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Urregarai y Bedartzandi desde Markina por la Senda de Santa Eufemia
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Urregarai y Bedartzandi desde Markina por la Senda de Santa Eufemia

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Cita: “Contemplar la pradera húmeda y rutilante, y ofrecerse al paisaje con un grito de amor
(Conde de Santibáñez del Río)

´ACERCA DE SANTA EUFEMIA´
Por el capricho de mi deseo, nos hemos convertido en bruja y ángel, o diosa y diablillo, que, atraídos por ese verdor que en la tierra alumbran los amplios pastizales extendidos al pie de las cumbres de Urregarai y Bedartzandi, abandonan su travesía área para precipitarse suavemente a la hierba.
Donde aterrizan es un área recreativa llamada “Santa Eufemia – Igotz”.

A la izquierda tienen ya el monte Urregarai, conocido por albergar en su cima la ermita de Santa Eufemia, virgen por su santidad… o santa por su virginidad, eran otros tiempos, admitámoslo, en los que la virtud estaba al alcance de cualquiera que tuviera un poco de paciencia, nada de odios ni engaños, amor en los ojos para mirar con ternura y así curar, aunque fuera en efigie, los dolores de la cintura.
Virgen abogada” contra esos males le dicen a la santa Eufemia, y en su búsqueda vamos, sin saber que la ambigüedad de las propiedades curativas de su mano impedirá que ella y yo nos beneficiemos a la hora de reventar nuestros sufrimientos porque la cintura, en cuerpo humano, es parte abstracta que no toca el vientre donde se genera la vida ni el tronco donde, como pájaro herido, se refugia tembloroso el corazón.
Nada digamos ya de la cabeza, su conciencia, que queda tan lejos, allá arriba, ni de las piernas, que se mueven por instinto, sin saber muy bien qué es lo que pisan… y adónde conduce el sendero por el que caminan…

´URREGARAI´
Dicen que es una ermita, pero tiene toda la pinta de ser una cabaña de pastores, pared clara, tejado rojo de dos aguas, aunque haya soportado las mil aguas de abril… y las incontables que el refranero se calla. Si con buzón, o cruz, o vértice geodésico se corona este monte en la fotografía, no se ve, pero debe estar muy cerca, a la derecha, donde la luz de apaga, porque a la izquierda resulta imposible debido a que la rugosa planicie de la cima desaparece vertiginosa en precipicio.
Más allá, hacia el fondo, se dibujan otras cumbres conformando una preciosa cordillera que culmina en un horizonte muy azulado, cielo de añil retratado en un día sin nubes. El nuestro, sin embargo, aunque no aparece, es nublado, nubes forajidas, bandoleras, a las que no conviene perder ojo, uno, el otro debe mirar al suelo para no tropezar a la hora de descender las escalinatas del monte…

Urregarai, montaña con escaleras. Urregarai, que en tu raíz vasca más profunda escondes tanto el oro como el agua; “urre”, “ur”, y por tus entrañas las elevas hasta lo más alto de tu cabeza, corona de rey o reina si es de oro; bautizo para una santa si es el agua lo que guardas desde el día en que naciste para otros seres que eran como nosotros, pero ya extintos, como nosotros, mente y cuerpo a la deriva. Ur – urre - garai…: agua y oro en lo más alto para el que te visita.
BEDARTZANDI
Bedartzandi : gran herbazal le puso de nombre en su bautizo a este monte alguien algún día. Si sacerdote, monaguillo, pastor, o, sencillamente, caminante, al que designó, cuando lo hacía, debió de írsele el santo al cielo, porque de pastizal tienen muy poco tanto la cima de esta montaña como sus aledaños, es más bien todo roquedo salpicado de algún verdor, aquí manda la piedra, como en los cementerios, y si en el camposanto crecen hierbajos entre las tumbas, es más bien por dejadez, así como por capricho de la naturaleza aparecen aquí jaros, hierbas y maleza.

El que dijo aquel día “¡Bedartzandi!” lo hizo, estoy seguro, mirando de arriba hacia abajo, contemplando desde las rocas los jugosos, denso, frescos y verdosos pastos, campas muy amplias, en ligera cuesta y en vaguada, valle fecundo, tierra prometida que desde el Sinaí tormentoso se divisa.
Bedartzandi: belartza – handia, atalaya sobre el pastizal, inmenso paraíso para las ovejas que, sin estorbarse, diseminadas, ramonean, y, en sus ratos libres, retozan. Desde la distancia, en nuestro regreso al hogar, ella y yo, cada uno por separado, nos hemos querido mostrar junto a ellas, sin molestarlas, sin perturbarlas, en su espacio de paz y sosiego.

Si os fijáis, más allá de nosotros, están ahora los animales en su trajín de procurarse el alimento. Más tarde, cuando la tarde caiga, agonice, y, finalmente, el día muera, se recogerán en descanso y dormirán. Será, una vez más, ´el silencio de las ovejas´. Y soñarán. Y en su mundo onírico, ya lo dijo Walt Whitman, no habrá sobresaltos ni sudores fríos de pesadilla.
Sólo un sirimiri, una fina lluvia de agua de oro que humedecerá ricamente el gran pastizal en el que las ovejas volverán a ser felices tras las primeras luces del día.
Escribe: Samuel Aguirre 

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