Crítica: La Señal
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Que un director en su segundo largometraje sea capaz, con un presupuesto limitado, de crear una atmósfera envolvente, mantener una intriga que haga esbozar una sonrisa de incomprensión y se desenvuelva salvaguardando el equilibrio de su libreto es algo extremadamente complejo. La señal, dirigida por William Eubank, plantea una extraña trama en torno a tres jóvenes que son secuestrados y se ven presos de un sistema ajeno a ellos.
A medida que van pasando los minutos, el espectador intenta resolver cuantas preguntas plantea una película que se mantiene atada en cada momento. Los ecos más recientes a La señal se encuentran en Interstellar, aunque menos evidentes. En la obra de Eubank es importante pensar, abandonarse a la reflexión para intentar hallar una solución (casi imposible por momentos) a un final in crescendo, que hace culminar la experiencia con la sensación de haber visto algo totalmente diferente, con unos efectos especiales usados con mesura y sentido común y a un Laurence Fishburne que, si bien podría prestarse a ser cuestionada su presencia, se acaba volviendo la llave maestra de todos los misterios encerrados en La señal.