Gracias Mestalla: "Uno está aquí casi de milagro"
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Todos los actos previstos para celebrar el centenario de Mestalla
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Nace 'Cent', el libro del Centenario de Mestalla para la memoria del valencianismo
Mi querido Camp de Mestalla cumple 100 años. Para conmemorar una cita tan emblemática, tanto club como la masa social del Valencia CF estamos realizando todo tipo de actos y manifestaciones en un estadio que ha sido testigo y causa de tantas vivencias. Al margen de contarlas a diario en ElDesmarque, el que abajo firma, ha colaborad en 'Cent', el libro del Centenario de Mestalla que coordinado por Sergi Calvo para la Editorial Vinatea, es la recopilación literaria de tales momentos que quedarán escritos para recuerdo y memoria de todos los valencianistas. El libro fue presentado este viernes en el Ateneo Mercantil de Valencia. y los beneficios de su venta van destinados a la Peña Valencianista de la Solidaritat. Y es que, a editorial Vinatea es el brazo armado de la Peña valencianista de la Solidaritat, que realiza infinidad de proyectos para los más desprotegidos por todo el planeta sin olvidar nunc su marcado carácter valencianista.
Por eso, me encantó ser partícipe del proyecto con el siguiente relato que puedes leer a continuación. Y si te gusta, no tienes más que seguir este enlace para poder participar y leer otras maravillosas historias de nuestro amado Mestalla que hoy cumple cien años. Gracias viejo.
CENT, el centenario de Mestalla: "Uno está aquí casi de milagro"*
Esta es una visión muy personal del nacimiento de mi historia de amor con el estadio. Es el relato íntegro publicado en CENT
"Que un servidor esté como periodista en el ordenador redactando estas líneas es casi un milagro. Nacido en una familia de clase media que se estableció en Valencia por cuestiones del trabajo pero sin ninguna pasión por el fútbol, mi afición por el deporte del balón no es ni genética, ni heredada, pero paradójicamente sí se debe en parte a unos padres que siempre procuraron que no me faltara de nada. Ahora ya jubilados no les importará que cuente la historia del partido que marcó mi vida personal y mi carrera.
Todo ocurrió un 16 de junio de 1982. Apenas tenía 6 años y era poco o nada consciente de que el Mundial llegaba a Mestalla. Como contaba, en mi familia se respiraba poco fútbol y, aunque yo jugaba (mal) en el colegio y con los amigos, tampoco es que los Torres-Palencia estuvieran muy ocupados o preocupados por ello. Bastante tenían con atarme en corto en otros asuntos más importantes. Sin embargo, mis padres, Miguel y Soco, gente siempre despierta, sí eran conscientes de la magnitud del torneo que iba a llegar a España. Por aquellas fechas, hasta la administración dónde trabajaba mi madre llegó la posibilidad de comprar entradas para los partidos de la Selección en Mestalla. No eran baratas, pero no importó. No me preguntaron, pero lo hicieron. Mi hermano era muy pequeño y estaba fuera de la ecuación, pero a cualquier funcionario le permitían comprar dos entradas y Soco no dudó y las compró. Miguel Ángel, mi padre, me llevaría de la mano al coliseo valencianista aquellas noches (16, 20 y 25 de junio de 1982). Las primeras y las últimas que he ido con él.
No sé los años que mi padre no iba a un campo de fútbol -probablemente desde que le regalaron el pase del Levante como a todos los buenos estudiantes de la década de los 60- y sinceramente creo que no le he vuelto a ver en ninguno jamás. Por supuesto, ni había ido a Mestalla antes ni ha vuelto después. Es por eso que, con el paso de los años, he agradecido y le he dado aún más valor a aquel gesto de salir de su rutina y tragarse conmigo tres partidos de fútbol que a él poco más que le llamarían la atención pero que en mi joven e impresionable mente de un niño de seis años marcarían mi vida. Quiero creer que mi padre miraría alucinado como buen psiquiatra a la masa alienada y dejándose llevar por los efluvios de las cervezas previas y el sentimiento de pertenencia a la manada. Él quizá dejara de pensar en ello a los pocos días del Mundial, pero a mí aquellos partidos me marcaron de por vida. No sólo me conformarían como un empedernido futbolero, sino que más adelante declinarían la balanza hacia qué periodismo debía desempeñar cuando tuviese la edad.
Llegados a este punto, los testimonios y los relatos se separan. Un servidor, más de 40 años después de aquello, recuerda la oscuridad en el fondo de sillas gol norte, pero a la vez luz potente en el estadio y emociones fuertes. Aún puedo notar ese rugido especial que tiene ese campo que ahora cumple 100 años cuando vibra y que es inconfundible para el que lo ha vivido. Mestalla, cuando la afición se lo propone, late, se mueve, cobra vida, es como si acompasara con su perceptible vaivén los cánticos de la hinchada dando botes sobre el hormigón y la acequia que lo alberga. Este fenómeno pasa en los fondos, pero también en las tribunas y en las cabinas de prensa, situadas en lo más alto del Anfiteatro. De eso me acuerdo bien. De eso y que jugaron el gran Enrique Saura, el habilidoso y corajudo extremo del Valencia que era el ídolo de mi generación, y Tendillo, uno de los pocos internacionales que había criado Mestalla. Del resultado, los rivales y la fecha, poco o nada encuentro en mi cerebro por más que me esfuerce. He tenido que echar mano a los libros y a Internet después para datar la experiencia.
El relato de mi padre es bien distinto. Él, por el contrario, sí recuerda vívidamente el momento. Con el tiempo he sabido que, mi madre, como siempre está en todo, nos preparó cena y yo, que por aquella época era peor comedor que ahora, me costó más engullirme el bocata de turno y los acompañamientos que vomitarlos. Fue visto y no visto. Las emociones, mi primera vez en Mestalla, la impresión de tanta gente gritando a la vez…. No sé qué fue, pero casi como entró la cena, salió y lié una parda que debió de incomodar a todos los de mi alrededor. Ya me entienden. Fue de las que no se olvidan y que te obligan a ir al vomitorio (desde aquel día siempre sonrío cuando oigo esa palabra) y de ahí al baño. Luego, a la grada, manchado, húmedo pero feliz por la experiencia y el alivio momentáneo (o no, sinceramente no lo recuerdo).
Mi padre y mi madre por el contrario me lo recuerdan cíclicamente, casi siempre delante de testigos incómodos como mi hijo. “¡Qué vomitona en Mestalla!”. Imagínense, una padre y un hijo, poco o nada duchos en la materia futbolera, sin experiencia en los campos y el niño que, impresionado por el ambientazo, vomitó aquel día hasta la primera de las comidas de esa semana.
Ahora con el tiempo creo que fue, con el paso de las décadas, la mejor vomitona de mi vida -he tenido muchas- porque marcó un antes y un después.
Ahora con el tiempo creo que fue, con el paso de las décadas, la mejor vomitona de mi vida -he tenido muchas- porque marcó un antes y un después. Fue un especial bautismo de fuego con el coliseo valencianista al que luego tantas y tantas veces me ha llevado la vida y el trabajo. Nadie, ni yo mismo, ni mi padre, ni mi madre, sabíamos que, mientras salía una comida mal digerida de mi estómago, estaba entrando a la vez en mi espíritu un veneno sano y con forma de esférico que ya no me abandonaría jamás.
Aquel día, no sólo quedó marcado mi padre por la experiencia, sino también todo el respetable porque España no pasó del empate a un gol contra Honduras que se preveía como un rival asequible y eso empezó a marcar una decepcionante trayectoria en el Mundial 82, firmando la peor clasificación de un equipo local en todo el siglo XX hasta Qatar. Ahora sólo deseo que el viejo coliseo de Mestalla o, en su defecto el nuevo, sean sedes del Mundial 2030 y ser yo el que lleve al próximo Torres de la mano. Será, espero, ya sin vomitona."
Feliz semana y feliz cumpleaños Mestalla
David Torres
Delegado de ElDesmarque en València, padre, hijo y fiel de Mestalla