Carnaval en red, autocomunicación y globalización
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Dicen las crónicas que el Concurso del Falla está enfermo. Es obvio que la confrontación entre tradición y modernización estaría en el origen de los supuestos males. Pero yo discrepo. El Concurso está muy sano. Eso sí, ha sido adelantado por la izquierda, como debe ser, pero también por la derecha. Y eso tiene mucho peligro. El tiempo, la globalización y la tercera revolución industrial, protagonizada por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), le han sobrepasado. Sólo hay que escuchar su acrónimo COAC y comprobar la fuerte influencia de las redes sociales en el “proceso” carnavalesco gaditano para concluir que las cosas han cambiado. Es lo que tiene la sobre-exposición mediática. Pero ya no hay vuelta atrás. Ni falta que hace.
El Concurso del Falla está sano aunque mantiene su alma del siglo XX en un cuerpo del siglo XXI. Rechaza moverse de un formato decimonónico, nacido para el teatro, y al mismo tiempo adora ser reconocido y adulado por los millones de nuevos espectadores que trajo la televisión y ahora hacen doble pantalla en la red. Ya no hay ningún gran acontecimiento en el mundo que no sea compartido por millones de personas simultáneamente. Y Cádiz con la Final del Falla tiene su propia Gala de los Oscars, su final de Champions, sus Goya, su Super Bowl de coplas. Y eso se paga.
El Concurso genera cada año mayores ingresos directos por la venta de entradas y la explotación comercial de los espacios y los derechos de televisión. Además, las decenas de millones de euros que se quedan en la ciudad después de la fiesta demuestran que es el mejor escaparate a efectos turísticos y actúa como movilizador de un pseudo mercantilismo en el que se alternan cada año las mismas agrupaciones. Exigidas por la precaria situación socioeconómica de la ciudad, criticadas y envidiadas a un tiempo, salen al mundo cada fin de semana aunque todavía muy alejadas de los usos de los profesionales del espectáculo.
Las TICs y el COAC
La salud del Concurso también se mide en el altísimo interés que genera en la red. Sin embargo, está por ver si acabarán siendo un caballo de Troya para el Falla. Decía el sociólogo Zygmunt Bauman que Internet es un mundo de ciberacoso y difamación. El multimillonario George Soros dijo en el Foro de Davos que las redes sociales están explotando el ambiente (social) porque influyen en el modo en que la gente piensa y se comporta, implicando un riesgo para la democracia. Nacidas con el objetivo de contactar con amigos y compartir ideas y momentos felices, las redes se han convertido en un arma de destrucción masiva donde sacamos a la luz lo peor de la condición humana. En el Carnaval de Cádiz, el cuestionado papel de las redes sociales ha desatado una auténtica tormenta que amenaza los pilares de la propia fiesta. YouTube, Twitter, Facebook, Instagram han creado adicción al Concurso y se han convertido en espacios que crispan el debate y lo contaminan todo atacando la propia salud del Carnaval. Las imágenes de televisión están sirviendo a los intereses de las nuevas formas y hábitos de comunicación desarrolladas a partir del nacimiento y la expansión de Internet. La influencia de la red empieza a cuestionar el futuro de la propia televisión como medio de comunicación más poderoso. En unos años, la televisión en abierto, tal y como la conocemos hoy, podría desaparecer porque los jóvenes dirigen su consumo mayoritario a Internet y difunden la información que les interesa por la redes.
La “autocomunicación de masas”, como la denomina el profesor Manuel Castells, domina el Concurso. Estas nuevas formas incorporadas a nuestro sistema de medios son autocomunicación porque uno mismo genera los mensajes, define los posibles receptores y selecciona aquello que quiere consumir. Y son de masas porque los mensajes ya no solo van en vertical, de uno a muchos, sino en horizontal, de muchos a muchos. El protagonista de este modelo es cualquiera de nosotros —“prosumidor” o “consumidor proactivo”— que autogenera, autodirige y autoselecciona carnaval.
En el ámbito de las agrupaciones las redes sociales empiezan a verse como un cáncer para el Concurso, una grave amenaza para la creatividad carnavalesca y las relaciones entre participantes y seguidores. Los chistes y golpes humorísticos de parodias y cuplés quedan reventados en el mismo día que se interpretan. Los tipos se desvelan en el primer minuto. Los letristas se entregan a la autocensura, dudan y temen opinar por miedo a la reacción “en red”, evitan indisimuladamente los temas espinosos, buscan el aplauso fácil y elaboran sus repertorios conscientes de que hay un “jurado” antes del jurado que coarta su libertad de expresión. La realidad es que no pueden soportar la nueva cultura fan, el exigente ritmo de creación que marcan los fanáticos de Twitter. Escondidos en la maraña anónima de la red, autores, intérpretes, presentadores, comentaristas y medios son desnudados, insultados, perseguidos y atacados en su orgullo y reputación de forma implacable.
La acción de “trolear” en la red con el objetivo de generar polémica, ofender y provocar de forma malintencionada es la última moda alrededor del COAC. En la mayoría de ocasiones se trata de grupos de fanáticos organizados por alguna agrupación que intenta desgastar a otra con la que se juega llegar a la final, o por un autor contra un competidor que puede superarle en los gustos de los jurados oficiosos y busca condicionar al jurado oficial, o por seguidores de un intérprete contra algún otro que ha cambiado de grupo y sigue despuntando o, finalmente, por un medio de comunicación que saca su ejército de despellejadores contra la llegada de otro. Todo pasa muy deprisa y desde la impunidad más absoluta sin que nadie tenga tiempo de analizar una realidad que ensucia el concurso y convierte la fiesta en un auténtico vertedero. Pero es lo que hay. Y el futuro es de los que demuestran capacidad de adaptación. Y de eso Cádiz sabe más que nadie. El Concurso acabará imponiéndose y se servirá de las redes antes que dejar que las redes se sigan sirviendo del carnaval. No sabe Google con quien se la juega.
El gen Puigdemont
Las redes han contribuido también al renacimiento de lo que podríamos llamar “el gen Puigdemont”. La mayoría de las personas nos creemos “buenagente”. Eso nos hace sentirnos bien con nosotros mismos y nos facilita la relación con los demás. Sin embargo, hay un pequeño porcentaje de personas que se creen depositarias de la verdad revelada, elegidas para dar lecciones a la sociedad. Por esta razón suelen comportarse de forma sectaria con los otros, se muestran desconsiderados y muy críticos con el prójimo pero mantienen una actitud indulgente con ellos mismos. Es el riesgo de la superioridad moral, un vicio que suele desembocar en una forma de supremacismo del que todavía comen quienes tiene una visión localista de la existencia.
Este año volvió el síndrome de “aldea gala” con el que se radicaliza una parte de la ciudad. Fieles al guión casero del “Tú no eres de Cádiz” con el que ironizaba Morera para reírse de ese nacionalismo paleto, unos pocos reclaman sentirse únicos, más listos, más altos y más guapos que el resto del mundo. Alguna declaración de autor anacrónica parecía una llamada a la limpieza de sangre para poder crear, interpretar, entender o simplemente consumir carnaval, controversia que se ve aumentada aleatoriamente por el fallo (en ocasiones “preventivo”) del jurado oficial que, contra todo pronóstico y lógica, deja en la estacada a agrupaciones que están por encima de la media y son del gusto mayoritario de la ciudadanía. No es necesario dar detalles pero alguna vez habrá que establecer criterios objetivos frente a los subjetivos con que se justifican en el Falla las decisiones más lacerantes del jurado.
Y es que una cosa es sentirse el pueblo elegido, cuestión de la que participo, y otra negarse a que el resto del planeta pueda admirar, disfrutar, imitar o, incluso, superar nuestra manera de hacer carnaval. Cádiz no es la aldea de Astérix ni una tribu perdida en el Amazonas. ¿No habíamos quedado en que los gaditanos nacemos donde nos da la gana? El pueblo trimilenario que presume del paso de todas las culturas de la antigüedad no puede ahora buscarse “Ocho apellidos gaditanos”. Sencillamente porque no los hay. El apellido dominante en Cádiz es “García”, de origen navarro o árabe. Por otro lado, la lista de apellidos extranjeros que dejó el comercio con las Indias es larguísima. Los italianos Parodi, Pettenghi, Fopiani, Morenatti, Merello o Scapachini. Los franceses Beigbeder, Moret, Chanivet o Joly. Los irlandeses O’Reilly, O’Donahue y O’ Ferral. Y, finalmente, los alemanes Höhr, Zilbermann o Müller. En definitiva, Cádiz es el mayor ejemplo de globalización cultural de la historia y no puede renunciar a su esencia ni enfundarse en el pendón por un arrebato supremacista carnavalero en defensa de “lo gaditano”. Lo ha dejado escrito “El Chapa” en uno de los pasodobles más comprometidos del año: “…ser Andaluz, ser Español, ser de Cádiz o ser Catalán, es solo una casualidad, un accidente en la vida y no hay más”.
Una propuesta de jurado compartido
Y ya puestos, dado que la autocomunicación de masas amenaza con llevárselo todo por delante, podríamos adelantarnos y aprovechar algo de lo mucho bueno de las TICs utilizándolas para mejorar la justicia del Concurso y quitarle su pesada carga a los respetables miembros de esa institución decimonónica que es el Jurado del Falla. En estos tiempos de Ciberdemocracia y Administración Digital, de transparencia y participación, bien estaría plantear una fórmula por la que los aficionados de Cádiz, con certificado digital, que muestren su deseo de participar, compartan el peso de ser jurado. Tampoco estaría mal visto que todos los autores del Concurso pudieran votar, en cada fase superada y por el resto de modalidades, exceptuada la suya propia. Un voto final ponderado (al 33%) por cada uno de los tres grandes vectores de la fiesta sería lo suyo. Encontrar una fórmula de consenso en que todos: Patronato, participantes y público pudieran expresarse daría un ejemplo más de lo que ha sido Cádiz a lo largo de la historia.
Sé que me arriesgo al significarme y que más de uno me tiraría por los bloques sin disgusto pero ahí lo dejo. Lo hago como aficionado que es lo que soy desde que tengo uso de razón. Se aceptan el debate, las sugerencias y las críticas. Faltaría más. Pero si tienen otras ideas no duden en ponerlas sobre la mesa, a ver si alguien termina encontrando el Santo Grial del Carnaval de Cádiz.
MANOLO CASAL
Ni pongo ni quito coma, y el que no quiera que no se lo coma. Pero las verdades del barquero has puesto en negro sobre blanco. No creo que el de Caronte se lleve al carnaval por delante, pero tú, Manolo, junto con Modesto, habéis marcado el camino de ese Santo Grial del Carnaval de Cádiz. Adióóó, pichaaaaaa...!