obra y gracia del colombiano, por obra y gracia de dos espectaculares arrancadas. Una, la primera, en el costado derecho, acabó con un pase de la muerte a Correa que este no desaprovechó. La otra, la segunda, ya bien avanzado el partido, acabó con otro pase de la muerte, a Banega, pero esta vez salvó bajo palos Tito, que tuvo ocasión de repetir en un postrero remate de Escudero de cabeza.
Ciertamente, con las acciones de Muriel se relatan las acciones ofensivas del Sevilla en la primera mitad. No hubo mucho más. Primero porque el gol llegó relativamente pronto, minuto 14, y eso permitió al equipo de Montella quitarse algo de responsabilidad, de protagonismo en el partido, y cedió metros buscando precisamente espacios a la contra. Pero resultó que las contras no fueron trenzadas ni con acierto ni con orden. Vázquez no interpretó de forma adecuada muchas de ellas y tampoco se sumaron los de segunda línea. Banega y Nzonzi también pecaron de falta de rapidez a la hora de llevar la pelota a los jugadores adecuados para fabricar esos contragolpes. Al final, por una cosa o por otra, acababan todas en rápidas pérdidas. 
Y tampoco hubo mucho más material ofensivo porque realmente el que más tuvo el control de la pelota, sobre todo de minuto 20 en adelante, fue el Leganés. Cierto que sin profundidad ni demasiado peligro, pero sí con inquietud para los sevillistas, que veían con demasiada normalidad cómo la pelota rondaba la frontal, y no era pequeño peligro con Gabriel y Eraso, dos grandes golpeadores, en las filas madrileñas.
Todo lo que fuera prolongar la situación, por más que el Leganés no llegara con demasiado peligro, era mantener la incertidumbre, la intranquilidad. Y al fin y al cabo la diferencia para igualar la eliminatoria era un solo gol. 
Muriel completó una gran primera parte, el Mudo una gran segunda, coronada con un gol, y Jesús Navas unos 90 minutos espectaculares
El Sevilla jugó en cualquier caso a eso. A confiarse en defensa, donde es cierto que los cuatro, sobre todo Navas, ofrecieron un nivel realmente espectacular. Y a esperar una contra definitiva en ataque, donde es cierto que no anduvo fino el equipo nervionense. Ni Sarabia ni Correa estuvieron a gran nivel, de hecho se les vio hasta cansados. Incluso Muriel, brillante en la primera mitad, desperdició dos contras, una en la que se iba solo y en la que se dejó la pelota atrás y otra en la que eligió mal el pase cuando era evidente.
Tardó pues en matar el encuentro el Sevilla. Por malas decisiones finales e iniciales, porque fue deficiente a la hora de sacar al primer pase al equipo a la contra. Pero seguía transitando con cierta comodidad por el encuentro, porque entre que el Leganés no podía y el equipo sevillista se defendía con orden, se encontraba seguro. Parecía estar incluso cómodo a pesar de lo ajustado del resultado.
Pero la comodidad real, al menos para la grada, llegó cuando agonizando el partido el Sevilla por fin mató el partido. Con un gol merecido, sobre todo para el Mudo por su gran segunda parte. Un balón largo muy bien interpretado por Sandro, repuesto de un desfondado Muriel, dejó al argentino con la penetración franca en el área. Y continuó. Y continuó, hasta sacarse un latigazo enorme para rematar el partido, la eliminatoria y volver a sacar billete a una final. La novena de Copa, la 17ª del siglo XXI. Una nueva final, una buena costumbre. La costumbre de sellar todas las historias con lo mismo, con la FINAL. 
 

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