En busca del Monte “Perdido” en los Pirineos
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“Perdido”, oveja negra, por descarriada, que, saltando una valla, repudió a su rebaño para quedarse recostada sobre la puerta de un redil llamado Pirineos. “Perdido”, díscolo monte, por indócil, que, abandonando la casa de su padre, se prodigó en hermosura para terminar regresando a su hábitat natural convertido en un misterio. Perdido… ¡oh, “Perdido”!… No eres el oro del rey Aneto; ni el incienso que embriaga la plata del Posets.
Eres el bronce, sí, pero también la mirra, gomorresina cromática y brillante que en la noche de los tiempos, cuando tú nacías, un rey negro te ofrendó para que fueras, por siempre, el enviado y el elegido. Tercero, sí, pero tercero en concordia, en lo más alto de ese podio, custodiado por el Cilindro y el Añisclo o Soum de Ramond, que el vulgo dio en llamar “las tres Sorores”…
“Perdido”, tercero, sí, tercero en altura, pero objeto calcáreo de deseo que amordaza las bocas gigantes del Aneto y el Posets. “Perdido”, la mitad de un parque nacional Patrimonio de la Humanidad que comienza en la Pradera de Ordesa y se deshace en elogios cuando seguir ascendiendo resulta del todo imposible…
De lejos, altivo, desafiante y grandioso, te dejas ver con descaro. Mas iniciada la marcha, a medida que se avanza, te escondes de la mirada de nuestros ojos cual niño travieso que estuviera jugando con nosotros al escondite…“Perdido”, mujer oronda, ajustada a su cintura la inmensa “faja de Pelay” para evitar que sus carnes rotas por tierra rueden…
“Perdido”… ”Perdido” digo… y se me hace la boca agua cuando contemplo cascadas y refresco mis pies en arroyos y ríos, pozas e ibones… Y al llegar a Soaso, antes de su circo monumental, lo que al guía de la expedición del todo enamora: las “Gradas de Soaso”, peldaños por los que, a trompicones, el agua desciende; escalera como aquella del sueño de Jacob que, posada en la tierra, en su camino hacia el Cielo va pinchando nubes para que el milagro de la lluvia siga encendiendo la vida en nuestros corazones…
“Perdido”, caballo que trota en la Pradera, capaz, como Pegaso, de volar hasta el Circo de Soaso y convertirse todo él en cola que resbala por la piedra viscosa de una pared. Resbalar, se ha dicho, no baja el caudal muy henchido: filamentos de agua, crines de un caballito de mar…
“Perdido; largo, ancho y alto; gigante calcáreo que exige una pernocta en el refugio de Góriz. Silencio a las diez, y a las cinco de la mañana, diana, para, sin las primeras luces del día, atacar hasta la conquista esa soberbia cima que se cree irredenta.
Y cuando la luna, discreta, se retira, al encenderse el farol del sol, quedarse absorto, anonadado, al progresar por un ordenado desorden de bloques, piedras, guijarros y morrillos. Ver para creer: ni un árbol, ni una planta, ni una flor, ni siquiera una brizna de hierba. Y es que la piedra se retuerce hasta alcanzar una belleza desmedida diseñada por una inteligencia que se oculta o por ese azar ciego e idiota que llaman “Caos”…
Suelo de piedras disímiles. Desniveles inhumanos. Trepadas. Una cadena perpetua adherida a la pared de una minúscula cornisa. Penoso es el progresar de esa gente que, mirando de reojo al Lago Helado, ha empezado a negociar la última rampa o pala. Montañeros de los que me distancio porque mis fuerzas están intactas, mis pulmones se inflan, mi corazón late sereno… y mis piernas se me van, caminan solas, como si de mi liviano cuerpo las extremidades inferiores no fueran, y sí de sarrio que, brincando, avanza pisando en las bocas de las madrigueras donde duermen las marmotas.
Voy tan bien, disfruto tanto al ascender, que ni siquiera me percato de que acabo de recorrer la terrible “Escupidera”, ese lomo de roca que se encrespa hasta encrestarse, ese tramo que, cuando el frío convierte en hielo la nieve, se torna letal si a Eolo le da por soplar hasta hacer perder el equilibrio al montañero, que, caído, sin un clavo ardiendo al que agarrarse, resbalando, se precipita por uno de los dos lados de este tejado blanco a dos aguas.
Y si muere, tómese el deceso no como un mero accidente, sino como el tributo humano que el “Perdido” se cobra al sentirse pisoteado por zapatillas, botas, raquetas y crampones. Y en la cima, adornada por cilíndrica piedra o vértice geodésico, faltan las palabras, o quizás sobren, incapaces de hacer justicia a este paisaje de picos oscuros que se vienen encadenando desde el cabo y faro de Higuer.
Descanso en la cima del “Perdido”: la bebida que apaga la sed, la comida necesaria, las fotografías de rigor, ikurriña incluida para que nadie nos pregunte de qué tierra vinimos y cuáles son los colores del cristal a través del que nos recreamos admirando la fascinante y virgen naturaleza…
Y como no hay gesta mítica ni hazaña épica sin sacrificio humano, ahí, sin ir más lejos, en esa comitiva que desciende hacia el refugio camina inserta Virginia, experimentada montañera que no pudo evitar el resbalón y su caída libre de tres o cuatro metros hasta estrellarse de espaldas contra la roca impenetrable. Una brecha entre la oreja y la nuca; mana la sangre y el oído está afectada y una costilla rota… y su cuerpo magullado…
Abandonando en descenso el refugio de Góriz en busca de la Pradera de Ordesa, elevo la mirada al cielo para contemplar el helicóptero que transporta el cuerpo malherido de Virginia camino del hospital de Huesca. Y es entonces cuando, a solas, me estremezco: ¿No se habrá atrevido el “Perdido”a…?… ¿No habrá sido capaz el “Perdido” de…?
La historia ha acabado. No habrá nada más que contar.