Eretza, el techo de los montes de Triano
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A los ocho días de septiembre del año 2020, un hombre toma su mochila, mete cuatro trapos. Todo él viste de claro, ligera es su ropa. Corto, el pantalón. Camiseta sin mangas. Visera pirenaica de cortina larga que suple el olvido de sus gafas. Gafas de sol. El mismo sol que luce ancho. Como ancho es el cielo. De nubes rasgadas. Otras son densas, como pinceladas de algodón. Botas de media caña. De azúcar o miel. Cordones anaranjados. A las 11:00 despegó el funicular rumbo a la estación estival de Larreineta.
El Eretza es el camino. Camino limpio y luminoso que busca la misma meta. Hollar el techo del macizo de Grumeran, que es el mismo cielo de los Montes de Triano. Donde el hierro cebara antaño a tanto y tanto magnate. Fustiga el capataz a los mineros con el abuso de las horas, el hacinamiento, el poco 'come', en fin, y el mucho trabajar. A cielo abierto y con descaro. Paisaje lunar dejaron.
Hay quien dice que, marciano. Entre el barreno, la pólvora y la dinamita. El resto lo había puesto 'Dios' con aquella mágica y primigenia explosión. Cien veces pisado, y luego más. Y sin embargo, como si esta expedición fuera la primera, y la última hubiera de ser. Tanto amor... y no poder hacer nada contra la muerte, ¡perdón!: quise decir 'suerte'...
Evitado el Ganerantz, para no caer en el exceso. Visita obligada a ese cohete afincado en la cumbre del Gasteran. Sin puerta. Buzón abierto. No cabe la mochila. No entra el bastón. El papel, aquella carta, la breve nota que alguien escribió, a solas seguirá, calentita, con el sol. A solas, también, el montañero. Tierna, exquisita, bendita soledad. Mejor así que en manada de 'club', que en jauría adocenada.
Porque no se trata de llegar y decir, Aquí estoy, de marcharse y proclamar a los cuatro vientos, Yo estuve allí. No es eso, sino lo de siempre, ser fiel a uno mismo y a la madre naturaleza que lo parió, A mostrarme ante ti he venido, cumbre del Eretza, que no eres sino la culminación de todo lo que se fue apilando desde la base hasta este punto diferencial entre la pendiente acusada de la pala y el precipicio, siempre vertical, no hay medias tintas: saco, 'saco de huesos'.
Collado limpio. En vano: el pico de la Cruz no será hoy, aunque nos quede tan a mano. Será el descenso. Carrera infantil. Cometa de niños. Será, de seguido, esa montaña rusa de dos picos. Subir y bajar; subir y bajar. Uno es anónimo, al otro le dicen 'Aldape'. Lana y Fama. Ambos la cardan, y con igual dureza.
¡Quién le pone nombre a este otro pico, por favor! ¡Quién puede ayudarlo a subir a lo alto del Olimpo! El montañero puso su esfuerzo, y su sudor, ayudado por la makila, indispensable, de la vara de avellano al tecnicismo, qué tremendamente duro sería ascender a golpe de riñones.
El collado, por fin. Allá donde se juntan los caminos. El que viene desde La Arboleda evitando tempestades. El que, ya de tierra, piedra y grijo, partió desde Gurutzeta bordeando el cordal de Sasiburu. Y ese tercero que nace en Sodupe. Eretza, sin embargo, es principio o final de los Montes de Triano; del macizo de Grumeran la imagen señera, la estampa más esbelta, la más alta, la más bella. La que más placer da al ser negociada.
Todo es hierba. Campa. Pala que para sí guarda el alfa y la omega. Dulce sudor. Esfuerzo grato. Nunca uno fue tan feliz desde el principio hasta el final del empinamiento de la cumbre. Ni fatiga ni jadeo. Y en la cima, cilindro monolítico, vértice geodésico. Al lado, sobre una mesa de piedra, un lauburu de metal forjado a fuego.
Y junto al recién llegado, otro montañero. Me tomó la delantera, ni se dijo ni se pensó. Y es que, ¿cómo ver competidor en el hombre que desde Honduras nos había llegado a fin de, mediante tres fotos, dejar constancia de que uno subió hasta la cumbre del Eretza para 'mostrarse'?
Al fondo, el 'Abra' que se 'abre' al mar. Al fondo, los montes 'del otro lado', la estampa lejana del cercano 'gran Bilbao'. Se alejó el hermano de la 'gran America'. Como si quisiera dejar su espacio a otros dos hombres que se acercaban a lo más alto haciendo eses con sus bicicletas de montaña. Moscones.
Ellos, no: moscones los que, a falta de caballos, buscaban nuestra piel con su zumbido incesante. Sudor y crema. Instinto y piel. Descender es lo que toca. Y como de Sodoma no huía, ni de Loth, su mujer era, volver la vista atrás.
Y fue así que, al lado de tres caballos que ramoneaban sin reparar en mí, septiembre nos anticipa una alfombra de su otoño. Copas de árboles, y, al final, ocupando todo el fondo, bajo un cielo esplendoroso, el Eretza es como pirámide verde de Keops sobre la meseta de Guiza.
Bello poema a la montaña.
Nunca escuche CRONICA tan bella, pocas palabras puedo decir, Porque mudo me he quedado. Para mi descubrir El Eretza, cada uno de sus caminos y rutas ha sido algo ESPECIAL... su antitesis, El kolitza la primera vez que lo me senti avergonzado, de verlo HUMILLADO por una pista inmensa que da acceso a vehiculos y por una Ermita mastodontica , ostentosa y presuntuosa que ha profanado su cima. Por suerte siempre nos quedara el Eretza, casi identicos de estatura.
El Eretza es el fín del camino.El hierro enriqueció a magnates, fustigados por el capataz, trabajando mucho y comiendo poco.Fuimos al cohete en la cumbre del Gasteran, sin puerta,buzón abierto,no cabe ni mochila ni bastón.Al fondo el Abra y el Gran Bilbao.
Me ha encantado!