Ascenso hacia el Cueto de la Jorcada
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Nunca, mientas vivamos, seremos conscientes de hasta qué extremo es generosa con nosotros la diosa Fortuna. Dije de ella, un día, cuando yo era un viejo llamado Samuel Agirre, que resultaba, a causa de las desgracias de su ´Club Portugalete futbolero`, ser presa fácil de la de la nostalgia y la melancolía, que la tal “Fortuna es una diosa menor que con nosotros no congenia”.
Pasado a mejor vida el anciano señor Agirre, siendo el fútbol, en estos últimos tiempos que corren, algo que se ve, de lo que se goza o se disfruta... pero de lo que jamás se escribe, debo decir, en justicia, que la Diosa, desde la cumbre del monte Olimpo, se ha hecho grande y, desde su fulgor, con su grandeza, nos ha convertido a nosotros en gigantes, discípulos aventajados de Whalt Whitman, para qué más, pasar, de vez en cuando, en nuestros amorosos fines de semana fuera de la urbe, y en las vacaciones que se extienden más allá del plazo de una semana, pasar, decía, lista al universo terrenal en los amaneceres.
Preguntar, por ejemplo, con voz de ´teacher´, ¿Están las montañas nevadas como delicioso telón de fondo para una escena?... ¡y están!... ¿Están las laderas boscosas, y el valle, y el árbol sin hojas, y bajo su sombra, es un decir pues el sol está oculto, Ella, en cuclillas junto a la cabaña de pastores, toda ella de piedras apiladas sin aparente argamasa?... ¡y están!... Está todo. Primero, ella; luego, yo, que no he perdido la sonrisa que de salida “fingí”, bendito gesto que es capaz de imponerse a todo obstáculo y a todo mal, en fin, a todo sufrimiento, demostrando, a instancias de José Martí, que el que aguanta y vive lo hace, más que nada, sobre todo, en esencia, para demostrar que el ser humano, mientras le quede aliento, es capaz de superar las adversidades a fin de vivir... con un bastón en la mano a modo de batuta como la del barbudo anciano norteamericano, el poeta de ´Belar Hostoak´ que, en precioso artículo de prensa, ensalzaba José Martí, mago de la palabra este último, de la pluma serena al caballo bravío, ¡fusil contra fusil!, a la fuerza ahorcaba la españa imperialista: “pocos salieron ilesos del sable del español: la calle al salir el sol era un reguero de sesos”, españa de la conquista, la colonia y el terror, Martí: el que cayó en ´Dos Ríos´ “con los pobres de la Tierra”, Martí: palo dirigente, decía, con el que armoniza las diferentes músicas que entona la Naturaleza...
Pero este ser (“pobre hombre de arena / grumetino / borracho de las sombras de su calle: sin hijo ni árbol ni libro”, ya fue dicho), que por por sus escritos es alabado tanto, y tanto lo agradece él, debería saber, si es que aún lo desconoce, que mitad y un cuarto de su gloria se lo debe a Ella, musa ideal, precioso y delicado hilo del que va tirando atrayendo hacia sí, hasta estos Cuadernos, historias que, aunque en el fondo se repitan, en la forma van cambiando. Y lo hacen, como es el caso que ahora nos ocupa, de una manera cineasta, escena ideal que, de hermosa que resulta, parece trucada, como si, primero, se hubiera pintado un cuadro, el lienzo más lindo, y, luego, mediante un montaje, colocado a ella en su pose más encantadoramente lograda.
Lo único que me molesta, teniendo en cuenta el estado de gracia del que tomó la fotografía, el que conjugó los verdes del valle y supo ver en la cumbre del monte nevado la boca de un volcán, es que la mujer que más quiero entre todas las mujeres apoye su mano izquierda en la parte superior de uno de los maderos que sostienen una alambrada de esas que tienen púas para amedrentar a los posibles saltadores...
Bajo una rama alargada y seca, que la protege y dignifica como si posara bajo palio, lo único que me consuela es pensar que ella se ha dado cuenta de que...“la alambrada sólo es un trozo de metal, algo que nunca puede detener sus ansias de”... caminar. Nunca entenderé, nunca, estos muros ahora que ya han caído todos los muros posibles, algunos, dicen, gracias al Santo Padre, que, a pesar de muerto, vive en Roma, capital de aquel imperio sanguinario que tantas vidas, y de modo tan cruel, segó, vidas cristianas, mártires por doquier asesinados a la carta romana, listado terrible que el bueno de Saramago recoge en su fascinante libro titulado “El Evangelio según Jesucristo”. Pero no nos vayamos por las ramas, por la única, en este caso, la que flota sobre su cabeza cual espada... de Damocles pero en poesía.
No lo hagamos, digo, no divaguemos con la palabra y sigamos progresando hacia la verdad, tras ese “Cordel” que, literalmente, nos es otra cosa que una cuerda delgada, o , si le anteponemos una preposición, la “A”, una sucesión de picos, montañas o “cuetos” en línea recta. Pero de la rectitud más tarde hablaremos, cuando ganemos el collado, uno de ellos, de esta Sierra, afortunado muro que separa o une dos valles, el de Polaciones, donde se cobija el encanto de los nombres, Lombraña, Pejanda, y el de Alto Campoo, donde, majestuosa o torpemente, se deslizan sobre la nieve los esquiadores.
Antes, y aunque sea muy corto el preludio, distinguirá ella con sus ojos un paraje bonito, y con la cámara lo enfocará, es el río, que, entre grandes cantos y enormes rocas, se va abriendo espacio en una especie de torrente que viene de una arboleda de desnuda altura y de superficie musgosa... hasta llegar a mi altura y evitarme de una forma como soterrada: yo, sobre la barandilla metálica de un puente; el agua bajo mis pies buscando los anticipos de su última morada… Remontando, remontando, el tiempo se va pasando. Y pareciera, ante la ausencia de nieve y de aparente altura, que de nuestra meta nos vamos alejando. Ella, sentada, con su secreta mirada, desde el más absoluto de los silencios, lo desmiente con su cachaba, la que, a pesar de que en la toma no se vea, eleva y dirige al frente para que éste, definitivamente, se abra dejándonos a los pies de la delgada cuerda o Cordel, montañas alineadas de manera más o menos recta, picos o ´cuetos´ de los cuales, en un sorteo amañado, uno, y sólo uno, habrá de resultar afortunado.
Antes del ataque definitivo, de la enésima semejanza mía con un Moisés que saliera a la carrera en busca de las Tablas de la Ley o de Los Diez Mandamientos, antes, decía, de alejarme de ella con esa tristeza que me producen los ataques en solitario a las cumbres deseadas, se hará dueña, una vez más, de los dos bastones, como queriendo significar, Mío es el mando, y proclamar a la alambrada que tiene a su espalda.
Ya no te temo, ni me estorbas, te destrozaría si quisiera, pero no, la violencia no engendra otra cosa que no sea más de lo mismo. Es por eso que me quedo inerte, e inerme: para que tú me mires de manera bondadosa, igual que yo contigo lo hago, viendo los dos, en esencia, lo mismo: suspiros al viento en un escenario de “lo-cura”, benefactor, apocalíptico, esas nubes, esos picos, Los valles y las cumbres, postal para Miguel Cuadrado, adorno fiel para su hermosa poesía… Un pastel, un muy dulce pastel está siendo la excursión del día. Ahora, que el hojaldre con la nata ha sido armado, le falta a esta golosina de pastos, piedras y nieves la guinda, ese remate final que a mí, como ´centrocampista´ que, en su época dorada, ansiaba el gol con alevosía, me corresponde colocar en la altura sorteada, la que, sin pretenderlo, por la mera inercia del camino, resulta ser la máxima entre todas, la cumbre, el techo de esta delgada cuerda o Cordel.
La montaña que nos ha tocado en suerte, como ya se adelantó folios atrás, es el ´Cueto de la Jorcada´, 2.111 metros que en realidad no lo son pues la “dificultad” no la afrontamos desde el nivel de las aguas del mar, sino desde sus faldas o collado, y desde él, al Portillo, torcer a su derecha y remontarlo, allá voy, con paso firme y decidido, cubriéndome ella las espaldas, las que, generalmente, portan la mochila de los dos para que la mujer no castigue en demasía su maltrecho dorso.
Cuando me alejo de ella, porque huelo el sabor embriagador de las alturas, lo hago con la convicción de que la ´teacher´ me guía y protege con su mirada tierna y chispeante, a veces preocupada, Qué será de él, Dios mío, que la diosa Fortuna lo proteja, que regrese a mí libre de todo daño, y en el caso de que magullado resultara en sus evoluciones, que retorne, por favor, mesedez, arren... ¡que regrese siempre hasta mi lado!, que aún nos quedan a los dos, como dijo ´Aquel´, ¡Tantas cosas por hacer!… Recorreremos todos los caminos /navegaremos todos los mares /iremos de polizones a la Luna / Cuidaremos el universo como si, en verdad, fuera de nuestra propiedad”…
Y lo es. Alzamos la mano para significarnos como dueños... y nadie rechista, no hay réplica, dirígese el hombre por la piedra hacia la cumbre... y la mujer que casi lo pierde de vista. Necesita, para ubicarlo en el mundo, acercarse la fotografía a los ojos, o los ojos llevarlos hasta el panel impresionado, para distinguir una especie de hormiga gigante que pulula sobre una mancha de nieve. Qué poca cosa somos dentro de la magnitud universal. Bastaría un corrimiento de tierras, un leve alud, o “disparo de nieve” como canta el poeta, para desaparecer a los ojos de Dios de la faz de la tierra, Dónde estás, Adán, dónde demonios te has metido. Por qué, en edad tan meritoria, has dejado sola a tu compañera. Qué será de ella a partir de ahora, por quién será amada, a quién amará...
Y si de pecar no hablamos, mientras tú no estés, mientras a ti no se te vea, vague la mujer como perdida, naveguen sus ojos como barquita de vela por el mar de delicadas nubes que flota sobre este delicioso Cordel, abanico abierto, plumaje bicolor de la cola abierta de un pavo real: azul, blanco, negro, marrón, verde apagado, que no son, si condensamos, otra cosa que no sea lo oscuro y lo claro, vanidosa Naturaleza de la que ella se aleja... y se acerca cuando ve que ya regreso, retorno, vuelvo: hierba entre la yerba, roca entre las rocas, nieve con la nieve. Y de inmediato, las preguntas: Cómo te fue, qué es lo que viste, Me fue muy bien, no encontré seria dificultad en la escalada.
Y con respecto a mis visiones, decirte que, desde la cima de ´La Horcada´, mirando hacia abajo y a la izquierda, al otro lado de la Sierra del Cordel descubrí esa estación invernal, Alto Campoo llamada, de remontes y telesillas en paro porque la nieve no se adueñó de las pendientes, o, si lo hizo, la desalojaron, el Sol, el que calienta y derrite, el que convierte la materia sólida y blanca en líquida e incolora.
Juntos otra vez. Reconciliado Moisés, una vez más, con el pueblo que le ha tocado guiar (cuántas veces, en estos Cuadernos, se ha buscado y encontrado la semejanza entre el caminar de estos ´dos seres de montaña´ y la travesía por el desierto, éxodo llamado por los exegetas, de los judíos luego de su cautiverio en el Egipto de los faraones), estructurada la pareja, convertida en un hecho, la parte femenina se planta sobre la hierba de una campa, mancha de nieve detrás, y observa con detenimiento, quizás por última vez en su vida, la graciosa Sierra del Cordel desde el Paso de la Muerte hasta el Cueto que da nombre a esta cordillera, dejando en medio La Jorcada hollada y el Iján a su lado.
Y mientras ella contempla, consciente de que yo no voy mal encaminado al presentir que su contemplación es la postrera, la miro a ella con deleite y la convierto en la reina o diosa de los picos que, al fondo, al penetrar en las nubes, parece que están copulando con el Cielo. Cielo del que, con una inevitable melancolía, hay que ir descendiendo poco a poco, Oh, qué tristeza, la gloria duró lo que aguantaron nuestros cuerpos en las alturas.
Todo fue un sueño, un hermoso sueño, del que tratamos de despertar de manera no violenta, con delicadeza, primero perder altura, luego sentir cómo la nieve se desvanece cual fantasma inaprensible que del blanco pasa a la nada. Y cuando la roca y la nieve, a pesar de haber sido “ahora mismo”, merezcan un lugar un tanto alejado en la memoria, sintiéndome como desnudo, y a falta de hojas de parra con la que tapar mi masculinidad, abandonaré la vereda para penetrar en la densa y multicolor vegetación.
Luego, desde ella, haciendo acopio de fuerzas a fin de olvidar por un tiempo las “Cumbres”, la tomaré de la mano, a ella, mi mujer, mi amada, y regresaremos al Valle atraídos por el encanto de una palabra: Cantabria, Saja-Nansa, Polaciones, Pejanda... ¡Lombraña tuvo que ser!
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista, mendizale, narrador de viajes y periodista