Crónicas Mundialistas – Las locas cifras de la cita rusa
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Corría 2010 cuando el mundo futbolero supo que Rusia sería el país anfitrión de la Copa del Mundo 2018.
Ocho años tuvo el gobierno ruso (que sí, que el fútbol es la continuación de la política de modo colosal y lúdico) para acondicionar todo cuanto la Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA, exige para hacer caja y, si queda algo, es para el país de acogida. Entre otras exigencias, Rusia hubo de ofrecer 12 estadios con capacidad mínima para 40.000 espectadores para partidos de la primera fase y de 80.000 para los partidos inaugural y final. Todo ello con techos en las tribunas, palcos VIP y sala de prensa, más el entorno general debidamente equipado –hoteles, restaurantes, transporte y comunicaciones, etc.. Entonces, Rusia debió realizar en paralelo la andadura hacia 2018 con el camino a los Juegos Olímpicos de Sochi 2014. Fue la cuarta vez que un mismo país hubo de organizar ambas citas –la mundialista y la olímpica. En 2010 se presupuestaron 641,3 millones de dólares, aunque la remodelación y la construcción de estadios ascendían a 3.820 millones de dólares. Pero ya en 2017 estos costes habían aumentado sustancialmente: de poco más de 600 millones de dólares iniciales a 11.800 millones. El aumento presupuestario es solventado en un 57% por el Estado federal, un 13% por los gobiernos regionales y un 28% por distintas entidades que incluyen al sector privado.
Además, la organización rusa debió incorporar inversiones adicionales para acoger las innovaciones técnicas demandadas por la FIFA: el VAR en las porterías, el videoarbitraje, el equipo electrónico y de comunicaciones en las áreas técnicas con fines tácticos y para mejorar la seguridad de los futbolistas. Tampoco el balón oficial de la Copa: el Telstar 18, escapa a las innovaciones tecnológicas. Elaborado por obreros de Adidas, no sólo tiene material reciclable, sino que también lleva incrustado un chip de transmisión de datos en proximidad que permitirá a los espectadores interactuar con el balón por medio de teléfonos móviles inteligentes. La FIFA exige, el país anfitrión acata y la caja no siempre cierra en el balance final. Que lo digan si no en Brasil, último organizador. El de 2014 le costó unos 13.600 millones de dólares, de los cuales un cuarto del total fue para construir y acondicionar esas inversiones hundidas que son los estadios. Que fueron 12 en total, de los cuales 4 no tienen viabilidad económica alguna –por ejemplo, el estadio nacional Mané Garrincha, en Brasilia, con capacidad para 70.000 personas, en el que no se disputan partidos de la liga brasileña. Según estimaciones del equipo del portal Carta Financiera, en promedio cada asiento de los 12 estadios mundialistas brasileños costó 5.800 dólares, 600 más que los de Sudáfrica 2010 y 3.600 más que los de Alemania 2006. Para 2026 las exigencias se afinarán más: el 70% de la inversión total deberá volcarse en infraestructuras; probablemente porque para entonces sean 48 las selecciones participantes. Tal vez a mediados de este mes se conozca el futuro país anfitrión. Los visitantes y los asistentes también sufren los impactos de la inflación de los costes de organización, que se transfieren rápidamente a sus bolsillos. Pongamos el caso de tres hinchas ingleses. Según una investigación del periódico inglés The Independent, los hoteles en Rusia aumentaron sus precios hasta un 18.000%: de una habitación triple que hasta hace unos meses costaba 17 libras esterlinas, hoy se piden 3.125 libras. Tal vez haya que ir de camping; mundialista, eso sí.
Alejandra Herranz, periodista y blogger
@aleherranz