Que sí, que no, pero el Sevilla es de Champions... otra vez

El Sevilla ha certificado su plaza para la Liga de Campeones la próxima temporada. Y esta aseveración es suficientemente tumbativa como para dejar en un plano secundario, no intrascendente, pero secundario, todo lo demás, al menos por ahora. El equipo nervionense ha logrado un empate ante el Atlético que sabe a gloria, y a alivio, viendo el rendimiento del equipo en las últimas jornadas. El Sevilla no gana, pero bien es sabido que pierde casi nunca, muy poco. Y tampoco lo ha hecho en el Wanda, y por eso, entre otras cosas, es de Champions.

El partido en Madrid ante el Altético fue gris, insípido, no fue ni bueno ni malo ni todo lo contrario, de nuevo se vio a un Sevilla intrascendente, sin dominio de las áreas, con poco dominio del juego y muy mermado físicamente. Pero aún así, el Sevilla no pierde, y ha firmado un objetivo nada baladí, una clasificación para la Liga de Campeones por tercer año consecutivo vía liga, que es algo inédito en la historia del club hispalense. Y además se evita una última jornada de infarto con el Betis en el horizonte, todo sea dicho.

El Sevilla que saltó al Wanda fue la personificación de ese Sevilla de las últimas jornadas, semanas, meses. Ese Sevilla que ni va para arriba ni para abajo, que ni es seguro pero tampoco peligroso, ese Sevilla falto de calidad en los metros finales condenado a la ineficacia que termina haciendo aguas en alguna acción defensiva.

Eso es lo que ha perdido el Sevilla en esta segunda vuelta del campeonato y de la temporada. El área rival no la domina casi nunca, y la propia, que la domina todavía ampliamente, tiene fugas. Un fallo en marcaje en zona dio la posibilidad al Atlético de adelantarse en un saque de esquina. En el área contraria, de Oblak, casi ni cosquillas hacían los de Lopetegui. En la más clara que tuvo, en un gran pase de Delaney a En-Nesyri, el marroquí la mandó a más de dos metros de la portería cuando estaba en posición franca de remate. Tal era la peligrosidad del Sevilla.

Más allá de eso, lo cierto es que el partido estaba igualado e, incluso, con el equipo nervionense mejor en la posesión, tras unos primeros minutos dubitativos. Pero con un equipo convertido en pusilánime en ataque, esa posesión se convierte en inocua, más cuando el rival se aprovecha de acciones a balón parado para hacer daño. Ni En-Nesyri ni Ocampos hacían daño. Falta de calidad, de precisión... condenaban todos los ataques. Tampoco ayudaba Montiel por la derecha, más peleado con Carrasco que pendiente de la pertinencia de sus apariciones en ataque.

Algo más de peligro, al menos con balones al área, por la izquierda, con el Papu con Acuña, pero en definitiva, poco o nada de peligro.

La segunda mitad no fue más allá del Sevilla. Es más, ni tuvo el equipo nervionense esas fases del juego de control. Apenas llegaba al área, apenas generaba. Lopetegui cambió el sistema en varias ocasiones, además cambió hasta la forma de juego, metiendo a Rafa Mir junto a En-Nesyri, quitando al Papu y eliminando casi el juego por dentro. También es verdad que apenas sufrió en defensa, salvo un remate fortuito de Savic, pero no parecía generar demasiado el equipo hispalense en ataque.

Eso sí, gozó de dos ocasiones claras, una al larguero de En-Nesyri y otra, tras un buen pase de Óliver, a la red. Un gol de alivio, para el marroquí, pero sobre todo para el Sevilla, para Lopetegui. La segunda mitad lo intentó por los costados el equipo nervionense, y al final la apuesta, no en juego, pero sí en resultado, salió bien, pues fue un centro lateral y remate a la red.

Hasta el final ya acabó el partido con un Metropolitano pitando a su equipo por no reaccionar y un Sevilla buscando, lógicamente, el final del partido que lo metía, por fin, en la Liga de Campeones.