El palo y sus astillas
La Platea de Juanma G. Anes
(Huelva Información)
Lo de Almería no es nada nuevo y sus nulas consecuencias, tampoco. Y no me refiero al perjuicio que causó a los albiazules el árbitro, que fue evidente, sino porque me apuesto lo que quieran que no sufrirán ningún castigo ni el trencilla ni Charles, el listillo que lo engañó. Uno fingió y salió beneficiado; el otro la pifió y pronto será premiado por esa sectaria logia arbitral futbolera. Al tiempo.
El que escribe tiene la fortuna de ver decenas de partidos de pequeñajos y, evidentemente, los niños imitan lo que hacen sus padres y lo que observan en la tele, que seguro que la ven más de la cuenta. A mí me hierve la sangre cuando algún mocoso celebra un gol haciendo ‘la cucaracha’, bailando cual memo a lo Marcelo, Alves o Neymar o dedicando el gol a alguna embarazada (¡¡!!) metiéndose la pelotita debajo de la camiseta. Y confieso que más de un taco se me escapa –mentalmente, claro- al ver a un padre (o madre, no se me enfaden, amigos progres) diciéndole de todo menos bonito a un pobre árbitro adolescente por un simple error, ya sea grave o nimio, o insultando al rival mientras su pobre hijito finge y se revuelca por el suelo como si le estuviera atacando la mamba negra.
Pero… ¿para qué molestarse en corregir a esas pobres criaturas? Si después ven en ‘los Manolos’ que a ciertos jugadores, directivos y estadios (¿recuerdan lo del cochinillo?) se les permite todo; si ven que al impresentable Iturralde, el árbitro más parcial de toda la historia, se le reían todas sus gracias; si ven que hay alumnos a los que se les pasa de curso pese a quedarles hasta el recreo ‘para que no se vean marginados’… y si hasta el Matamoros o el Yoyas ganan más dinero que un neurólogo, narices. Así que menos culpar sólo al ‘maléfico’ fútbol, que para maléfica nuestra querida sociedad, que cada vez más es una fábrica de inútiles que premia a los más carotas. Quizás es porque así algunos se encuentran muy a gusto. Y sin el quizás.